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Ayanta Barilli La hija de Sánchez-Dragó «Mi padre era un dragón. Lo podía todo»

Su último libro es una despedida y un homenaje a su padre, Fernando Sánchez Dragó, fallecido en abril. En esta entrevista, Ayanta Barilli habla de los escándalos del escritor, ajusta cuentas con sus detractores y repasa su singular vida familiar.

Viernes, 28 de Julio 2023

Tiempo de lectura: 10 min

Lo adoraba. Y su presencia se notaba enseguida en la casa de Ayanta Barilli: su padre, el escritor Fernando Sánchez Dragó, que falleció de un infarto en abril, a los 86 años, la acompaña en un gran póster junto a su mesa de trabajo y se asoma en otros muchos detalles. Sánchez Dragó, escritor, traductor, profesor, presentador y divulgador cultural, llevó la literatura a la televisión y se metió en muchos 'charcos'. Se cuela de manera irremediable en la conversación. Para Ayanta Barilli ha sido un regalo ser su hija. Y eso que reconoce sus singularidades y egocentrismos.

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XLSemanal. Si no amaneciera (Planeta) es un homenaje a un padre, ¿lo leyó el suyo?

Ayanta Barilli. Sí, lo leyó. Este libro lo escribí realmente para regalárselo a él. Sentía que se estaba yendo por edad y yo intentaba retenerlo. Esta historia entre un padre y una hija no es autobiográfica, pero tiene una base emocional que sí lo es.

XL. Ha invertido cuatro años en escribirlo.

A.B. Pero lo he escrito con prisa psicológica porque quería que mi padre lo leyera y temía que no llegara a tiempo.

XL. ¿Se pasaban los textos el uno al otro?

A.B. Nos los dábamos una vez publicados. En esta ocasión hice algo que nunca había hecho, le envié las galeradas. Y menos mal porque, si no, no lo habría leído.

XL. ¿Fue una premonición?

A.B. Son esas intuiciones que no tienen nada de particular y ni siquiera hay que subrayarlas. Estábamos conectados a un nivel muy profundo. Es normal, también con los hijos. Mi hijo tuvo un accidente hace unos años y yo tuve un sobresalto mientras lo estaba teniendo. Estamos conectados todos en un nivel sutil, es necesario saber reconocerlo.

«Mi padre provocaba aun sin querer. Se manchó las manos con el barro de la política, pero no tenía ideología»

XL. ¿Y qué le pareció el libro a su padre?

A.B. Le gustó mucho. Mi padre siempre fue un crítico muy acerado, pero si algo le gustaba se convertía en un entusiasta increíble. Lejos de lo que puede pensar mucha gente, mi padre ha sido para mí una ayuda emocional impresionante. Siempre me ha dado una seguridad en mí misma que yo no tenía. He tenido mucha suerte. Ser hija de Sánchez Dragó no ha sido una sombra, ha sido una luz potentísima. Estoy muy agradecida. Él se dio cuenta de que yo era escritora antes de que yo lo supiera. Me decía: «Ayanta, tienes que escribir, eres escritora, eres escritora». Y tenía razón.

XL. Pero no ha sido un padre muy presente, ha viajado mucho, ha tenido otros hijos, otras familias...

A.B. Me quedé huérfana de madre con 9 años y mi padre ha sido para mí un todo. He tenido otras personas maravillosas como mi abuela y mi tía, que me han criado. Pero mi padre ha sido muy familiar, por absurdo que parezca. Estaba muy presente y muy preocupado y ocupado con la familia, precisamente porque tiene una familia muy amplia: ha tenido muchísimas mujeres, muchísimas relaciones sentimentales, livianas y gordas; ha tenido cuatro hijos con cuatro mujeres, de cuatro nacionalidades diferentes. Nuestros nombres empiezan por la 'A' y somos de signo Acuario. Para organizar y sostener ese tinglado y, además, escribir cincuenta y tantos libros, viajar y dedicarse a epatar y a sorprender y a indignar al personal, hay que tener mucha energía [se ríe]. Él era un dragón, lo podía todo.

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Una infancia errante. Su madre, la profesora de Filosofía Caterina Barilli, murió cuando Ayanta Barilli tenía 9 años. Ella se quedó con su familia materna en Italia.

XL. ¿Qué es lo más importante que cree que le ha dado?

A.B. No sé qué parte de mí viene de él. Vengo de una familia italiana donde todos son escritores, bailarines, actores, pintores, artistas. He aprendido de unos y de otros que el jardín del edén es este y a no esperar a encontrarlo en otro lugar, sino a vivirlo aquí.

