Viernes, 25 de Abril 2025, 10:32h
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Abundan nuestros lectores en la denuncia de la creciente incomparecencia de la Administración a la hora de prestar servicio al ciudadano, al que más bien empuja a asumir el papel de gestor no retribuido de un autoservicio penoso y desalentador. La burocracia, reconvertida en teleburocracia o ciberburocracia, defrauda así, pese a los ingentes recursos públicos que consume, la confianza de quienes la sufragan con sus impuestos y aguardan, legítimamente, no quedarse solos ante un teclado y una pantalla, varados en una web que es callejón sin salida. O ante un operador que se limita a entrar en esa misma web para quedar varado igual. Si encima salen a la luz noticias de empleados públicos que cobraban sin ir a la oficina, maravilla la mansedumbre con que se acata el desafuero. Hasta que se agote la paciencia.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Misión imposible
Les escribo a propósito de la carta La pega porque sintonizo con su contenido, y el título de la que ahora les envío no se trata del de ninguna película, sino de una gestión que debería resultar muy sencilla en cualquier país civilizado: solicitar una cita previa en la Dirección General de Tráfico para canjear un permiso de conducción. Les puedo confirmar que se trata de una auténtica misión imposible. Llevo más de tres meses entrando en la web de la DGT, desde las ocho de la mañana hasta bien entrada la noche, y la respuesta de la Sede Electrónica de la DGT es: «El horario de atención al cliente está completo para los próximos días. Inténtelo más tarde». Pero ahora viene lo más tragicómico del asunto: la citada web también te informa de que puedes realizar la solicitud de cita al teléfono 060, que, por cierto, no es gratuito. He llamado al citado teléfono y la contestación del operador que me atendió fue que le indicase tres oficinas de España en las que me interesara conseguir esa cita previa, para lo cual él intenta lo mismo que yo desde mi casa, y naturalmente me contesta, ahora de viva voz, que lo siente mucho, pero que tendré que intentarlo otro día. ¡Viva España! Les desafío a que hagan el intento, y si lo consiguen asumo mi torpeza total.
Pablo Domingo Vela Boullosa. Valencia
Semana no tan santa
Soy uno más de los afectados en los días de Semana Santa; por lo tanto, aprovecharemos para encomendar nuestra salud y nuestra alma al Altísimo, por lo que pudiera pasar. Habitual como soy (por mi cuadro clínico) de los servicios sanitarios, me veo abocado a olvidarme de pedir una cita médica en estas fechas. Las citas que se obtienen a través de la web o app para los que andamos, cojeamos o deambulamos en sillas adaptadas y necesitamos atención médica están «closed» y en la atención telefónica te dan citas posvacacionales. A cambio, nos invitan a ir a ver las procesiones y a recoger algún que otro caramelito de consuelo. Desatender en cierta medida a los enfermos crónicos y 'viciados' (a la fuerza) en los centros de salud supone un desapego sangrante hacia sus pacientes. Claro, es Semana Santa y hay que sufrir el calvario, pensarán.
Jesús Sánchez-Ajofrín Reverte. Albacete
Por no llorar
Me río por no llorar. Estudié Música en el conservatorio superior de Badajoz en los noventa. El edificio era antiguo y se reformó hace años. Quise volver hace poco para recordar mi época de estudiante, cuando vi en los informativos el escándalo de que el hermano del presidente 'trabajaba' allí, que tenía una oficina a la que nunca había ido, que cobraba por un trabajo que no hacía, y vi en la tele la fachada de aquel edificio, y los recuerdos de estudiantes y de la tierra de mi abuelo se rebelaron. No había oído hablar de David Sánchez como músico en mi vida, como el hermano enchufado del presidente. No todo vale.
Mercedes Aldana Díaz. Correo electrónico
LA CARTA DE LA SEMANA
Impera el vacío
Los trillones de estrellas y los miles de millones de galaxias son dimensiones exorbitantes que se nos escapan. Aunque esta infinidad de astros pululen en el espacio, no son suficientes para poner en duda que el espacio —más que enorme— se halla casi vacío. No se sabe dónde acaba y podría no tener fin. Estas ideas quebrantan las entendederas de los seres humanos, marean. No estamos preparados para ellas. Nos vemos condicionados por una inserción espacio-temporal en la realidad de la que no podemos escapar intelectualmente. Forzados a aceptar que todo tiene principio y fin, y que existen límites en la doble dimensión básica, dimensional y temporal. Que todo lo que existe no existió antes de que se diera la causa que lo produjo, etcétera. ¿Pero y si la realidad, de la que el universo es un reflejo, fuera otra cosa inconmensurable e ininteligible, por encima de nuestras capacidades, tan grande y compleja que ni siquiera pudiéramos imaginarla?
Carmelo Carrascal. San Sebastián
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