
Entrevista con el cofundador de Moderna
Robert Langer: «Ya hemos salvado 28 millones de vidas»
El químico que impulsó las vacunas de ARN mensajero
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Entrevista con el cofundador de Moderna
El químico que impulsó las vacunas de ARN mensajero
Viernes, 03 de Mayo 2024, 11:28h
Tiempo de lectura: 10 min
Es usted de los que inventan y descubren cosas o de los que desarrollan inventos ajenos?». Robert Langer acababa de graduarse y buscaba trabajo cuando un ejecutivo del gigante petrolero Exxon le hizo esta pregunta. «Soy del segundo tipo –replicó–, pero espero convertirme algún día en alguien del primero». Langer tenía 26 años (cumplirá 76 en agosto) y no tardaría mucho en empezar a crear sus propios inventos. Pero no al servicio de una de las industrias más poderosas del planeta.
Rechazó los astronómicos salarios que le ofrecieron en cerca de 20 empresas químicas y de hidrocarburos –«no me sentía cómodo trabajando para ellos»– y aceptó un puesto mal remunerado en un hospital de Boston. Allí, un médico llamado Judah Folkman acababa de lanzar una revolucionaria teoría que abría una nueva vía para evitar el crecimiento de los tumores. La comunidad científica, sin embargo, no lo tomó en serio. Y para demostrar que estaba en lo cierto necesitaba ayuda. La de una mente creativa como la de Langer. Dos años después, él y Folkman publicaban en Nature sus conclusiones sobre un sistema inteligente y de precisión para administrar fármacos mediante nanopartículas llamado a revolucionar la medicina.
Desde entonces, sus ideas se han aplicado al tratamiento de enfermedades cardiovasculares, diabetes, esquizofrenia, alcoholismo, drogadicción... También es un pionero de la regeneración celular. Y en 2010 fundó la biotecnológica Moderna, célebre por sus vacunas contra la covid-19.
Por todo ello, este hijo del propietario de una licorería y un ama de casa, es el investigador más citado del mundo en publicaciones científicas, uno de los que más premios acumula (220, el Príncipe de Asturias entre ellos), dueño de más de 1400 patentes, cofundador de más de 40 empresas y, según Forbes, posee un patrimonio de más de 1200 millones de dólares. Aunque el dinero solo parece interesarle para poder seguir investigando. Hablamos con él de todo ello, y de nuevos avances científicos, en la sede madrileña de la Universidad Alfonso X, entidad que acaba de investirlo doctor honoris causa.
XLSemanal. A lo largo de su vida, ¿cuántas veces le han dicho: «Eso es imposible»?
Robert Langer. Lo imposible es saber el número exacto de veces que me lo han dicho [se ríe]. Muchas, muchísimas. Pero bueno, así funciona el mundo, la gente comienza siendo escéptica ante nuevas ideas y, con suerte, acaba cambiando de opinión.
XL. Empezó como ingeniero químico en medicina, pero ¿cómo era esta disciplina en aquel entonces?
R.L. En 1974, cuando me gradué, casi ni existía. Los ingenieros químicos en medicina se dedicaban sobre todo a hacer modelos matemáticos, diseñar prótesis, órganos artificiales externos... No era un campo especialmente atractivo.
■ Robert Langer es el padre de la liberación inteligente de fármacos. Su última aportación en este campo son las vacunas, comprimidos y microchips que, una vez en el interior del organismo, administran las dosis durante un determinado periodo de tiempo.
■ Gracias a ellos ya no será necesario acordarse de tomar una dosis cada ocho horas, dos veces al día…; el propio fármaco lo... Leer más
XL. ¿Cuál fue la primera pregunta que se hizo en su profesión?
R.L. «¿Y ahora qué hago?», nada más graduarme [se ríe]. Mis compañeros aceptaban jugosos contratos de petroquímicas, pero eso no me convencía. Yo también recibí ofertas difíciles de rechazar, veinte por lo menos, pero lo hice porque, a pesar de sentirme un poco perdido, tenía claro que debía usar mi profesión para ayudar a la gente.
XL. ¿Quiere decir que las empresas del sector petrolero y químico no ayudan a la gente?
R.L. Quiero decir que no me atraía lo que me ofrecían, no me habría sentido cómodo allí. Hice entrevistas de trabajo, cuatro solo para Exxon; en una de ellas me hablaron de que con determinada sustancia química se podría incrementar el rendimiento del crudo en un 0,1 por ciento y ganar miles de millones más. No era lo que quería hacer en la vida.
