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Viernes, 03 de Octubre 2025, 10:51h
Tiempo de lectura: 10 min
Es un hermoso día en la ciudad de Nueva York y Woody Allen, de 89 años, está sentado en su casa mientras su esposa desde hace 27, Soon-Yi, prepara el almuerzo. Le pregunto a Allen cómo se hizo amigo de un vecino tan particular, el financiero y pedófilo convicto Jeffrey Epstein.
«Alguien, un publicista, nos invitó a Soon-Yi y a mí a cenar en casa de Jeffrey con uno de esos miembros de la realeza británica. No puedo recordar el nombre porque no sigo a la realeza con interés», dice.
–¿El príncipe Andrés?
–«Correcto. Soon-Yi quería conocerlo, así que fuimos a cenar».
Eso ocurrió en diciembre de 2010, pocos meses después de que el magnate cumpliera condena y arresto domiciliario por captar a una menor con fines de prostitución.
«Había una veintena de personas allí, y conocíamos a muchas de ellas del mundo del espectáculo. No quiero decir quiénes estaban. A Jeffrey no lo conocíamos de nada, pero toda esa gente estaba allí y lo abrazaba, así que pensamos: 'De acuerdo, es un personaje importante'», continúa Allen.
–¿No sabía que Epstein era un delincuente sexual convicto?
–Nos dijo que había estado en la cárcel, que lo habían..., no recuerdo la palabra..., que lo habían encarcelado erróneamente.
–¿Extorsionado?
–Correcto, extorsionado. Nos dijo que estaba tratando de compensarlo haciendo filantropía y dando dinero a científicos y universidades. No pudo ser más amable.
A juzgar por el gran número de personas que asistían a las cenas de Epstein, Allen no fue el único que creyó esa historia. De hecho, durante años, él y Soon-Yi fueron invitados habituales. «Siempre había una mesa con gente ilustre, profesores universitarios, científicos, premios Nobel, personas relevantes a las que era interesante escuchar. Nunca, nunca, vimos a Jeffrey con chicas menores de edad. Siempre tenía una novia, pero no era menor de edad».
–¿Ghislaine Maxwell?
–No, ella no.
Le pregunto a Soon-Yi, de 54 años, qué le pareció el príncipe Andrés. Pone los ojos en blanco. «No lo soportaba. ¡Era un aburrido total!», dice entre risas.
Allen acaba de escribir su primera novela, What's with Baum?, que se publica poco antes de su 90 cumplea-ños. «Siempre quise escribir libros; me parecía una buena manera de vivir. Pero la gente me ofrecía dinero para hacer películas, así que sentí que debía aprovechar el tirón porque esas opor-tunidades se acaban. Aunque esperaba que se acabaran antes», explica.
El libro cuenta la historia de un judío de mediana edad, Asher Baum, cuya carrera como novelista se derrumba tan rápido como su matrimonio. Para empeorar las cosas, un periodista está a punto de acusarlo de acoso sexual y su hijastro, un oportunista, publica una novela que recibe todos los elogios que Baum ansía recibir.
Aunque la novela ofrece material para el debate, la vida personal del cineasta ha vuelto a eclipsar su trabajo. Recientemente, The New York Times ha publicado fotos del interior de la mansión de Epstein, incluida una carta de Allen sobre las «muchas veces» que él y Soon-Yi fueron invitados a cenar allí. Según los informes, formaba parte de un conjunto de cartas reunidas por alguien no identificado para el 63 cumpleaños de Epstein, en 2016. Entre los demás contribuyentes se menciona al ex primer ministro israelí Ehud Barak y al profesor emérito Noam Chomsky. Pero solo la carta de Allen se publicó íntegra.
Poco después se dio a conocer otro libro con cartas de cumpleaños para Epstein, esta vez de 2003, mucho más comprometedoras que la de Allen, pero la suya tuvo el impacto de ser la primera en publicarse. En ella comparaba –aparentemente en tono irónico– a Epstein con Bela Lugosi, el actor que interpretó a Drácula, y lo describía con «tres jóvenes vampiresas que atienden la casa… uno puede imaginarlo durmiendo en tierra húmeda».
