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Mi hermosa lavandería

La hija olvidada

Isabel Coixet

Viernes, 23 de Mayo 2025, 08:46h

Tiempo de lectura: 2 min

Cécile Éluard, hija única de Paul Éluard y Gala, murió a los 96 años, el 10 de agosto de 2016, de un infarto. Después de que sus padres se separaron, Cécile fue enviada a un internado y luego se mudó con su abuela paterna, quien, aunque adinerada, vivía en «un apartamento muy grande y terriblemente incómodo» en la rue Ordener, en el distrito 18 de París. Veía a su padre con regularidad, quien la dejaba explorar su biblioteca: «Cuando tenía 14 años y le pregunté si podía leer a Sade, me dijo: ‘No te lo recomiendo, pero no te lo prohíbo’». Leía su poesía, pero «no hablamos mucho de ello», dijo en una de las escasas entrevistas que le hicieron,  negándose a revelar cuáles son sus poemas favoritos: «Hay algunos que me conmueven mucho», comentó. El autor de Liberté le inculcó claramente el gusto por la literatura, ya que Cécile fue, durante toda su vida adulta, una librera especializada. 

En 1921, Max Ernst y Gala se hicieron amantes. Éluard se ofendió tan poco que Max Ernst pronto se mudó a la casa de la pareja en Eaubonne (Val-d'Oise), con su hijo, de la misma edad que Cécile

En 1921, cuando Cécile era una niña, Max Ernst y su madre, Gala, se hicieron amantes. Éluard se ofendió tan poco que Max Ernst pronto se mudó a la casa de la pareja en Eaubonne (Val-d'Oise), con su hijo, de la misma edad que Cécile, quien recordaba a un niño «terriblemente mal educado». Durante el verano de 1923, el pintor cubrió las paredes de la villa con frescos que representaban un extraordinario jardín con sugerentes figuras de animales y plantas. El recuerdo de estas habitaciones solo volvería a Cécile más de cuarenta años después, en 1968: de repente, volvió a ver «la imagen de los osos hormigueros y un lagarto», y luego «la habitación roja... ¡Me daba mucho miedo! No es normal tener una habitación roja, ¿verdad?». Con su entonces marido, encontraron la casa, que hacía tiempo que estaba vendida, y convencieron a los vecinos para que se la alquilaran durante tres meses, el tiempo que les llevó quitar «su horrible papel pintado» y retirar, «con métodos muy complicados» y con infinitas precauciones, el yeso que soportaba las preciosas pinturas, que vendieron por una fortuna tras convencer a Ernst de que las firmara. Gala (1894-1982) Elena Ivanovna Diakonova, nacida en Rusia en 1894, era «una mujer muy dura», recordaba Cécile. Aunque llevó una vida poco convencional, tenía ideas muy estrictas sobre la educación. «Cuando tenía unos 11 años, mi madre perdió el interés por mí», dijo Cécile Éluard, lo que corresponde al amor a primera vista de Gala y Salvador Dalí en 1929; su matrimonio tuvo lugar tres años después. «Desde entonces, no la veía más que una o dos veces al año y siempre me hizo sentir como un estorbo en su vida», cuenta Cécile. 

Salvador Dalí (1904-1989) fue siempre más amable con ella que su propia madre. «Me contaba locuras. De niña, a veces me enseñaba cuadros y me preguntaba qué veía en ellos. Mis respuestas le divertían». «Dalí –afirma– era la única persona que le interesaba a mi madre». Cuando Gala murió, su única hija llevaba más de diez años sin verla. 

Uno de los textos más bellos que Éluard escribió lo dedicó a Cécile: «... a todos los tormentos y dudas que te asaltan, a tus pesadillas, opón la dulce seguridad de que amas, de que eres amada».