La increíble vida (y muerte) del creador del primer antivirus Caso abierto El suicidio de John McAffe. ¿Por qué dos años después su cuerpo sigue en Barcelona?

El cadáver del hombre que inventó el primer antivirus comercial de la historia lleva dos años en una morgue de Barcelona. Detenido en nuestro país por fraude fiscal en Estados Unidos, se ahorcó en su celda. Nadie explica por qué su cuerpo sigue aquí, aunque su viuda reclama su repatriación. Si la muerte de John McAffe te parece increíble... Prepárate a leer su historia
Esta historia tiene de todo: asesinato, sexo, drogas, armas, prostitución, cárteles, fugas, criptomonedas, delitos informáticos, engaños, manipulación y, elevándose sobre tan estrambótica trama, el ego de un hombre que presumía de tener el mundo en sus manos. Hablamos del difunto John McAfee, el genio de los ordenadores que se hizo millonario tras crear el primer antivirus comercial de la historia y llevó después una vida plagada de excentricidades, polémicas e incluso conductas delictivas.
Detenido en España en octubre de 2020 –Estados Unidos lo reclamaba por fraude y evasión fiscal–, apareció ahorcado en su celda de la cárcel Brians 2, en Barcelona, nueve meses después. Tenía 75 años. La autopsia concluyó «suicidio» y en el bolsillo de sus pantalones se halló la nota correspondiente.
Hoy, año y medio después, el cuerpo de McAfee sigue en España, preservado a 18 grados bajo cero en el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Cataluña. Nadie en el juzgado que asumió el caso explica por qué el cadáver sigue en España.
«No acepto la historia de su suicidio», dice su viuda, que exige la entrega del cuerpo y una nueva autopsia. Ante el silencio de la Justicia española ha lanzado una recogida de firmas en Internet
Ni siquiera lo sabe su viuda, Janice McAfee, una prostituta a la que retiró del oficio en 2013 para convertirla en su tercera y última esposa. Janice exige la entrega del cuerpo, al que desea realizar una segunda autopsia y abrir una investigación sobre su muerte. De hecho, a resultas de la parálisis de la Justicia española, ha lanzado una recogida de firmas en Change.org en la que Janice escribe: «Los eventos que rodearon su muerte se han mantenido en secreto y no acepto la historia de su suicidio».
Asegura ella que McAfee nunca tuvo intención de quitarse la vida, que habló con él poco antes de morir, que le dijo que la amaba y que hablarían de nuevo esa noche. Lo hacían a menudo, ya que ella publicaba sus frecuentes tuits, dictados al teléfono desde prisión. «Si un día muero estando cautivo que nadie dude de que he sido asesinado», dijo en uno de ellos. «Estoy contento aquí. Tengo amigos. Todo está bien –fue uno de los últimos que subió, culminado este con una críptica referencia al pederasta Jeffrey Epstein–: Sé que si me ahorco 'a la Epstein' no será culpa mía».
Suicidio o asesinato, vivo o difunto –hay quien dice que no ha muerto–, lo cierto es que McAfee parece habérselas arreglado para mantener el inquietante y conspirativo hilo argumental que sostuvo el relato de su vida. Libros y documentales han indagado en su extravagante trayectoria. El último: Vivir sin freno: el turbulento mundo de John McAfee, en Netflix. Todos, sin embargo, ofrecen más preguntas que respuestas.

