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Andrés Roca Rey se desnuda Habla de todo: la muerte, los antitaurinos, Victoria Federica... «Se torea mejor cuando estás enamorado»

Este triunfante diestro peruano levanta pasiones entre los aficionados, sobre todo los más jóvenes. ¿Cuál es su secreto? Nos lo revela en esta íntima entrevista donde habla sin tapujos de sus pasiones... y de su relación con Victoria de Marichalar.

Viernes, 09 de Diciembre 2022

Tiempo de lectura: 11 min

A Andrés Roca Rey siempre le ha gustado ensuciarse. Sangre y arena en su traje de luces; así es como, dice, debe lucir un torero al culminar una faena. Cada tarde de toros, él se entrega a fondo para conseguirlo, llegando a la fricción extrema con esos animales de fuerza descomunal y peso superior a 500 kilos a los que se enfrenta en plazas que el diestro peruano llena a reventar. Y cada vez con más gente joven, atraída por ese modo de torear al límite que él ha convertido en su sello personal. El público vibra con este limeño de 26 años, segundo en el escalafón –en 2022 ha cortado 140 orejas y 6 rabos en 63 corridas– y gran aspirante al trono que Morante de la Puebla lleva dos años reteniendo.

Sin traje de luces, este matador que abatió a su primer astado con 11 años se transforma en una persona que, aunque tímida y de sonrisa esquiva, despliega tanta naturalidad al hablar de su vida y sus pasiones como vehemencia ante las críticas de los antitaurinos en una sociedad donde crece –44 por ciento de la población, según una encuesta de Statista– el apoyo a la prohibición de los toros.

Fiel al estilo desinhibido que lo ha convertido en figura, Roca Rey habla a tumba abierta con XLSemanal. Muerte, pasión, reivindicación y su cacareada relación con Victoria Federica de Marichalar y Borbón; de todo ello habla este rey de los ruedos mientras disecciona, de paso, las cuestiones más íntimas de su profesión.

XLSemanal. ¿Se encuentra en el lugar donde siempre soñó estar?

Andrés Roca Rey. Sí. Es quizá mi mejor momento. El 2022 ha sido de los años más bonitos y felices de mi vida. Estoy en un lugar mejor que antes del parón por la pandemia.

XL. ¿Asume cada vez más riesgos?

A.R.R. Sí. Al principio, toreaba para complacer al público, pero hoy busco el sentimiento, la pasión más que el aplauso. Y, curiosamente, cuando este llega es mucho más intenso.

«Prefiero torear hasta la muerte que estar muerto en vida. El toro es parte de mi obra y tiene todo el derecho a matarme»

XL. ¿Ya no se preocupa por mejorar aspectos técnicos?

A.R.R. Sigo entrenando, claro, pero ante el toro dejo que me lleve el corazón. Como decía Chaplin: «Cada obra de arte es una carta de amor».

XL. ¿Cuando está enamorado, entonces, torea mejor?

A.R.R. Ah, sí. En el toreo, todo mejora si estás contento, ilusionado, enamorado... Esto es emoción pura. Y si sientes cosas se multiplica.

XL. Hace unos días dijo: «Salgo a torear enamorado de una persona que no está enamorada de mí». ¿En qué tipo de faena se traduce un sentimiento como ese?

A.R.R. Bueno, te entregas más, pero, dicho esto, dije esa frase de vacile, en plan risas [se ríe]. No iba en serio.

XL. Pues alimentó los rumores que le atribuyen un noviazgo con Victoria Federica de Marichalar y Borbón…

A.R.R. Lo sé. La quiero y la admiro, pero no somos pareja. Somos muy buenos amigos, compartimos valores y coincidimos en muchas cosas. Ella es una persona de primera, muy positiva, y estoy agradecido por su amistad.

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Amigo de la sobrina del Rey.Más allá de sus faenas, el diestro despierta el interés de la prensa rosa por su amistad con Victoria Federica de Marichalar y Borbón, la hija de la infanta Elena.  Se conocieron en 2016 y, según él dice, son solo amigos.

