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Animales de compañía

Odiada Edad Media

Juan Manuel de Prada

Jueves, 20 de Noviembre 2025, 15:28h

Tiempo de lectura: 3 min

Entre los tópicos más groseros y enquistados en la mentalidad contemporánea se cuenta considerar que la Edad Media fue un período oscuro en la historia de la Humanidad. Sin embargo, la Edad Media llegó a albergar una forma de civilización como quizá no se haya dado en ninguna otra época.

El camino que llevó a aquella época de esplendor irrepetible no fue fácil, desde luego. Con la caída de Roma, en el siglo V, se abrió un período histórico que Belloc compara con la hojarasca que cubre el suelo de un bosque, formada por la desintegración de una flora anterior y destinada a ser el lecho del que surgirá otra nueva. Estos primeros siglos de la Edad Media fueron de gran actividad militar: la Cristiandad, asediada por doquier, sufrió una serie interminable de ataques, paganos por el este y el norte y mahometanos por el sur, que ya no eran meras incursiones de hordas ávidas de saqueo, sino auténticas invasiones. Nuestra civilización estuvo entonces a punto de ser borrada; pero la salvaron la espada y la fe. Estas invasiones serían por fin contenidas en el siglo IX, gracias a Carlomagno, un rey galo que hizo de la silla de montar su trono. Paralelamente a este intenso esfuerzo militar, discurriría el nacimiento del feudalismo, el paso del gobierno de los antiguos centros provinciales de la administración romana a las pequeñas sociedades locales al mando de un señor. Sobre esta base se operó una reconstrucción desde abajo de la sociedad: los señores locales se asociaron entre sí bajo el mando de sus superiores; y éstos se unirían, a su vez, en grandes grupos nacionales.

«El hombre moderno cree en el progreso indefinido y necesita así descalificar el pasado»

Con el siglo XI, se produciría el definitivo despertar de aquella Europa que había sufrido el acoso de paganos y mahometanos. La personalidad del Papa Gregorio VII y las Cruzadas impulsarían una civilización propia, intensa y activa. Es también a partir de entonces cuando la reconquista en España cobra renovado vigor: el mismo año de la muerte de San Gregorio, Toledo es arrancado de las manos musulmanas. La unidad de la Iglesia, con ayuda de las grandes órdenes monásticas, consolida la existencia de una verdadera Cristiandad; y el esfuerzo militar de las Cruzadas permitirá a Occidente descubrir la gran cultura del Imperio bizantino. El Mediterráneo se llena entonces de naves cristianas que impulsan el comercio. La arquitectura y las artes plásticas se transforman con un estilo totalmente nuevo, el gótico. Se construyen las grandes catedrales; aparecen los parlamentos representativos (no como los de ahora); se asientan las lenguas vernáculas; surgen las universidades; se consolidan los reinos; se codifican las leyes; se reparte la tierra entre muchos; se fundan los gremios y las industrias cooperativas; se vuelven a debatir activamente las grandes cuestiones filosóficas, alcanzándose la cumbre con Santo Tomás de Aquino; toda Europa se crece y robustece con un apetito de verdad intenso y palpitante.

Por desgracia, aquella edad de oro empezaría a decaer desde mediados del siglo XIV: triunfaron las intrigas, la filosofía degeneró en sofística, los parlamentos tendieron a la oligarquía, las ideas populares se fueron borrando de las mentes de los gobernantes; el papado y las órdenes monásticas se contaminaron de mundanidad; y, por añadidura, se sucedieron las epidemias de peste. Más tarde sobrevendría la prueba suprema, ese desastre que comúnmente se denomina Reforma protestante, que no sería simple vivificación de un organismo moribundo, sino destrucción de sus partes todavía sanas y división incurable de la civilización europea.

Existe una explicación psicológica al odio que el hombre moderno tiene a la Edad Media. El hombre medieval tenía un sentido de la filiación, de la fidelidad, que el hombre moderno desdeña. En la Edad Media, el legado del pasado se juzgaba respetable; el hombre moderno, en cambio, cree incuestionablemente en el progreso indefinido, y para ello necesita descalificar el pasado. Los tópicos acumulados contra la Edad Media se intensifican en el caso español, por haberse constituido nuestra nación histórica sobre la asunción de una identidad religiosa y en combate con la invasión musulmana. Los promotores de la leyenda negra pintaron enseguida unos reinos cristianos bárbaros y crueles, frente a una España musulmana refinada y sensible. Y, extrañamente, esta visión desquiciada llegaría a prender en la propia conciencia española, tan magistralmente descrita por el poeta Joaquín Bartrina: «Oyendo hablar a un hombre fácil es / acertar donde vio la luz del sol: / si habla bien de Inglaterra, será inglés; / si os habla mal de Prusia, es un francés; / y si habla mal de España... es español».