Hijo de Don McAfee, combatiente de la Segunda Guerra Mundial, John nació en 1945 en una base estadounidense en Reino Unido. El alcoholismo de Don y las palizas que les daba a su madre y a él marcaron su infancia, concluida de forma trágica a sus 15 años, cuando su padre se pegó un tiro. Versión esta sobre la que genera dudas el documental de Netflix al plantear que pudo ser el propio John quien disparara. «Llegó un punto en que hice algo al respecto», admite en una grabación.
Años después, McAfee se licenció en Matemáticas y, mientras intentaba doctorarse, fue expulsado de la universidad por acostarse con una estudiante. La chica se convertiría en su primera esposa y, al poco, en madre de su hija. La única reconocida, por lo visto, ya que en 2018 aseguró en un tuit que tenía 47 hijos y 61 nietos. A la niña, por cierto, la abandonó. Y en las entrevistas censuraba las preguntas sobre ella.
En 2012 huyó de Belice, donde se lo asocia con dos asesinatos: el de un joven torturado por sicarios al servicio del magnate, y el de su vecino, con el que discutió a cuenta de sus perros
Turbulencias personales aparte, el joven McAfee ingresó en la NASA y trabajó tres años en el legendario programa Apolo. Encadenó después empleos como diseñador y consultor de software, y montando sistemas operativos para empresas como Univac, Xerox, Computer Sciences Corporation, Booz Allen Hamilton, Lockheed... Fue trabajando para este gigante de la industria aeroespacial y militar cuando conoció los estragos causados por Brain, el primer malware diseñado para PC, e intuyó el potencial de crear un antivirus y comercializarlo. Lo llamó VirusScan y, tres años después, ya ingresaba cinco millones de dólares anuales. Se convirtió así en el padre de la ciberseguridad, un visionario. Estatus que precipitó también una inquietante carrera de excentricidades.
En su primera empresa, por ejemplo –se cuenta en otro documental, Gringo: the dangerous life of John McAfee, de 2016–, animó a sus empleados a practicar sexo en los despachos en una peculiar competición. McAfee, sin embargo, se aburrió rápidamente del éxito y en 1994 vendió su parte de la compañía. A partir de ahí, una especie de dispersa hiperactividad guio sus pasos: creó un programa pionero de mensajería instantánea, apps diversas, invirtió en una empresa de cortafuegos digitales, asumió cargos en empresas ajenas y se convirtió en gran impulsor de las criptomonedas.

Fuera del ámbito digital, además, adquirió una inmensa propiedad en Colorado, donde abrió un centro de yoga y meditación; desarrolló unos esquíes con propulsores que causaron la muerte de una persona en Arizona; fundó una compañía de vuelos ultraligeros; otra para producir antibióticos a base de plantas medicinales en Belice; realizó numerosas inversiones inmobiliarias y perdió la mayor parte de su fortuna durante la crisis de 2008.
Todo eso en el mundo de los negocios. Desde una aproximación más personal, hablamos de un sujeto que aseguraba haber extraído información delicada de ordenadores de diversos gobiernos, incluido el norteamericano, aunque nunca llegara a filtrar una coma en ese sentido. Un hombre que en 2012 huyó de Belice, país donde se le asocia con dos asesinatos: el de un joven torturado por sicarios supuestamente al servicio de McAfee, y el de su vecino, hallado muerto tras mantener un agrio desencuentro con él a cuenta de sus perros.
Ingresó en la NASA y trabajó tres años para el programa Apolo. Cuando conoció los estragos del primer virus diseñado para PC, se puso manos a la obra y se convirtió en el padre de la ciberseguridad
De vuelta en su país intentó postularse dos veces a la presidencia de la mano del Partido Libertario –mínima intervención estatal, desregulación total, drástica reducción de impuestos...– mientras tuiteaba extravagantes teorías conspirativas a sus más de un millón de seguidores en Twitter y exaltaba las bondades de las 'sales de baño', una potente droga sintética que él mismo consumía.
Durante años, además, McAfee denunció que un cártel de la droga quería matarlo, aunque nunca aportara pruebas al respecto. Activista de la posesión de armas, en sus casas había agujeros de bala por todas partes y vivía protegido por un fiel séquito de mercenarios. En Belice llegó incluso a tomar el control de una región contratando a delincuentes locales para crear una fuerza de seguridad.
Y, en el episodio que marcaría su final, fue acusado de evasión y fraude fiscal por valor de 23,1 millones de dólares. Por esa razón fue detenido en el aeropuerto de Barcelona e ingresó en Brians 2. Se mató justo después de que el juez aceptara la petición de su país para extraditarlo.

Nada más conocerse su muerte, sin embargo, muchos seguidores de McAfee comenzaron a difundir la teoría de que seguía vivo. Alimentada con el tiempo por el silencio judicial español, la idea recobró bríos con el documental de Netflix. En él Samantha Herrera, amante de sus días en Belice, revela que, dos semanas después de su muerte, recibió una llamada desde Texas: «Hola, soy John –dijo la voz al otro lado–. He pagado para hacerme pasar por muerto, pero no lo estoy. Solo hay tres personas que saben que sigo vivo». Y, entonces, la mujer añade: «Me pidió que me fugara con él». Herrera mira de reojo a la cámara, sonríe, la película funde a negro y entran los títulos de crédito.
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