Viernes, 18 de Julio 2025, 11:39h
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No sorprenderá a los lectores que nuestro buzón se llene de cartas que enjuician, cuestionan y deploran nuestra propensión a poner una y otra vez al gobierno de la nave a quienes llevan en mente desvalijarla. Que tal o cual capitán jure y perjure ser honrado, y porfíe en presentarse como solución providencial y única a todos los problemas, pesa poco o nada ya, frente al hecho cierto de que una y otra vez puso al timón a pilotos con querencia por golpear la quilla contra los peores arrecifes. Y no es ni mucho menos el primero que elige mal, en ese puente de mando o en otros de la flotilla de administraciones que gestionan, bajo siglas diversas, los asuntos de los ciudadanos. Así las cosas, hay quien se pregunta de si pesa sobre nosotros una maldición. La respuesta nos incumbe. Maldito queda, sí, quien se resigna.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Cargos de confianza
Debe de ser inherente a nuestra especie confiar en otros, también por mera supervivencia. Ocurre que, en democracia, votamos porque confiamos (más o menos) en otros para que organicen nuestra convivencia. Y es ahí donde comienza esa espiral de confianzas ciegas o sordas de quienes se sienten depositarios: confían en mí, me dejan hacer, no me controlan. Ergo entra en acción la frágil condición humana polivalente: soy honrado, pero no tonto, y dejo los bolsillos despejados por si alguien me los llena vía una u otra concesión, previo convencimiento de que eso es lo que hacen todos, y si me pillan, pues tú más. Al respecto, suelo desconfiar de quienes pregonan su histórica o reciente honradez. Es muy sano dudar hasta de uno mismo.
Vicente Polidura Valle. Cantabria
La maldición española
Este pobre país nuestro, tantas veces maltratado, ¿es el resultado del estado místico, contemplativo, soñador, hedonista de la mayoría de sus habitantes, que permiten Gobiernos corruptos, incompetentes y egoístas? Hay historias que aseguran que no es culpa ni de unos ni de otros, sino de la espantosa maldición que ha caído sobre España. Según otras crónicas, la causa es la falta de escrúpulos, la ambición desmedida, la ausencia de control y la laxitud de las medidas higiénicas contra la gentuza que infecta los gobiernos. Quiero pensar que no es una maldición, sino un vulgar ejercicio de hombres, que España puede salir de este círculo vicioso de saqueo y corrupción, de un signo y de otro. Que es tiempo de cambiar su historia antes de que se la lleven las malditas maldiciones. Por tanto, pido que se expulse a los malignos y se les apliquen sanciones contundentes que impidan que vuelvan a delinquir. Que sean los ciudadanos honrados los amos de su destino.
Gerardo Seisdedos. Correo electrónico
Incredulidad e inquietud
Como ciudadana de a pie, expreso mi inquietud al enterarme de que jueces y fiscales han tenido que ir a la huelga. Uno pensaría que esto solo pasa en sectores muy castigados, pero si hasta quienes se encargan de impartir justicia deben parar para ser escuchados, algo muy serio está fallando. No es ningún secreto que nuestra justicia va lenta y que faltan medios. Pero lo que quizá muchos no saben es que quienes trabajan en ella también llevan años pidiendo soluciones sin recibir respuestas. Si han llegado a este punto, es que ya no les queda otra. Lo preocupante no es solo la huelga, sino lo que representa: el abandono de un servicio fundamental por parte de quienes gobiernan. Una justicia débil no protege al ciudadano y, sin justicia, la democracia se resiente. Animo a quienes tienen poder de decisión a dejar de mirar para otro lado. Llegará, si no, un día en que no solo la justicia estará en huelga: también la confianza de la gente en las instituciones.
Carmen G. Coello. Correo electrónico
LA CARTA DE LA SEMANA
Bien, gracias
Hoy, obligatoriamente, hay que ser más feliz que nadie. Da igual si se te murió un hijo, una nuera y un nieto como es mi caso: lo importante es saber que con un «estoy bien» todos se van contentos y ya te llamarán o no, lo más probable. En la era de la inmediatez, todo vale, menos el sufrimiento o el dolor, ya que tras del shock inicial en el que teóricamente el mundo está contigo, los demás ya se centran en seguir con una inercia rotativa que les acapara el presente pensando en el futuro. Hoy no quedamos de un momento a otro, como antes, no vaya a ser que descuadre la agenda; nos ponemos una fecha para tomar un café, para comer, y no digamos para un corto viaje. ¡Cuán ilusos somos al pensar que dentro de un mes o un año organizaremos esa fiesta tan especial! En fin, como me dijiste: «Cuando aterricemos, te llamo». Esa llamada de «ya llegué» nunca existió y sí otra que me situó en un aquí y un ahora que muchos olvidan. No dejes las ilusiones para después.
María del Carmen Seoane Míguez. Betanzos (A Coruña)
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