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Viernes, 01 de Agosto 2025, 10:29h
Tiempo de lectura: 3 min
Desde la capital filipina de Manila se tardan doce horas en coche o autobús y otras dos caminando a través de montañas para llegar a Buscalan, el pueblo en el que Apo Whang-Od tiene su taller de tatuajes. Picos escarpados, un puente colgante y 300 escalones de subida no parecen inconveniente para los miles de turistas que desde hace años viajan hasta la región para conseguir 'la firma' de la tatuadora más longeva del mundo.
Fue el antropólogo estadounidense Lars Krutak quien la colocó en el foco internacional en 2009 tras el estreno de un documental sobre el arte del tatuaje en la región, pero su portada de la revista Vogue en 2023 la consagró para siempre como icono cultural, con fans como la modelo Cara Delevingne o la actriz Halle Berry.
A sus 108 años, Whang-Od sigue practicando el batok, la forma tradicional de tatuaje utilizada por las tribus indígenas de la región. En origen sus dibujos contaban las historias sagradas de su pueblo a través de formas geométricas o representaciones de animales y plantas. Cada diseño contenía un símbolo de identidad y parentesco, pero también de belleza y estatus social o económico. En el caso de los hombres, los tatuajes llegaban de la mano del éxito en la guerra, mientras que en las mujeres se asociaba más a la estética. También se creía que tenían poderes mágicos y que servían de protección como una especie de amuletos.
Pero los años no perdonan, tampoco a la tatuadora más longeva del planeta, y ahora Whang-Od ha tenido que sustituir aquellos diseños ancestrales por su 'firma' característica compuesta por tres puntos. Eso sí, para aplicarlos, la artista mantiene la técnica tradicional que implica golpear con un pequeño martillo la aguja colocada en un mango de madera con forma de L. Las agujas crean heridas en la piel, que luego se frotan con tinta hecha de hollín o ceniza mezclada con agua, aceite y extractos de plantas.
Fue su padre quien le enseñó el oficio y, aunque según la tradición solo los hombres podían heredar estas habilidades, su pueblo no pudo evitar caer rendido ante su talento y sus aprendices también han sido siempre mujeres. Whang-Od nunca se casó, ni tuvo hijos, pero formó a sus sobrinas para que la disciplina no desapareciera y, gracias a ella, la profesión en Buscalan ahora está predominantemente en manos femeninas. Con una población de alrededor de mil habitantes, unas cien son ya atuadoras.
Una decisión, la de confiar en Whang-Od, que ha traído grandes beneficios a la región gracias a los ingresos generados por turistas capaces de atravesar el planeta solo para conocerla. Camisetas, pañuelos, pendientes e imanes para la nevera forman parte del paisaje de Buscalan. También pequeñas tiendas que ofrecen comida y refrescos y guías locales que se asignan a cada viajero para acompañarlos durante su visita.
Una firma de la artista cuesta algo menos de dos euros, una noche en alguna de las casas rurales cerca de treinta y la visita guiada, unos veinticinco. La suma no es muy elevada para los que llegan hasta allí, pero ha cambiado completamente la calidad de vida de la región. En comparación con las aldeas vecinas, Buscalan es rica. Las casas de hormigón con electricidad han sustituido a las antiguas cabañas, algunas de las cuales no contaban ni siquiera con inodoros o alcantarillado. Incluso hay quien ha podido instalar paneles solares y, lo mejor: familias que ya pueden permitirse enviar a sus hijos a la universidad.