A pesar de los «invitados ilustres» que acudían a las cenas, Allen se queja en la carta de que las comidas eran «pobres» y «no servían bebidas» hasta que, gracias a la «insistencia» de Soon-Yi, Epstein aprendió a organizar una cena «civilizada»: «No se puede tener todo en el castillo de Drácula».
Muchos han interpretado la misiva de Allen como una confirmación de las presuntas conductas turbias del cineasta. Sus defensores, por el contrario, sostienen que confirma lo que él siempre ha dicho: que solo fue a la casa de Epstein acompañado de su esposa. Lo que es indudable es que, aunque la carta no pruebe nada, ha añadido más leña al fuego que rodea al cineasta desde hace más de tres décadas.
Todo empezó en 1992 cuando se supo que Allen, entonces de 56 años, mantenía una relación con Soon-Yi, de 21; hija adoptiva de su pareja, Mia Farrow, y del exesposo de esta, el director de orquesta André Previn. Allen y Farrow, por su parte, tuvieron dos hijos adoptivos, Moses y Dylan, y uno biológico, Ronan, aunque Allen siempre mantuvo su propio apartamento y nunca convivió en la misma casa que los niños.
Ese mismo año, en 1992, Farrow acusó a Allen de abusar de su hija adoptiva Dylan, de 7 años, y, aunque ante la falta de evidencias la opinión pública ya casi se había olvidado del asunto, el movimiento #MeToo cambió las tornas. De hecho, todavía hay medios que hablan de él como de un depredador sexual al estilo Harvey Weinstein, aunque este atacara a múltiples mujeres y fuera condenado, y Allen ni siquiera fuera imputado. En sus memorias, publicadas hace cinco años, Allen describió su frustración ante la insistencia de que se lo tilde sin pruebas de abusador de menores.
Por otro lado, es difícil no ver similitudes entre el argumento de su novela y su propia vida. El protagonista es un personaje muy al estilo Allen –judío, ingenioso, obsesionado con la muerte– y su mujer recuerda innegablemente a Farrow: le gustan los hombres que son fuerzas creativas (Farrow estuvo casada con Frank Sinatra antes de sus relaciones con Previn y Allen) y su relación con su hijo roza lo patológico, tal como Allen describió la de Farrow con varios de sus hijos. Además, cuando el protagonista de su novela se entera de que un periodista está a punto de acusarlo de conducta sexual inapropiada, un amigo le advierte: «Hoy, una acusación equivale a una condena».
–No sería raro que los lectores vieran en esa frase una referencia a su vida.
–Que vean lo que quieran, no me molesta lo más mínimo –responde con irritación.
–De acuerdo, pero el hecho de que incluya esa frase sugiere que esto todavía lo trastorna...
–No, no, no, lo estás interpretando mal. Todo lo que he hecho en mis libros y películas es solo para entretener a la gente. No tengo otro motivo.
–Tal vez la conexión más visible entre el protagonista de su novela y usted sea que ambos creen que escribir les permite mantener a raya la mortalidad. ¿Por eso ha hecho 50 películas y ahora, a los 89 años, trabaja en su segunda novela?
–Sabes, «la casa siempre gana». Así que la única solución que encontré es la distracción.
Pero el trabajo, lejos de ser una distracción para Woody Allen, es la propia vida. Distracción es todo lo demás. «Apoya la nariz en la piedra de afilar. No levantes la vista», escribe en sus memorias. Quizá por eso se niega a leer nada sobre sí mismo en los medios. «Cuanto menos preocupado estés por ti mismo, mejor, así puedes dedicar todo tu tiempo a trabajar y no a pensar 'oh, creen que soy un genio' u 'oh, creen que soy un tipo terrible'», dice.