XL. Déjeme adivinar: se conocieron en una corrida...

A.R.R. Original, sí [se ríe]. Pero sí, la Casa Real siempre ha estado metida en el toreo; le viene de familia. Nos conocimos en la Maestranza de Sevilla en 2016. Vino con su abuelo y su mamá y nos presentaron. Yo tenía 19 y ella, 15. Coincidimos luego más veces y hoy si vengo a Madrid y tengo tiempo me junto con ella y el grupo de amigos que tenemos en común.

XL. ¿Le afecta el runrún mediático a la hora de torear?

A.R.R. Me afectaría si fuera verdad.

XL. Ser amigo de una Borbón lo convierte en objetivo de paparazis y periodistas. ¿Cómo lo lleva?

A.R.R. No me gusta salir en lo del corazón ni exponerme, pero no renunciaré por ello a su amistad. Soy torero y no quiero ser famoso por cuestiones ajenas a mi arte.

XL. ¿Cómo torea cuando está triste?

A.R.R. Nunca se sabe. Muchas de mis grandes faenas han surgido de la tristeza. Dicen que el traje de luces te hace transparente, que todos ven tu seriedad, felicidad, tristeza, negatividad... Dijo Juan Belmonte que «se torea como se es», pero también como se está en el momento.

XL. ¿Tiene días en que maldita la gracia que le hace saltar al ruedo?

A.R.R. Sí, es imposible mantener siempre el mismo ánimo. Yo me preparo física y mentalmente, a las cinco sale el toro y yo estoy preparado al cien por cien, pero como ser humano tengo altibajos y hay días en que no siento nada, solo vacío. Tiras entonces de recursos, técnica y repertorio, por respeto al público y al empresario. En todo caso, siempre me juego la vida e intento provocar un sentimiento. Pero no aparece siempre.

XL. ¿Ese vacío hace más peligrosa una faena?

A.R.R. Tal vez, porque son tardes en que te la juegas sin sentir nada. Como dice Sabina, si te cogen que sea 'sintiéndolo mucho', ¿no?

«Victoria vino con su abuelo y su mamá. Yo tenía 19 y ella, 15. No me gusta exponerme, pero no voy a renunciar por ello a su amistad»

XL. ¿Cuál ha sido su mejor tarde?

A.R.R. Este año: Bilbao. Y, mira, ese día estaba preocupado, melancólico, sentimental y no me fluían las cosas. Pero salió el primero y todo cambió. Sentí la inspiración... Mi tarde más emocionante de 2022.

XL. ¡Pero si acabó en el hospital!

A.R.R. ¡Aun así! Fue una tarde apasionante. La gente allí tiene clase, respeto, elegancia; un público por el que merece la pena entregarse.

XL. Crecen las voces y las leyes que promueven la prohibición de los toros. ¿Está su mundo en peligro?

A.R.R. Hay una oposición creciente, sí, pero me sorprende que esta gente se defina como animalista, porque eso implica un conocimiento integral de la especie a la que se dice defender.

XL. Animalista es quien defiende los derechos de los animales. Y, bueno, usted mata toros…

A.R.R. Sí, pero también los cuido. Además, si se acaban las corridas, se acaba el toro bravo. Es un animal difícil de cuidar y no veo a antitaurinos dispuestos a asumir la gestión de una ganadería. Somos toreros, ganaderos y aficionados quienes los cuidamos.

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Bilbao: mi tarde más emocionante. Conmoción absoluta es lo que causó Roca Rey el 25 de agosto en Bilbao. Considerada la mejor faena del año, el diestro fue cogido por su primero (aunque acabó matándolo) y desoyó a los médicos y a su entorno para lidiar su segundo. Lo hizo a tumba abierta, se llevó tres orejas y acabó en una clínica.

XL. La crítica apunta, sobre todo, a que la muerte de un animal se convierta en espectáculo…

A.R.R. Ya, pero los toros son mucho más que un espectáculo. No tienen una visión integral del asunto. Les diría: «Críen un tiempo toros de lidia y luego me hablan».