XL. Si, como decía, la ingeniería química en medicina era casi inexistente, ¿cómo acabó dedicándose a ello?
R.L. Al final encontré un puesto en el Hospital Infantil de Boston. Pagaban poco, y yo sería el único ingeniero allí, pero, desde el primer día, allá donde mirara veía problemas que resolver. Y eso era lo que necesitaba mi jefe, el doctor Judah Folkman, autor de una teoría revolucionaria sobre el modo en que avanzan los tumores y cómo detener su desarrollo.
XL. Tan revolucionaria que fue inicialmente rechazada…
R.L. En efecto [sonríe]. Folkman decía que los tumores segregan una sustancia llamada 'factor de angiogénesis', que hace que nuevos vasos sanguíneos crezcan hacia ellos, aportándoles alimentación y eliminando sus desechos. El cáncer necesita un gran suministro sanguíneo para crecer, así que, si cortáramos el crecimiento de esos vasos, podríamos detener su avance. Los científicos que evaluaron sus investigaciones las desestimaron diciendo que esos vasos eran, simplemente, el resultado de un proceso inflamatorio.
XL. Usted lo creyó. ¿Por qué?
R.L. Porque estaba allí, lo conocía, y sentía que aquella idea podía ser importante. ¡Por Dios, hablaba de una manera de detener el cáncer! ¿Se le ocurre una meta más trascendental? ¡Y quería que yo lo ayudase! Así que pensé: «Chaval, esto sí que puede ser un modo de ayudar a mucha gente».
XL. ¿Tiene una idea de cuántas vidas ha salvado aquel hallazgo?
R.L. Gracias a los hallazgos de Folkman se ha tratado ya a más de diez millones de personas con enfermedades neovasculares y formas diferentes de cáncer. Y, entre mis aportaciones a la medicina, el cálculo es de unos 18 millones más. Y más que espero seguir salvando…
XL. Hoy hay en el mercado muchos inhibidores de la angiogénesis del cáncer. Además, ese hallazgo fue clave en las vacunas contra la covid-19, que usan nanopartículas para su administración, pero sus innovaciones tardaron años en ser tenidas en cuenta...
R.L. Así es, porque muchos químicos e ingenieros dijeron que nuestro trabajo era incorrecto. Y esas reacciones negativas dificultaron que obtuviera fondos para investigar y que accediera a puestos universitarios, pero no me rendí. Desde aquella primera publicación en Nature pasaron 28 años hasta que la FDA aprobó el primer medicamento contra el cáncer administrado con nanopartículas. Por suerte, hoy hay mucha gente trabajando con ARN mensajero en tratamientos personalizados contra el cáncer y otras patologías. Y el sistema de entrega con nanopartículas es un elemento decisivo.
XL. Ante tanto rechazo, ¿qué visión tenía entonces sobre las grandes farmacéuticas?
R.L. Son un pilar básico del sistema, fabrican medicamentos y salvan muchas vidas. Dicho esto, no se caracterizan por correr riesgos. Sobre todo porque si lo hacen les pueden demandar por miles de millones de dólares. Además, son tan grandes que es muy difícil penetrar en su complejo proceso de toma de decisiones.
XL. Ha participado en la fundación de más de cuarenta empresas. ¿Fue la única manera de desarrollar sus proyectos?
R.L. Desafortunadamente, sí. El mejor ejemplo fue la vacuna de la covid-19. Apenas tres empresas –Moderna, BioNTech y CureVac; una estadounidense y dos alemanas– habíamos apostado por la vía del ARN mensajero, todas pequeñas, hasta que Pfizer se sumó en 2020. Asumimos ese riesgo porque ninguna grande lo hizo hasta la pandemia. Tampoco ningún Gobierno. Por eso, nos pilló trabajando en ello.
XL. Ese éxito ¿les ha abierto más canales de financiación?
R.L. No creas. Siempre es difícil conseguir dinero, no importa quién seas o qué hayas hecho, en las grandes farmacéuticas siempre hay gente que disfruta diciéndote: «Lo siento, tus ideas no funcionan».
XL. ¿La pandemia ha mejorado el apoyo de los gobiernos e instituciones a la ciencia?
R.L. Puede que un poco, pero no ha sido un cambio drástico. Queda mucho por mejorar.
XL. De no haber sido por la pandemia, ¿cuál hubiera sido el desarrollo de las vacunas con ARN mensajero?
R.L. Es indudable que lo aceleró todo, pero el éxito de Moderna ante la pandemia se debe a que, a finales de 2019, ya teníamos listos trece productos de este tipo; entre ellos, ocho vacunas.