Curiosamente, a Allen le sorprende que la gente crea que está obsesionado con la relación de señores mayores con chicas jóvenes, a pesar de que el tema sea recurrente en su 0bra, incluida Manhattan (1979), donde un hombre de mediana edad (Allen) sale con una chica de 17 años (Mariel Hemingway).
«Pero la edad nunca fue un tema para mí. Quiero decir, mi primera esposa (Harlene Rosen) era unos tres años menor que yo. Mi segunda esposa (Louise Lasser) tenía un par de años menos. Keaton era de mi edad. Nunca fue algo en lo que pensara», afirma. E insiste en que, si hubiera dejado a Farrow por «una azafata», su reacción habría sido la misma que cuando la dejó por Soon-Yi: «Habría habido diferencias superficiales, pero el final habría sido el mismo».
Contrariamente a la percepción popular, Soon-Yi no es ni hijastra ni hija adoptiva del cineasta. Ambos tienen dos hijas adoptivas –Bechet, de 26 años, y Manzie, de 25–. Le pregunto cómo las protegió de oír las cosas horribles que se decían sobre su padre. «¡No hubo nada de lo que protegerlas! La gente cree que sí, pero no. Sabes, quizá tuve suerte, porque todo ocurrió tarde en mi vida, tan tarde que ya no importaba. Pero nunca tuvimos problemas prácticos. Hice películas, toqué con mi banda de jazz. Fuimos de gira. Escribí libros, obras de teatro. No tuvo ningún efecto práctico. Probablemente, si hubiera tenido 25 o 35 años, podría haber sido un problema, pero ahora me acerco a los 90 y he hecho 50 películas, ¿sabes? Así que nunca me afectó, las chicas lo pasaron bien, fueron a buenos colegios aquí en Nueva York y luego a la universidad. Ahora están trabajando. Nunca ha habido ningún problema».
En 2019, Amazon canceló un acuerdo de cuatro películas con Allen después de que él dijera que «debería ser la cara del movimiento #MeToo», en referencia a los «cientos de actrices» que trabajaron con él y nunca se quejaron. Desde entonces ha hecho algunas películas, pero ya no al ritmo de antes. ¿Han desaparecido las oportunidades de las que hablaba?
«No, pero la industria ha cambiado tanto que ya no es tan divertida. Antes tenía glamour, pero ahora todo es televisión y streaming, y las salas de cine están en decadencia. Cuando empecé, buscaba la aprobación de Ingmar Bergman, Fellini, Truffaut. Eso terminó. Y mis amigos se han ido», dice. En el último año, Allen perdió a los más cercanos: el guionista Marshall Brickman, con quien escribió El dormilón, Annie Hall y Manhattan, y el actor Tony Roberts, que apareció en muchas de sus películas. «Los extraño. No tengo muchos amigos. La gente sabe quién soy, pero no me conoce».
–¿Cómo llena sus días ahora?
–Bueno, estoy en casa, termino mi desayuno y mis ejercicios, y escribo. Luego hago una pausa para almorzar con Soon-Yi. Después vuelvo a escribir, practico con el clarinete. Luego ceno con Soon-Yi.
De todas las sorpresas que Allen ha dado a sus fans y críticos, la más relevante es su largo matrimonio con Soon-Yi. «Si me hubieras dicho hace años que me casaría con una chica mucho más joven y que no tenía ninguna relación con el espectáculo, habría pensado que las probabilidades eran de una entre un millón. Pero ella es fantástica, es un placer estar con ella, así que pasamos mucho tiempo juntos», afirma.
–Con todo lo que sabe ahora, ¿se arrepiente de haber ido a cenar a casa de Epstein?
–Bueno, soy escritor, así que no me dejo intimidar. Esas cenas fueron fascinantes y, cuando todo salió a la luz, se convirtieron en algo interesante para un escritor, porque estás tratando con un personaje turbio que vive junto a tu puerta.
–En su carta se refería a Epstein como Drácula, así que, sin duda, percibía que era inquietante.
–Sabes, de nuevo exagero y hago bromas. Pero él era encantador y afable.