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Animales de compañía

'Íntima Atlántida'

Juan Manuel de Prada

Viernes, 25 de Abril 2025, 10:29h

Tiempo de lectura: 3 min

Ha publicado Anna Caballé una biografía de Rosa Chacel (1898-1994) titulada Íntima Atlántida (Taurus), donde se propone descifrar el continente sumergido de su torturante vida afectiva, que la escritora quiso siempre escamotear. Allá en mi lejana juventud, Rosa Chacel llegó a ser una escritora muy celebrada, sospecho que mucho más celebrada que leída, de una vitalidad desbordante (incluso cuando ya era nonagenaria) que chocaba con sus juicios siempre un poco ásperos y a veces incluso intempestivos. En alguno de los libros arbitrarios y crueles que Umbral publicaba por entonces, además de calificarla de «novelista inventada por Ortega» y de «bruja cruzada de Mary Poppins», la señalaba absurdamente como lesbiana; a lo que Chacel, con sus noventa y cinco años a cuestas, respondió con mucho donaire y acritud, sin arredrarse ni una pizca. Me pareció tan gallarda la vieja que me puse a leer sus novelas o nivolas, demasiado 'deshumanizadas' (en la acepción orteguiana) para mi gusto, aunque de gran belleza formal, lo mismo que sus poemas gongorinos, donde la autora escondía su verdad entre el follaje palabrista.

Caballé nos muestra los tenaces esfuerzos de Rosa Chacel por conservar a su marido

Caballé la desnuda en esta soberbia biografía, para mostrarnos el corazón magullado de su literatura, que Chacel trató siempre de vedarnos. Casada con el pintor Timoteo Pérez Rubio, a quien nunca dejó de amar, Rosa Chacel tuvo sin embargo que sobrellevar siempre su infidelidad, que hizo de su matrimonio un campo de minas impracticable; sobre todo desde que Timoteo tiene un escarceo con Blanca, la hermana de Chacel, dieciséis años más joven que ella. Chacel, que tal vez desde entonces no volviese a tener relaciones íntimas con su marido, no romperá sin embargo jamás con él, ni siquiera cuando Timoteo conviva durante décadas con una amante brasileña, mientras Chacel arrastra su soledad de mueble desportillado por el continente americano. Para Chacel, el destierro geográfico (que inicia en 1937) nunca fue relevante: de hecho, no había razones políticas consistentes que la obligaran a mantenerlo; y ni siquiera puede decirse que tuviera una opinión positiva de la Segunda República, cuyo 'relato', convertido en 'producto industrial', le producía repugnancia. Lo que en verdad mortificaba a Rosa Chacel era el destierro de la unión conyugal que anhelaba; y este destierro la convirtió en una mujer amputada desde la raíz misma de su ser.

En Íntima Atlántida se nos muestran los tenaces esfuerzos de Rosa Chacel por conservar a su marido a su lado, siempre estériles, porque la infidelidad de Timoteo no es producto de puntuales accesos sensuales, sino que es algo constitutivo; y, además, para hacerlo todo mucho más complicado –a la vez piadoso y humillante–, el marido adúltero nunca deja de amar a la mujer preterida, a la que sigue asistiendo económicamente y dirigiendo sentidas cartas, mientras convive con su amante. Quizá sean estos los pasajes más demoledores y a la vez penetrantes de la biografía de Caballé, que logra radiografiar el alma hecha trizas de una mujer por lo demás convencida (acaso demasiado convencida) de su genialidad, que su maestro Ortega y Gasset había despachado displicentemente. En Rosa Chacel conviven la mujer ensoberbecida de un talento literario que casi nadie le reconoce (pero que convierte en la fortaleza donde vive atrincherada) y la mujer humillada por la actitud del marido; y ese amasijo de complejos sublimados, ensimismamiento ególatra y orgullo herido modelan una mujer terriblemente amargada, cada vez más viril (o sea, menos femenina, aunque nunca lo había sido mucho), cada vez más insatisfecha, cada vez más engreída y desdeñosa de todos, incluido de su propio hijo, que por momentos se le antoja un obstáculo lastimoso (y casi siempre un engorro) en sus ambiciones intelectuales. 

Sólo su vuelta a España le devolverá cierto alivio a sus males íntimos; un alivio muy relativo, pues a la postre tampoco alcanzará los honores anhelados (o al menos los que ella, pletórica de ambiciones, esperaba alcanzar), tras tantas décadas de preterición y aislamiento. Aunque, al menos, podrá vivir una senectud llena de ímpetu, viajando incansablemente y pegándose unos atracones pantagruélicos, tras sobrevivir al marido que la martirizó durante casi veinte años. Resulta admirable el empeño de Caballé por adentrarse en los continentes sumergidos de un alma tan erizada de espinas; y todavía más admirable que con un personaje tan poco simpático, tan maltrecho por dentro y acorazado por fuera, haya logrado escribir una obra tan trémula de doliente vida, tan subyugadora e hipnótica. Sin duda, la biógrafa Anna Caballé es una zahorí de almas.


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