
La guerra del opio
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La guerra del opio
Jueves, 14 de Agosto 2025, 11:54h
Tiempo de lectura: 5 min
Graduado en Historia por la Universidad de Stanford, en California, el escritor Sam Kelly se ha propuesto convencernos de que lo que nos enseñaron en el colegio sobre la vida de algunas figuras históricas no es necesariamente lo que sucedió en realidad. Y el uso y disfrute de las drogas por parte de algunos de ellos son su especialidad. «Podrías pensar que el capo más célebre de todos los tiempos fue Pablo Escobar o el Chapo, pero te equivocarías. Más de cien años antes de que esos tipos nacieran, existió una mujer increíblemente poderosa que controlaba un imperio de drogas tan vasto y lucrativo que hace que aquellos hombres se vean como traficantes callejeros de poca monta», escribe el autor de Historia de la humanidad bajo las drogas (Penguin Random House), un recorrido «hilarante y tremendamente veraz» por el lado más adicto de las celebrities del pasado.
Además, tal y como cuenta Kelly, ella no se vio obligada a vivir en un lugar remoto de la selva, rodeada de sicarios armados, porque nadie la perseguía. Ni siquiera tuvo que ocultar sus ganancias ilícitas a los recaudadores de impuestos del Gobierno porque los beneficios de su operación de drogas financiaban a todo el país… «Ella era la reina Victoria y estaba dirigiendo el Imperio británico».
Sobre las preferencias personales de la reina asegura el autor en la revista Time que, así en general, era una gran fanática de las drogas. «Probablemente eso no sea lo que esperarías de una vieja reina aburrida, pero ese es un error popular. La gente tiende a pensar que era supermayor pero, en realidad, solo tenía 18 años cuando ascendió al trono y disfrutaba mucho usando una amplia variedad de estupefacientes». Desde grandes sorbos de láudano (una mezcla de opio disuelta en alcohol) hasta chicles de cocaína, y una forma líquida de cannabis que utilizaba para aliviar los dolores menstruales.
«El opio era uno de sus favoritos, pero no lo fumaba en una pipa. En la Gran Bretaña del siglo XIX, la manera más moderna de ingerirlo era en forma de láudano y se usaba para eliminar el dolor. Algo así como la aspirina de antes. Hasta los médicos más respetables la recomendaban cuando a los niños pequeños les salían los dientes», escribe Kelly.
De los usos reales de la cocaína también habla el historiador. «El chicle de cocaína era perfecto para calmar los dolores de muelas y encías de la horrenda odontología británica del siglo XIX, además de que le daba al ‘masticador’ una poderosa explosión de confianza en sí mismo, lo cual era genial si eras una reina joven e inexperta que se esforzaba por proyectar una imagen fuerte y asertiva».
«Y, aunque su consumo personal era prodigioso, la monarca adolescente insistió en compartir su amor por estas sustancias con el mundo, lo quisieran o no», explica el historiador. Desde que fue coronada en 1837, la reina se enfrentó a un enorme contratiempo: los británicos bebían demasiado té. «Y eso no hubiera sido un problema si no fuera porque el té venía de China. El hogar promedio de Londres gastaba el cinco por ciento de sus ingresos en té chino, pero Gran Bretaña no tenía nada con lo que negociar. China se estaba haciendo rica y los británicos estaban cada vez más resentidos. Se desesperaban por encontrar algo, cualquier cosa, que los chinos anhelaran».
Y el opio les ofreció ‘el subidón’ que necesitaban. «Los británicos tenían toneladas porque crecía abundantemente en la India. Era un analgésico increíblemente efectivo, lo que significaba que los chinos estaban dispuestos a pagar precios increíblemente altos por él. Y lo más importante, era súper adictivo». La gente que probó el opio se enganchó casi de inmediato y los británicos decidieron subir el precio aún más. «Gran Bretaña había estado enviando opio a China durante años, pero la cantidad creció exponencialmente una vez que la reina Victoria asumió el trono y el equilibrio comercial se revirtió de la noche a la mañana», continúa Kelly. Ahora era China la que acumulaba ruinosos déficits comerciales.
En su intento desesperado por detener el comercio de opio, su emperador decidió intervenir nombrando a un comisario imperial para hablar con la reina e intentar convencerla de que parara aquel entrada de droga que estaba consumiendo a su país. Su nombre era Lin Zexu, un burócrata de alto prestigio y enorme credibilidad que decidió enviarle una carta señalando la inmoralidad de aquellos envíos masivos de opio. ¿Qué cómo respondió la reina? Ni se lo leyó. «El Imperio Británico no estaba listo para renunciar a su lucrativa operación de drogas. Porque ahora, las ventas de opio eran responsables del quince al veinte por ciento de sus ingresos anuales», escribe Kelly.
En la primavera de 1839 y una vez fracasada la vía diplomática, Lin Zexu decidió ir más allá, interceptó una flota de barcos británicos repletos de opio y ordenó a sus soldados que lo arrojaran todo al mar. «Y la reina reaccionó como lo haría cualquier emperador todopoderoso: declaró a China la Primera Guerra del Opio». Y la ganó. «Las fuerzas británicas devastaron al Ejército chino y el emperador capituló. Firmó un tratado de paz descaradamente unilateral, entregó Hong Kong a los británicos y abrió aún más puertos para que el opio inundara su país. Una reina adolescente petulante había demostrado al mundo que China podía ser derrotada... y con facilidad».