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Michelle Obama: «Yo no voy a desaparecer»

Entrevista con la ex primera dama de EEUU

Michelle Obama: «Yo no voy a desaparecer»

Mientras estuvo en la Casa Blanca, Michelle Obama descubrió su propio código para conectar directamente con los ciudadanos: la moda. A sus 61 años, la ex primera dama nos lo cuenta en esta entrevista, llena de anécdotas jugosas.  

Jueves, 18 de Diciembre 2025, 18:32h

Tiempo de lectura: 10 min

Michelle Obama dejó la Casa Blanca hace ocho años, pero conserva el magnetismo de una estrella mundial. Por eso resulta algo surrealista charlar con ella vía Zoom sobre un tema que siempre ha tratado de esquivar: la moda. Su nuevo libro, The look, elaborado junto con su estilista Meredith Koop, repasa las historias que hay detrás de cada uno de sus atuendos más famosos. «Lo que llevaba puesto era importante… La gente esperaba ver qué me ponía y, una vez captada su atención, escuchaban lo que tenía que decir. Ese es el poder blando de la moda», dice ahora.

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Siempre expuesta. A sus 61 años, Obama ha seguido con una agenda intensa: libros, pódcast, la labor de su fundación... Y ahora se atreve a vestir realmente como quiere. Entre 2018 y 2021 fue la mujer más admirada según las encuestas, pero nada la preparó para los miles de artículos críticos sobre sus brazos, su estatura o su voz.

A sus 61 años, y tras el fin del mandato de su esposo, Barack Obama, Michelle ha seguido con una agenda intensa. Desde 2016 ha publicado dos libros, entre ellos, Becoming (2018), unas memorias de las que se vendieron 17 millones de ejemplares; también ha fundado con Barack la productora Higher Ground Productions; y ha lanzado un pódcast, IMO, junto con su hermano, Craig Robinson. A ello se suman programas de cocina y varias iniciativas para la juventud impulsadas desde la Obama Foundation. Entre tanta actividad, califica The look como un proyecto «divertido». Una de sus motivaciones para escribirlo es agradecer públicamente el trabajo de su estilista, con quien lleva casi dos décadas colaborando. «Quiero que la gente sepa cuánto trabajó esta joven». Su labor no se limitaba a elegir vestidos: debía «entender la política que había detrás: saber si algo ocurría en una casa de moda, si algún diseñador había hecho algo cuestionable». Obama muestra el mismo agradecimiento hacia los otros miembros de la que todavía llama su «tríada»: el maquillador Carl Ray y las peluqueras Yene Damtew y Njeri Radway. 

«Con mi ropa captaba la atención de la gente y así lograba que me escucharan»

Desde el vestido de Jason Wu de un solo hombro, que llevó al baile inaugural de 2009, hasta el rosa y azul de Tracy Reese para la Convención Nacional Demócrata de 2012, la estilista de Obama siempre tenía un segundo vestido preparado por si fallaba la cremallera del primero. «[Ella localizaba a todos los] diseñadores, [hacía toda la] investigación… ¡Por eso es brillante! –dice Obama con una sonrisa–. Venía con un mes [de propuestas] y me explicaba sus criterios». De ese perchero, Obama seleccionaba lo que le gustaba. «Sabía que, si lo había traído Meredith, era seguro: detrás había una reflexión y una estrategia; solo tenía que elegir lo que me gustara. Nunca me puse algo que no me gustara».

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La polémica sobre sus brazos. Sus vestidos sin mangas generaron tanta controversia que la prensa lo bautizó como Armgate. Sin embargo, otras primeras damas, como Jackie Kennedy, habían lucido atuendos similares sin escándalo. Obama califica las críticas como «pura hipocresía» y una forma de cuestionarla por ser una mujer negra en el poder.

Solo tenía una norma: evitar lo excesivamente vanguardista. «La moda rompedora no me funciona porque no quiero que la ropa hable antes que yo. Tomaba el pelo a Meredith cuando traía algo con un lazo enorme…».

«Ser la primera primera dama negra era como salir disparada de un cañón. Soy la prueba viviente de que los estándares son muy distintos. ¡Hubo muchas primeras damas antes que yo que no llevaron mangas!»

 «Yo era una primera dama muy activa –explica–. Mi día a día podía incluir escarbar en la tierra con alumnos de primaria; luego cambiarme rápido para dar un discurso ante madres de militares; después correr a la Super Bowl; y luego ir a una escuela para otra intervención». Salvo contadas excepciones –como el vestido rosa de Atelier Versace que lució en su última cena de Estado, ofrecida al primer ministro italiano y a su esposa–, Michelle Obama siempre eligió diseñadores estadounidenses. «Tenemos tantos extraordinarios que no había razón para no promoverlos», cuenta. Además, «que yo me pusiera el vestido de un diseñador joven podía, literalmente, cambiarle la vida». Por otro lado, llevar sus creaciones era una forma de llevar a la práctica los valores que ella defiende. «Siempre pensaba: ¿cómo compartimos este pastel que es Estados Unidos con más gente? ¿Por qué debería quedarse siempre en manos de los mismos cinco diseñadores? ¿Por qué no abrir esa oportunidad, del mismo modo que Barack y yo queríamos abrir la Casa Blanca?».

