Una increíble gesta española 220 años de la expedición contra la viruela, reconocida por la Unesco El cirujano Balmis y los 22 niños que salvaron millones de vidas

El médico personal del rey Carlos IV, Javier Balmis, y 22 niños con viruela se embarcaron en 1803 con un único propósito: recorrer América, China, Filipinas inoculando la vacuna contra la enfermedad. Protagonizaron una de las gestas humanitarias más importantes de la historia. La Unesco acaba de declarar Memoria del Mundo los documentos de aquella crucial expedición.
Miércoles, 05 de Julio 2023
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La tripulación se revuelve entre cuchicheos de motín, el capitán reconoce que están perdidos, no se atisba la costa, no hay viento y ¡solo les queda un niño!
El cirujano Francisco Javier Balmis está al borde del llanto: tras casi cuatro meses de aventura, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna –que él dirige– está a punto de fracasar frente a las costas de Venezuela. Necesitan tocar tierra. Necesitan niños: ellos son los transportadores de la vacuna. «Les habían inoculado el suero con el virus de la viruela bovina. A los seis o siete días aparecía el grano con pus varioloso o linfa. Se extraía esa linfa y se inoculaba a otro niño. De esta manera se llevó la vacuna desde España a América y Asia, en una empresa extraordinaria», explica el escritor Javier Moro, autor de A flor de piel (Seix Barral), novela en la que narra esta aventura épica. Es una increíble hazaña que ha estado olvidada durante años, pero que ahora recoge elogios y agradecimientos: la Unesco acaba de declarar Memoria del Mundo los documentos de la Expedición Balmis sobre la vacuna contra la viruela.

Niños de los arrabales
Tras unos días desesperantes de calma chicha, y la pérdida del rumbo, los expedicionarios arribaron a Puerto Cabello, a 150 kilómetros de distancia de Caracas. Al poco de llegar, recorrieron los hospicios y arrabales de la ciudad para conseguir su más preciado cargamento: niños pobres. A las madres les ofrecían llevarlos a México, donde recibirán educación como becados del rey de España. Eran niños de la calle, sin futuro.
Es una gesta poco divulgada porque coincidió con el declive hispano y la invasión napoleónica
Al contrario que en Puerto Rico, donde la expedición española no encontró más que escollos, Venezuela fue una bendición: el gobernador era un defensor de la vacuna y facilitó el trabajo de los expedicionarios. El 30 de marzo de 1804, los españoles vacunaron a 64 personas en Caracas. Días después crearon la primera Junta de Vacuna del continente americano, una institución en la que participaban eclesiásticos, autoridades y personalidades locales y que se encargaría de continuar con las vacunaciones cuando los expedicionarios partieran.

La expedición de la vacuna es la principal hazaña sanitaria del mundo ilustrado, una gesta impresionante y poco divulgada. Tuvo la mala fortuna de coincidir en el tiempo con la decadencia del imperio español, con la invasión napoleónica de España, con el despertar del ánimo independentista en América...

La misión recorrió la América española, viajó a Filipinas, estuvo en China... Dio la vuelta al mundo regalando vacunas. De manera totalmente altruista. Enfrentándose a caciques locales que se negaban a colaborar; desafiando los temores de las familias, recelosas de que a sus niños les inyectaran un pus infectado; e incluso encarándose con astutos comerciantes que pretendían mercadear con la vacuna. Los españoles la regalaban y dejaban a su paso Juntas de Vacuna, formadas por los párrocos, autoridades y personalidades locales y encargadas de continuar con las vacunaciones.