XL. Si un antitaurino se le ofreciera voluntario para ello, ¿qué le diría?

A.R.R. Bienvenido, claro. Pero ¿sabes qué pasa? Que no son tantos. Hay dinero e intereses oscuros detrás y mienten diciendo que al toro se lo maltrata. Que no se inventen cosas. Es injusto.

XL. ¿Siente que se está resintiendo la popularidad de los toros?

A.R.R. Todo esto bien no nos viene, pero veo cada vez más jóvenes en las plazas. Hace poco toreé en la de Acho, en Lima, y estaba hasta la bandera. Sentí una energía increíble. Debo torear más en Perú, por los pueblos, para quienes no pueden ir a Acho, que es la plaza más cara del mundo.

XL. ¿Corren peligro de convertirse los toros en algo para la élite?

A.R.R. Espero que no, pero es caro mantener al animal y hay plazas que cuesta mucho alquilar, lo que repercute en la entrada. Hay que bajar los precios para que no deje de ser popular, porque mucha gente que quiere ir no puede.

«Cuando de niño iba a los toros , al llegar a casa regaba el jardín hasta hacer lodo y jugaba con mi cuidadora. Ella me embestía y yo me tiraba al suelo y me pringaba. ¡Era genial!»

XL. ¿Sufre cuando ve torear a un colega?

A.R.R. Sí, a mi hermano Fernando, diez años mayor y torero antes que yo. He pasado mucho miedo por él.

XL. No lo suficiente como para desistir de seguir sus pasos...

A.R.R. Al contrario, siempre quise ser como mis hermanos: Fernando y Juan José, que hace surf. Quería imitar sus caminos, pero me decidí por el toreo. Desde niño sentí que me haría feliz. Soy tímido y hallé un medio de expresión que encajaba conmigo.

XL. ¿Le sirve como terapia?

A.R.R. Sí, es mi psicólogo. Me ayuda porque al expresarte sientes cosas bonitas, te desahogas...

XL. ¿Qué le atrajo del toreo?

A.R.R. Lo primero que recuerdo es jugar a los toros con mis hermanos e ir al palco de mi familia en Acho. Fue allí donde me quedé fascinado por la transformación del torero.

XL. ¿A qué se refiere?

A.R.R. Sí, verás, llegaban limpitos, peinaditos, elegantes, y acababan llenos de arena y sangre; con las taleguillas rotas muchas veces. Yo me volvía loco. Y cuando llegaba a casa me iba al jardín, lo regaba hasta que hacía lodo, me acicalaba y jugaba con Iris, la mujer que me cuidaba. Ella me embestía y yo me tiraba al suelo y me pringaba. ¡Era genial!

XL. ¿Qué lectura hace hoy de aquel hábito?

A.R.R. Que esa transformación del torero es la prueba de su entrega. Capté eso de niño.

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Familia torera. Su abuelo fue administrador de Acho, la plaza de toros de Lima (la familia tiene palco allí), su tío fue rejoneador y su hermano también es torero. En la foto, con su padre.

XL. Con 7 años se puso ante una becerra. ¿Sentía ya esa entrega?

A.R.R. Tal vez, porque ahí empezó todo. Era mi cumpleaños y ese fue mi regalo. ¡Imagínate! No pegué ojo esa noche. Me recogieron temprano del colegio y me llevaron donde Rafael Puga, matador y ganadero, que me sacó una vaca recién nacida. Me regalaron un traje corto –chaqueta, calzona, chalequillo, fajín, sombrero cordobés…– y me puse a torear.

XL. Sufrió, imagino, su primera cogida, ¿no?

A.R.R. ¡Las seis primeras! [Se ríe]. Salí, me embistió, intenté un pase y ya me lanzó al aire. Cada vez que me sacudía, me levantaba y seguía. Me encantó. Ella jugaba a cogerme y yo a torearla. Eso hicimos: jugar.