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Nada de pelo afro. Mientras fue primera dama recurrió a pelucas. «Quería salir de la Casa Blanca con mi familia, mi equilibrio mental y mi pelo sanos e intactos. No era momento de hacer una declaración con mi cabello». La ley Crown (que protege a empleados y estudiantes contra la discriminación racial por el cabello) aún no se había aprobado.

La cuestión del presupuesto que se manejaba para su vestuario es algo que interesó hasta a su propio esposo, que llevó el mismo esmoquin a todos los eventos durante los ocho años de mandato. «Barack solía decir: 'No somos gente de ropa de diseño'», recuerda en The look. Todos los vestidos de cenas y actos oficiales eran obsequios que luego se donaban a los Archivos Nacionales. Aun así, el gasto en vestimenta era elevado. «A él le costaba entender todo lo que implicaba vestirme: que era un proceso, y era costoso».

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«No podía permitirme errores». En su primera foto oficial como primera dama, publicada en marzo de 2009, Michelle Obama lucía un vestido negro sin mangas de Michael Kors, que complementó con un collar de perlas blancas. La criticaron por ser un look demasiado veraniego e informal.

The look está lleno de anécdotas –por ejemplo, que fue Oprah quien introdujo a Michelle en la moda de diseño enviándole una caja de prendas de Ralph Lauren en 2009–, pero el libro es también, como la ropa misma, un caballo de Troya: aborda la experiencia de ser mujer, la política del pelo afro, los criterios que hacen a alguien respetable y el llamado 'impuesto de la belleza' de las mujeres. Ese «engorro profundo y permanente». «En la Casa Blanca –cuenta Michelle– tenía estilistas y peluqueros porque no había manera de que pudiera saber qué ponerme cada día si quería hacer el resto de mi trabajo». Y añade: «Era un lujo. Una mujer normal no tiene un equipo ni tiempo ni presupuesto… Y es cuando esa carga se vuelve real». 

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Las botas y la nueva Michelle. «Jamás hubiéramos dejado entrar esas botas a la Casa Blanca. Pero, desde entonces, he querido compartir esa versión de mí —divertida, brillante, chispeante— con el resto del mundo». Las llevó en 2018, costaban 3900 dólares y brillaban como un «millón de soles».

Desde que dejó la Casa Blanca en 2017, Michelle ha llevado el pelo recogido en trenzas la mayor parte del tiempo. Pero durante la presidencia de su esposo recurrió a pelucas, porque, de lo contrario, afirma, no le habría quedado pelo de tanto alisarlo. («Quería salir de la Casa Blanca con mi equilibrio mental, mi familia y mi cabello sanos e intactos», escribe en The look). Entonces, las trenzas no eran una opción. «Me criticaron por enseñar los brazos. Cuando le di un puñetazo amistoso a Barack, nos acusaron de terroristas», recuerda entre risas. «Siendo la primera primera dama negra, la primera familia negra viviendo en una pecera política en la que todos buscaban ganar puntos o convertirnos en 'otros', no era el momento de hacer una declaración política con el pelo. ¿Te imaginas los artículos?  Cuando me corté el flequillo, aquello se convirtió en un 'oh, Dios mío, ¿qué significa eso?'».

«Cuando el director de comunicación de tu marido te dice: 'Tienes que suavizarte y suavizar tu tono', aparece una señal de alarma que te hace mirar alrededor y preguntarte: '¿Qué está pasando?'»

En The look, Obama escribe: «No podía permitirme errores». Pero la crítica era inevitable. Como la tormenta mediática que se levantó cuando llevó pantalones cortos en una visita al Gran Cañón en 2009. «El incidente de los shorts al bajar del avión me enseñó que no vale la pena. No compensa que un viaje importante a uno de nuestros tesoros nacionales quede empañado por una distracción». Y eso que no eran precisamente unos shorts diminutos. «Eran los más conservadores que han pisado el Air Force One –dice riendo–. Desde ese momento nos volvimos más astutas. Más estratégicas, más reflexivas». Por eso, para evitar que la ropa eclipsara su visita a la Casa de los Esclavos en Senegal, eligieron un sencillo conjunto de pantalones capri beis y camisa.

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El escándalo de los pantalones. En agosto de 2009, Obama cometió el 'pecado' de llevar bermudas para una caminata por el desierto de Arizona, lo que desató titulares escandalosos como «los shorts que se escucharon en todo el mundo». Ahora comenta con humor: «Han sido los pantalones más conservadores que han pisado el Air Force One. Pero fue un error», reconoce.