La epidemia avanza
Esta quijotada –así la bautiza Javier Moro– la protagoniza un grupo de lo más variopinto. Al frente está Francisco Javier Balmis: un cirujano alicantino tímido, con problemas para las relaciones sociales, un hombre dedicado al sacerdocio de la medicina al que apoyó, sin fisuras, el rey Carlos IV, a quien la viruela había arrebatado a su hija la infanta María Teresa.
La idea de esta misión prendió en 1802 con la viruela dando pavorosos latigazos de muerte en América. Esta enfermedad ha sido una asesina implacable, ha terminado con civilizaciones (se llevó por delante a 3 millones de aztecas), ha matado a 60 millones de personas en el siglo XVIII, a 300 en el XX...
Isabel Zendal, la única mujer de la expedición, resultó clave para tranquilizar a los niños a bordo
Era urgente actuar. El proyecto de Balmis sonaba disparatado: pretendía transportar el virus en los brazos de niños, formar una cadena de recipientes vivientes que atravesaran el océano. ¿Por qué niños? Porque tenían que ser sujetos que no hubieran estado en contacto con el virus, por eso desecharon la idea de utilizar a soldados. ¿Por qué huérfanos? Lo eran los primeros 22 chiquillos, que partieron de La Coruña porque no iban a regresar. Después, muchos niños que fueron reclutando en los distintos puertos de la singladura, hijos también de la miseria, eran devueltos a sus lugares de origen.

La misión había zarpado de La Coruña el 30 de noviembre de 1803 con el apoyo total del rey. Pero en América y en Asia la autoridad real quedaba muy lejos y hubo gobernadores y virreyes que no se prestaron a colaborar, funcionarios que se quisieron lucrar, eclesiásticos que entorpecieron su labor y niños que no fueron devueltos ni ingresados en las escuelas prometidas...
También hubo autoridades que se comportaron de modo ejemplar. Y niños que lograron un destino mejor: alguno fue después abogado en México. Resultó fundamental la colaboración de oligarcas que vacunaron a sus hijos en las plazas públicas y párrocos que divulgaron las bondades de la vacuna en sus sermones dominicales.
Esta vuelta al mundo sanitaria y humanitaria fue salvando obstáculos. Una dificultad muy importante, por ejemplo, de la que Balmis no se dio cuenta hasta que convivió con los primeros niños reclutados era la intranquilidad de los pequeños: lloraban, tenían miedo, alborotaban, se peleaban, se mareaban... La solución fue una mujer: Isabel Zendal, rectora del hospicio de La Coruña, la única mujer de la misión.
«No puedo imaginar un ejemplo más noble», dijo el inventor de la vacuna sobre la misión española
Isabel cuidaba de los niños y se le rompía el corazón cada vez que eran reemplazados. Muchos se quedaron en México: Carlos IV había prometido su ingreso en escuelas de oficios y hospicios. Isabel es, según Susana Ramírez –doctora en Historia de América de la Universidad Complutense de Madrid–, «la primera enfermera de la historia de la medicina hispana». De ella escribió Balmis que «perdió enteramente su salud, infatigable noche y día, ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre».

El subdirector de la expedición fue José Salvany, médico catalán que se dejó literalmente la vida en la empresa. La expedición se dividió y Salvany se encargó de llevar la vacuna a la América meridional: había que atravesar sierras, vadear ríos, vencer temperaturas imposibles y recelos inquebrantables... Salvany trabajó sin descanso escupiendo sangre, respirando estertores, sudando fiebre... Murió en Cochabamba (Bolivia). Solo.
El regreso de Balmis
El 7 de septiembre de 1806, Balmis besó la mano del rey en Madrid. Venía agotado de Filipinas, Macao y Cantón. El resto de los expedicionarios continuaban su labor irradiando salud por Lima, Barranquilla, Guadalajara de Indias, Zacatecas... Balmis fue el único que regresó a España: las guerras (de Independencia española, de Independencia americana) se interpusieron en el destino de estos héroes que vacunaron a medio millón de personas. Imposible calcular, además, el número de vidas salvadas con la puesta en marcha de las Juntas de Vacuna. Edward Jenner, el médico que había descubierto la vacuna de la viruela, dijo de ellos: «No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio».

Una vuelta al mundo sanitaria
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna partió de A Coruña el 30 de noviembre de 1803 y concluyó en 1810.
Llevó el remedio contra la viruela a Canarias, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México, Filipinas y China. Vacunó a 500.000 personas
FUENTES:
Memoria del Mundo Unesco
A flor de piel, de Javier Moro (Seix Barral)
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