XL. Hay cosas en común de los Dragó y los Barilli.

A.B. Son dos familias de artistas. Me he criado en casas donde las paredes eran murallas de libros. En la casa de mi padre hay una biblioteca de 130.000 volúmenes. Posiblemente sea una de las bibliotecas privadas más grandes de Europa. Es una biblioteca que hemos heredado y con la que tengo pesadillas. Por un lado, la adoro porque es un tesoro y, por otro, tengo la responsabilidad de cuidarla, honrarla. Si el libro es como un dios totémico, 130.000 dioses tengo ahora mismo. Me siento agobiada y al tiempo agradecida.

XL. ¿Una opción es donarla?

A.B. No, no lo es. Esa biblioteca es de la familia, es una de las obras magnas de mi padre. Y está abierta a quien quiera consultarla, por supuesto, para eso sirven los libros.

XL. En su novela se dice que el padre no quiere una vejez de orines y deterioro. Su padre murió de forma repentina, ¿ha sido una suerte?

A.B. Desde luego. Cualquiera firmaría ahora mismo una partida así. Estoy segura de que, si mi padre no hubiera muerto como murió, si él hubiese sufrido una degradación de sus capacidades intelectuales sobre todo… ya se habría organizado él (largo silencio). Y bien está.

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A los 12 años se fue con su padre a vivir a Kenia. Aquí, de niña con su padre, y Sánchez Dragó en un programa cultural.

XL. ¿Su libro es una despedida?

A.B. Me he despedido de la figura del padre. Estoy absolutamente en paz porque he tenido la suerte de tener una relación intensísima. No me he dejado nada en el tintero. He tenido la suerte de tener un padre escritor y ser escritora, por lo tanto, una complicidad y unas risas y un cachondeo y un entendernos con una mirada, algo tan hondo… Tengo una sensación de agradecimiento. Y luego hay una cosa muy bonita: tengo 50 libros suyos.

XL. Hay muchas imágenes.

A.B. Hay muchísimo de él en YouTube y todo esto, pero no me interesa eso. Necesito algo más sutil, necesito la palabra, lo escrito. Abro cualquiera de sus libros, porque sus libros son todos muy 'egográficos', como decía él. Cojo cualquiera de sus libros y es como si me hablara. Está ahí.

XL. ¿Cree que lo hemos despedido los medios de comunicación como merecía? Ha habido semblanzas duras con él.

A.B. Es lo que me esperaba. Es que el periodismo actual –con excepciones, no hace falta que lo diga– es de una vulgaridad, banalidad y de una ignorancia total. Pero no lo digo por las críticas que haya recibido mi padre, porque a mí no me importan, hasta las entiendo. Lo que me solivianta es la ignorancia, la mentira, la falta de un periodismo cultural que ya no existe en este país. Es el hablar de lolitas cuando no estás subrayando algo importantísimo, y es que mi padre ha sido un agitador cultural como no ha habido otro. Que todo lo que ha hecho mi padre por los libros, por la literatura, por la cultura, en este país no lo ha hecho nadie, nadie. Que eso no se ponga de manifiesto en primer lugar… Probablemente sea el signo de estos tiempos en los que lo único que importa es la prensa rosa, el amarillismo, los colorines. Me parece muy triste.

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Barilli en su casa, revisando álbumes familiares.| Daniel Méndez.

XL. A él le gustaba provocar. Fue comunista y luego se acercó a Vox, lo han acusado de xenófobo, machista, clasista...

A.B. Mi padre provocaba aun sin querer. A pesar de que siempre se haya manchado las manos con el barro de la ideología y de la política, mi padre no tenía ideología, tenía ideas. Y hay una diferencia fundamental: la ideología es una cosa gregaria y las ideas son propias. Una persona puede tener ideas que pueden ser de un lado y de otro. Puedes hacer un popurrí y, además, ir cambiando a lo largo de la vida. Él estaba en continua evolución. Esto aquí no se entiende, si has dicho eso en los años setenta, no puedes decir lo contrario en los años noventa porque entonces eres incoherente. Tenemos la tendencia a empaquetar las cosas y a mi padre, al ser de naturaleza dragoniana, no le podías empaquetar porque te quemaba el paquete de un soplido, de un bufido. Y, además, hay una falta de sentido del humor. Muchas veces no te lo podías tomar en serio.

XL. Lo de las lolitas lo desvela él en un libro. Cuenta que se ha acostado con prostitutas de 13 años en Japón.

A.B. Lo de las lolitas es una exacerbación. Escribir es exagerar. Escribir es parar, templar y cargar la suerte. Él cargaba la suerte. Con las lolitas desde luego le salió mal.

XL. Él contaba su vida sexual. Usted ha tenido un programa en la radio sobre sexo también.

A.B. Que mi padre fuera una persona que disfrutó de los placeres de la vida, el sexo, la comida, los viajes, la literatura... ¡Olé! A todos nos gustaría. Para eso hemos nacido. El sexo es una de las expresiones más altas de la cultura, lo que pasa es que ha estado siempre sometido a censuras. Las mujeres somos unas diosas del sexo. Como tenemos unas capacidades superiores a las masculinas por nuestra biología, nos han machacado y nos han impuesto tabúes culturales y religiosos para que no disfrutáramos de la vida. Si las mujeres disfrutáramos del sexo sin movidas mentales, ahí nos iban a pillar.