Todo esto lo recuerda como algo agotador. «Es una locura. Cuando eres una persona de color… todas estas señales sutiles importan aún más». Y le irrita que haya «que señalar algo tan evidente –explica con incredulidad–. Soy la prueba viviente de que los estándares son muy distintos si eres de color». Porque, mientras algunas de sus supuestas 'polémicas' estilísticas eran inéditas –fue la primera primera dama en no usar medias, ya que con su estatura de 1,80 metros siempre le quedaban cortas–, en otros looks había precedentes claros. «Hubo muchas otras primeras damas que no llevaron mangas»: Eleanor Roosevelt, Jackie Kennedy, incluso Frances Cleveland. «¿Cómo puede alguien siquiera plantear un problema con que yo no las lleve? Especial-mente, considerando cómo se han presentado otras primeras damas». (Quizá en referencia al famoso abrigo de Zara de Melania Trump con el mensaje: «I really don’t care. Do U?», que usó para visitar a niños migrantes detenidos en Texas).

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La Reina también habla con la ropa. Varias veces la Reina Letizia ha mostrado su apoyo a Ucrania vistiendo la tradicional vyshyvanka bordada. Y también ha hecho un guiño a los damnificados de la dana de Valencia utilizando prendas como el vestido camisero de estampado floreado de la derecha, de una marca de Valencia afectada por el desastre.  

Antes de llegar a la Casa Blanca, Michelle ejerció como abogada –conoció a Barack en 1989, en el bufete de Chicago donde ambos trabajaban– y luego pasó al servicio público. «No llegué a este puesto de la nada», explica Michelle, pero aterrizar en la Casa Blanca en enero de 2009 con dos hijas pequeñas, Malia y Sasha, fue «como salir disparada de un cañón». Entre 2018 y 2021 fue nombrada «la mujer más admirada» por las encuestas, pero nada la preparó para los miles de artículos sobre sus brazos, su estatura o su voz. «Cuando el director de comunicación de tu marido viene y te dice: 'Tienes que suavizarte y suavizar tu tono', aparece una señal de alarma que te hace mirar alrededor y preguntarte: '¿Qué está pasando?'».

«Las reacciones negativas no vienen de la gente, sino de la política, de los artículos de opinión. Vivíamos en una pecera política en la que todos querían ganar puntos o que nos convirtiéramos en otros»

Pronto comprendió que siempre habría una brecha entre lo que opinaban el público y los medios. «La reacción negativa no viene de la gente, sino de la política, del artículo de opinión». ¿Fue frustrante? «Mucho. Muchísimo». Cree que es la misma mochila que muchas mujeres profesionales cargan. «Al final, lo que queremos es que nuestro trabajo hable por sí mismo. Así que tengo que concentrarme lo suficiente en lo externo para lograr que lo externo tenga menos importancia».

Ahora se viste para sí misma: vaqueros, trenzas, trajes sin rematar, grandes piezas de plata. «Siempre me he sentido yo misma en todas estas versiones», afirma, pero hoy puede permitirse jugar más. «Sigo adorando un vestido bonito, pero estoy disfrutando del denim, los pantalones». Y, por supuesto, las botas: en 2018 casi 'rompió Internet' con unas Balenciaga doradas de caña alta. Koop sigue siendo su mano derecha, la encargada de seleccionar prendas para ella. «¡Nadie quiere que vaya a su tienda!», bromea Obama, aludiendo al despliegue de seguridad que la acompaña. «Soy un incordio».

Su guardarropa es hoy reducido –nada de hangares al estilo Céline Dion–. «Soy lo opuesto a una acumuladora». Todas las prendas con relevancia histórica irán a la futura biblioteca presidencial. «Los diseñadores donaron esos vestidos de gala y estarán disponibles cuando se inaugure el Obama Presidential Center, que abrirá sus puertas en Chicago en la primavera de 2026, dedicado a la importancia de la democracia», explica. «Es un lugar que visitarán líderes mundiales y que recordará a la gente los años de los Obama en la Casa Blanca. Incluso se recreará el Despacho Oval». Pero también será «un gran proyecto de desarrollo económico en el South Side» –donde Barack trabajó como organizador comunitario entre 1985 y 1988–, además de un centro educativo.

Sobre la edad, ahora que ha cumplido los 60, Michelle reflexiona que «como sociedad, tendemos a disminuir a las mujeres cuando llegan a esta etapa, [pero] yo no voy a desaparecer», escribe. Dice que ahora se preocupa menos por sus famosos «brazos de Michelle Obama» y más por sentirse saludable –recientemente ha empezado a practicar yin yoga–. «Mi filosofía es: déjame controlar lo que puedo. Me siento tan libre en esta etapa de mi vida como me sentía de niña».

© The Sunday Times Magazine

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