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Los suicidios masivos de alemanes al terminar la Segunda Guerra Mundial

El fin del Tercer Reich, en imágenes

Los suicidios masivos de alemanes al terminar la Segunda Guerra Mundial

Muertes masivas Solo en Berlín se suicidaron más de diez mil personas en 1945. En la foto, oficiales soviéticos ante los cadáveres de tres mujeres en un parque.

Decenas de miles de alemanes corrientes se suicidaron y mataron a sus hijos en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Los habían convencido de que el mundo sin nazismo no tenía sentido o estaban aterrorizados por las atrocidades que los vencedores cometerían con ellos. Se cumplen ochenta años de este trágico episodio.

Miércoles, 30 de Abril 2025, 15:36h

Tiempo de lectura: 3 min

Cientos de cadáveres flotaban en el río Peene. Otros colgaban de los árboles o alfombraban calles, parques y el interior de las casas. Pertenecían a amas de casa, funcionarios, maestros, agricultores... a gente de todos los oficios. Eran cuerpos de adultos, adolescentes, ancianos, niños y bebés; de civiles de todas las edades. 

Este apocalipsis tuvo lugar en Demmin, una ciudad agrícola del nordeste de Alemania donde el Partido Nazi había ganado las elecciones con soltura. Sus ciudadanos fueron parte de las decenas de miles de civiles alemanes que se suicidaron en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Solo en Berlín se calcula que se mataron más de diez mil.

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Civiles ignorados en Alemania. Aunque se quitaron la vida mandatarios y militares alemanes, hubo más suicidios entre la población. Esas muertes de civiles fueron un tabú en Alemania tras la guerra. «Eran alemanes normales que no importaban a nadie», dice el historiador Florian Huber.

El caso de Demmin es especialmente trágico: en solo tres días, entre el 30 de abril y el 2 de mayo de 1945, se desencadenó allí un suicidio masivo. Se mataron más de mil de sus quince mil habitantes. Familias enteras se aniquilaron con cuchillas de afeitar, lanzándose al río atados a pesadas piedras, ahorcándose, disparándose, con cianuro... los más afortunados.

«Se suicidaron porque a los alemanes les habían inculcado que era a todo o nada: o se ganaba o se moría. A eso se añadía el miedo a la violencia de los soviéticos», explica el historiador Florian Huber

Fue una espantosa orgía de suicidios y de asesinatos (se calcula que el 40 por ciento de los muertos fueron niños fulminados por sus propias familias) impulsada por el pánico. Además del peligro soviético –el Ejército Rojo se acercaba–, a su desesperación se unió la traición de los suyos. Les habían prometido protección. Pero el alcalde, las autoridades municipales, los líderes de los partidos, soldados y oficiales del Ejército alemán, los SS y los policías huyeron. Y volaron los puentes dejando a los habitantes de Demmin sin posibilidad de huir. Estaban aterrorizados. Sabían de las atrocidades de los soldados soviéticos porque en aquellos días miles de alemanes que habían huido del Este del país se refugiaban allí.

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Demmin, capital de la muerte. Las autoridades alemanas huyeron de Demmin y volaron los puentes. La población no pudo escapar. En tres días se suicidaron allí más de mil personas y los soviéticos destruyeron el 80 por ciento de la ciudad.

Estaban, además, contaminados por la propaganda nazi, que exigía la negación de la derrota, que ensalzaba la honorabilidad del suicidio y que también pregonaba la barbarie de sus enemigos. El 12 de abril, por ejemplo, las Juventudes Hitlerianas repartieron cápsulas de cianuro entre los asistentes al concierto de la Filarmónica de Berlín.

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Matanza municipal en Leipzig. Ernst Kurt Lisso —teniente de alcalde de Leipzig— se suicidó con su mujer, Regina, y su hija, Renata, en su despacho del Ayuntamiento (abajo). En otra habitación se mató el alcalde Kurt Walter Doenicke (a la dcha.). Lo encontraron junto a un lienzo rasgado de Hitler.

«La gente pensaba que no había futuro, que el mundo se acababa. Llevaban 12 años en una dictadura en la que los nazis les repetían que era todo o nada; o se ganaba o se perdía, se vivía o se moría. Así que, cuando quedó claro que iban a ser derrotados, la gente sintió que el mundo terminaba», ha explicado el historiador alemán Florian Huber, autor de Prométeme que te pegarás un tiro (Ático de los Libros), donde documenta los suicidios masivos de aquellos días.

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Cianuro para todos. El 30 de abril de 1945, Adolf Hitler se suicidó junto con Eva Braun en el búnker de la Cancillería: se tomó una cápsula de cianuro y se disparó con su pistola un tiro en la cabeza. Antes repartió cianuro entre sus secretarias. En la foto, el búnker tomado por los americanos.

El 30 de abril, los soviéticos entraron en Demmin. Saquearon comercios, se emborracharon, incendiaron casas e impidieron apagar las llamas. Y se entregaron al robo y la violación. Aplicaron el ojo por ojo furiosos por los crímenes nazis cometidos antes en Rusia. En tres días destruyeron el 80 por ciento de la ciudad.

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Fanatismo asesino. Joseph Goebbels (ministro nazi de Propaganda) y su mujer, Magda, se suicidaron y mataron a sus seis hijos. Magda dijo: «El mundo después del Führer no merecerá ser vivido, así que me llevo a mis hijos conmigo». Aquí, la familia con el hijo de Magda de un matrimonio anterior.

Florian Huber se ha documentado con diarios de ciudadanos y los relatos son sobrecogedores. Karl Schlösser, por ejemplo, estaba en casa cuando llegaron los soldados bolcheviques. La familia presenció cómo violaban a su madre sin poder impedirlo. Al día siguiente, sus abuelos se suicidaron.