XL. Después, con 10 años, toreó un novillo... y lo mató.

A.R.R. Sí. Fui bastante precoz. Pasé los días previos preocupado. «Que no se te caiga la espada», pensaba [se ríe]. Pero todo salió bien.

XL. ¿La idea de matar a un animal tan grande no le quitaba el sueño?

A.R.R. No, sabía cómo funcionaba y yo quería ser torero. Lo recuerdo como una experiencia muy bonita.

XL. ¿Cómo vive la hora de matar?

A.R.R. Solo piensas en matarlo lo mejor posible. Si es malo y lo ves peligroso, solo quieres sobrevivir. Y, si es bueno, quieres matarlo rápido y sin sufrimiento. Es parte de la faena: o la rematas o la arruinas.

XL. ¿Siente alivio al acabar?

A.R.R. Siempre. Una sensación de: «Lo has vuelto a conseguir». Piensa que cada segundo, cada pase, cada capotazo puede ser el último.

XL. ¿Ve al toro como un enemigo?

A.R.R. Nunca. Es artífice y partícipe de mi obra. Le debo todo lo que tengo.

«Hay dinero e intereses oscuros detrás de los antitaurinos. Mienten diciendo que al toro se lo maltrata. Que no inventen cosas. Es injusto»

XL. ¿Cuántas cornadas ha sufrido?

A.R.R. Nueve. Son la prueba de mi entrega. Si el toro está destinado a perder la vida, yo se la ofrezco cada tarde. Tiene derecho a matarte.

XL. ¿Cuántas veces le ha visto los ojos a la muerte?

A.R.R. Muchas. No sé bien por qué, pero hay días en que pasas miedo y cuesta superarlo, y otros en que lo asumes con naturalidad. ¡Es que no imaginas el susto! Te levantas, piensas en lo que te podría haber hecho y... No es fácil. Yo he llorado muchas veces. De pasarlo muy mal.

XL. Vamos, que los toreros también lloran...

A.R.R. Los toreros lloran, sí. Siempre han llorado. Que esto no es solo vestirse de oro y triunfar; hay sacrificio y esfuerzo; hay soledad y tristeza; no ver a familia ni amigos, darle vueltas... Mi vida es ir a la plaza, torear, ducharme, volver al hotel, dormir y a por otra corrida...

XL. ¿Cuáles son, entonces, sus compensaciones?

A.R.R. Tener una tarde inolvidable como la de Bilbao. Nada puede con eso. Justifica todo lo anterior.

XL. ¿Cuántas orejas y rabos ha cortado en su vida?

A.R.R. Ni idea. La estadística no me dice nada, me importa la emoción, vivir y compartir con el público ese momento definitivo ante el toro.

XL. ¿Le surgen dudas cuando ve morir a un compañero?

A.R.R. Sí, claro. Desde que tomé la alternativa han muerto Víctor Barrio, Renatto Motta, Iván Fandiño... Siempre te afecta. Y te recuerda que te puede pasar a ti. Dicen que los toreros tenemos miedo, pero ¿a quién le extraña? Eso sí, prefiero torear hasta la muerte que estar muerto emocionalmente en vida.

XL. ¿Cuál es el momento más peligroso de una faena?

A.R.R. Parar al toro cuando sale, porque no sabes cómo es, sus reacciones… Bueno, lo más peligroso es cuando estás superentregado: esos días en que apuras los límites. Te envuelve una energía que impide que el toro te haga daño. Mucho más que si vas con cautela. Es como si él sintiera tu valor, tu osadía. Pasa pegado a ti, pero no te coge... Hasta que lo hace, claro [se ríe].

XL. ¿Es una especie de trance?

A.R.R. Sí. Es un estado mental que solo te proporciona el toreo. En esos días en que todo fluye, no hay nada comparable a la lucha entre una persona y un animal que puede acabar en tragedia en cualquier momento. ¿Qué genera más adrenalina? Si algún día llego a viejo, creo que sentiré que he disfrutado cada momento de mi vida.