XL. ¿Es que no lo disfrutamos?

A.B. La mayor parte de nosotras no porque estamos llenas de neuras y convertimos los placeres en problemas.

XL. Otra neura de la que habla en el libro es de la aceptación de la vejez, las manchas, las canas, las gafas... ¿Cómo lo lleva usted?

A.B. Mira [se revuelve el pelo y muestra sus canas]. No tengo prisa por envejecer ni por morirme. Tengo muchas ganas de vivir. Pero tengo curiosidad de saber cómo voy a ser de mayor. No entiendo esta moda, miedo, manía, costumbre de ahora, sobre todo de las mujeres, de intentar retardar algo que es inevitable. Me parece que hay algo un poco monstruoso en ello. Me dejo el pelo blanco porque no quiero seguir perdiendo el tiempo en las peluquerías. Y porque el pelo blanco da mucha luz, es muy bonito. Es una liberación.

XL. Una nueva etapa. En su vida ha dado muchos tumbos.

A.B. Mi vida es un lío. Cuando muere mi madre, yo tengo 9 años y me quedo con mi tía y con mi abuela en Roma. A los 12 me escapo y me voy a vivir con mi padre a Nairobi (Kenia) porque él estaba ahí como lector en la universidad y daba clases. Luego vivo en Madrid de los 13 a los 17.

XL. ¿Con él y sus mujeres?

A.B. Con él. Las mujeres fueron cambiando. Estuve con él, sin él, yo sola, con mucamas... A los 17 me vuelvo a Roma. A los 20 o así me voy a vivir a México para rodar Como agua para chocolate. Y a los 21 regreso a Madrid.

«Las mujeres somos unas diosas del sexo. Si lo disfrutáramos sin movidas mentales, ahí nos iban a pillar...»

XL. ¿Siempre conectada con su padre?

A.B. Siempre. Nos hemos alcanzado en diferentes puntos del planeta. Hemos tenido una relación también muy epistolar y muy telefónica. Y esta casa es el centro familiar. En las comidas, las cenas, las Navidades, mi padre estaba siempre aquí.

XL. ¿Está en contacto con sus hermanos?

A.B. Sí, sí, claro. Todos los días. Tenemos unas grandes diferencias de edad, pero es una familia muy unida, en la que, además, tienen cabida no todas las mujeres de mi padre, pero desde luego las madres de los hermanos. Es familia y es algo así como los anuncios de Benetton.

XL. ¿Son todos artistas?

A.B. Mi hermana Aysha es arqueóloga. Alejandro es sociólogo y Akela es un mico, no se puede saber. Yo he heredado la parte más creativa. Y al mismo tiempo soy un disparate en lo académico.

XL. ¿A qué se refiere?

A.B. No he ido prácticamente al colegio, lo odiaba; iba solo de vez en cuando. Me dedicaba a bailar, a estudiar danza clásica. Y a viajar con mi padre y a leer, leer, leer lo que caía en mis manos. Fui la peor estudiante del mundo. Me interesaba más lo que escuchaba en casa porque era acojonante, había un ambiente tan interesante que el ámbito académico se me hacía pequeño y aburrido.

XL. Le permitían no ir al colegio.

A.B. Como mi padre era un outsider, me decía «no vayas al colegio, no vas a aprender nada, vas a aprender mucho más aquí conmigo». Pues blanco y en jarra.

XL. ¿Se siente como el personaje de Anita, que está cosida a la sombra de su padre? ¿Le persigue ser la hija de Sánchez Dragó?

A.B. No. Mi padre no es una sombra. Es lo contrario. Me acompaña. Ahora mismo está aquí sentado entre las dos. Y, además, le encantaba que hablara de él porque le encantaba ser el centro de atención.

XL. Su padre caía mal a mucha gente por sus provocaciones y su ego. ¿Le hiere cuando lee cosas duras sobre él?

A.B. Estoy acostumbrada, desde pequeña. No he leído lo que se ha publicado tras su muerte. No suelo leer las entrevistas que me hacen, no leo nada. Me he criado en esto, no me produce curiosidad leer lo que se va a escribir sobre mi padre, sobre mi familia o sobre mí. Leeré –cuando se publique, si es que se llega a publicar– una crítica sobre un libro que he escrito yo, eso lo leeré.

XL. ¿No se ha publicado ninguna crítica sobre sus libros?

A.B. Solo una pequeña. Hay muy poca crítica cultural en este país y mucho amiguismo. Y mucha censura. No pasa nada. Simplemente lo observo.

XL. Esta entrevista no la va a leer.

A.B. [Se ríe]. Así tienes la libertad de escribir lo que quieras, Fátima. Ancha es Castilla.

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