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Animales de compañía

Odio y perdón

Juan Manuel de Prada

Viernes, 03 de Octubre 2025, 11:08h

Tiempo de lectura: 3 min

Me conmovieron las palabras de la viuda de Charlie Kirk, en el homenaje que se hizo a su marido recientemente asesinado, cuando ante un estadio abarrotado de gente invocó las palabras de Cristo en el Gólgota («Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen») para proclamar a continuación –con esfuerzo, porque estaba asumiendo una misión sobrehumana– que perdonaba al asesino de su marido. Fueron unas palabras capaces de detener la órbita de los planetas, irradiadoras de una belleza malherida que exorcizaba las tinieblas, que limpiaba la vileza de los hombres; fueron palabras capaces de transformar las almas. Y entonces llegó el patán de Trump y osó contradecir a la viuda de Charlie Kirk, pidiendo excusas por hacerlo, pero proclamando con orgullo: «Odio a mis oponentes y no deseo lo mejor para ellos».

La llamada 'batalla cultural' no busca sino la creación de antagonismos en la sociedad

Me produjeron un asco invencible aquellas palabras de Trump, tan intempestivas y sórdidas tras las palabras admirables de la viuda de Kirk. Y, sin embargo, las palabras de Trump eran mucho más 'humanas' que las de la viuda (más allá de que, pronunciándolas en aquella tesitura, mostrase una indelicadeza monstruosa). Pues, en efecto, la reacción 'natural' ante quien nos agrede o vilipendia o perjudica de algún modo (no digamos ante quien mata a nuestra persona más amada) es el odio, que es primero una respuesta instintiva y después puede ser una respuesta razonada y plenamente lógica. Responder al odio con amor, perdonando a quien nos ha infligido un daño, se trata en cambio de una respuesta de naturaleza sobrenatural, que sólo se puede adoptar venciendo el instinto y contrariando la lógica. Es una respuesta que exige la ayuda de la gracia divina, pues es demasiado ímproba para las limitaciones de la naturaleza humana.

Y, sin embargo, ese mandato de 'amar al enemigo' que Cristo lanza en el Sermón de la Montaña tal vez sea el meollo de la teología moral cristiana. Confucio predicaba una benevolencia general con el enemigo que no es propiamente amor, sino más bien una táctica calculada de defensa y prudencia; Buda predicaba el amor a todos los hombres, aun a los más despreciables, pero dentro de un mandato general que se extiende también a los animales y a las plantas y que, a la postre, es más bien una especie de austeridad estoica que conduce a la supresión del amor por uno mismo; la ley mosaica, por su parte, nunca había extendido el precepto del amor al prójimo a los enemigos, como fácilmente se percibe en la parábola del buen samaritano. Por supuesto, amar al enemigo no significa amar la injusticia que el enemigo ha cometido (que es, por cierto, lo que mucha gente desnortada y envilecida por las ideologías hace). Y, desde luego, amar al enemigo y perdonar el daño que nos ha infligido no significa anular la exigencia de reparación.

Las palabras de la viuda de Charlie Kirk me parecieron más valiosas y revulsivas que todas las fantochadas de la 'batalla cultural' que promueven personajillos como el patán de Trump y todas las derechitas valientes que lo imitan; pues la llamada 'batalla cultural' no busca sino la creación de antagonismos en la sociedad. Esta estrategia, en realidad, nada tiene de novedosa, es la vieja metodología del odio que alimenta todas las ideologías modernas: desde luego al comunismo y sus sucedáneos, que impulsan el odio de clase o –más recientemente– el odio de 'género'; pero también las 'batallas culturales' que promueven las derechitas valientes, que hacen del odio al progre, al woke, al moro o a la feminista –esos 'oponentes' de los que habla el patán de Trump– el motor de su fe cetrina. Si amar al enemigo es una tarea ímproba que exige mucha paciencia y negación de nuestros instintos, mucha renuncia personal y donación dolorosa y exigente, el odio en cambio es algo elemental y sencillísimo. Sin duda, el odio es una pasión mucho más 'natural' que el amor, mucho más espontánea, que no exige privaciones ni sacrificios, que no exige acallar nuestros instintos ni corregir la lógica; y, en una época tan vil como la nuestra, es una pasión infinitamente más gratificante. Para amar al enemigo como hace la viuda de Kirk no necesitamos tan sólo ser justos, sino también extremadamente caritativos; para odiarlo como hace el patán de Trump no es necesario ni siquiera ser justo, basta con ser justiciero y jaque. Pero la auténtica batalla cultural capaz de transformar el mundo se compendiaba en las palabras trémulas y dolientes de la viuda de Kirk; las palabras del patán de Trump sólo compendiaban la misma debilidad, la miseria humana de siempre que se fortalece enviscando la miseria del prójimo; y envuelta, para más inri, en el orgullo del fantoche.

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