XL. ¿Aprobados por el regulador?
R.L. No, en fase de ensayos clínicos, pero lo suficientemente desarrollados para dar el paso a humanos. Tarde o temprano habríamos llegado al mismo lugar porque la compañía estaba en una posición muy sólida.
XL. Además de las vacunas contra la covid, ¿en qué otros campos se ha utilizado su tecnología de administración de fármacos por nanopartículas?
R.L. Hay un amplio campo de actuación. Ya se usa en ensayos clínicos con enfoques de edición de genes y ARN, en técnicas como CRISPR… Y veremos vacunas para casi todo: cáncer, virus respiratorio sincitial humano (VRS), zika, gripe, tratamientos para enfermedades raras como fibrosis quística o trastornos por deficiencia y alteraciones de enzimas, que afectan a muchos miles de personas…
XL. ¿Cuántas patentes tiene registradas?
R.L. Entre 1400 y 1500.
XL. En 2022 fue incluido en la lista de multimillonarios de Forbes. ¿Cómo se lo tomó?
R.L. Me dio un poco de vergüenza. No me dedico a especular con acciones, nunca he vendido una sola acción de Moderna, por ejemplo; nunca me ha movido hacerme rico y nunca he aceptado un trabajo por el salario. Mi objetivo vital y profesional siempre fue buscar cosas que marcaran una diferencia. Así que no encajo mucho en esa lista.
XL. ¿Hasta qué punto las patentes son necesarias?
R.L. Son esenciales porque crear algo nuevo en el área médica es extremadamente caro y lleva mucho tiempo. Algunos gobiernos financian etapas iniciales de investigaciones y eso ha permitido realizar descubrimientos importantes, pero desarrollar un fármaco y ponerlo con seguridad en el mercado ya es otra cuestión. Hacer ensayos clínicos durante años, fabricarlo en grandes cantidades, distribuirlo... implica una inversión multimillonaria. ¿Y de dónde sale ese dinero? De inversores privados. Y las patentes son la garantía de que tendrán un retorno. Si no existieran, en lugar de invertir en Moderna lo harían en algo con menos riesgo.
XL. Pero el retorno económico implica muchas veces cifras desorbitadas; además, hay patentes cuya liberación podría salvar millones de vidas. ¿No debería revisarse la duración de determinadas patentes?
R.L. Es una cuestión muy delicada. Fijar la vigencia de las patentes corresponde a los reguladores y ahora son veinte años. Me parece justo que haya límites, pero también que quien dedica tiempo y dinero a crear un fármaco obtenga una compensación. Esto es fundamental para incentivar la innovación y la investigación.
XL. Ante un caso como la covid-19, ¿no se habrían salvado vidas en países con escasos recursos liberando las patentes?
R.L. En primer lugar, sin las patentes no habríamos podido desarrollar esas vacunas. Por otro lado, tampoco se hubieran solucionado los problemas de logística y, sobre todo, de producción, ya que fabricar estas vacunas tecnológicamente tan novedosas no lo puede hacer cualquiera. Agravaría el problema.
XL. Y se le echarían aun más encima los antivacunas...
R.L. Efectivamente, poner vacunas en el mercado sin las debidas garantías es regalar munición al creciente movimiento de los antivacunas. Y eso es muy preocupante. Si se lanzan vacunas defectuosas, podría crearse un problema mayor de salud pública.
XL. Otra aportación suya es crear tejido humano con polímeros biodegradables. ¿Qué partes del cuerpo se pueden reparar ya?
R.L. Piel y vasos sanguíneos, con impresionantes resultados; y se trabaja en órganos, médula espinal, huesos, músculos…
XL. Los humanos vivimos cada vez más, pero ¿hasta qué límites se podrá prolongar la vida?
R.L. No creo que podamos alcanzar la eternidad. La vida siempre tendrá sus límites. Con la ayuda de la tecnología se podrán mantener habilidades físicas por más tiempo y la esperanza de vida seguirá aumentando, pero mantener sin daños el cerebro será más complejo. Y es, al final, el órgano del que depende todo.
XL. ¿Se está acostumbrando a venir a España?
R.L. [Se ríe]. España ha sido muy buena conmigo. Tras el Príncipe de Asturias y el BBVA Fronteras del Conocimiento, la Universidad Alfonso X me nombra doctor honoris causa. He recibido muchos reconocimientos, pero me encantan los que me dan en España. Da gusto venir.