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Mi hermosa lavandería

Enamoramiento, cristalización y deterioro

Isabel Coixet

Viernes, 25 de Abril 2025, 10:27h

Tiempo de lectura: 2 min

Una vez, hace muchos años (y en una galaxia no tan lejana), empecé a escribir un guion de un documental con este pesimista título. Iba a entrevistar a parejas que habían pasado más de diez años juntas, se habían separado y luego se habían vuelto a juntar. La pregunta que les hacía era cómo había cambiado su idea del amor y si era posible enamorarse de la misma persona dos veces. Como tantos otros proyectos, se quedó varado como ciertos cetáceos en las playas. 

La pregunta que les hacía era cómo había cambiado su idea del amor y si era posible enamorarse de la misma persona dos veces

Todas las canciones populares, con más o menos fortuna, hablan del enamoramiento; la mitad de nuestros libros, obras de teatro y películas se obsesionan con ello; todo el mundo lo desea. Pero, cuando nos preguntamos qué es el enamoramiento, nos vemos abrumados por una miríada de ideas y experiencias diferentes.

Por un lado, el amor puede elevarnos; por otro, puede destruirnos. El problema se agrava aún más porque generalmente también sentimos un amor tremendo por nuestras madres, nuestros hijos, nuestros amigos, incluso por el chocolate. O tal vez, especialmente, por el chocolate.

¿Cómo puede una pequeña palabra abarcar tantos matices diferentes de sentimiento? Más importante aún, si el amor significa cosas diferentes para cada persona, ¿cómo podremos reconocerlo? El sexólogo pionero Havelock Ellis proporcionó una fórmula matemática famosa pero totalmente incorrecta: amor = sexo + amistad. Freud descartó el amor romántico como el impulso sexual bloqueado. Los biólogos sociales han escaneado nuestros cerebros e identificado tres sustancias químicas (dopamina, feniletilamina y oxitocina) que, según ellos, nos atraen exclusivamente de nuestras parejas durante el tiempo suficiente, en su opinión, para concebir y dar a la descendencia un comienzo seguro.

Todos estos estudios científicos intentan encontrar razones físico-emocionales, pero no sirven de nada cuando alguien te mira a los ojos y te dice que te ama. Los diccionarios tampoco son de mucha ayuda. Enumeran casi dos docenas de definiciones que incluyen afecto, cariño, cuidado, agrado, preocupación, atracción, deseo y enamoramiento. Todos estamos de acuerdo instintivamente en que hay una gran diferencia entre el agrado y el enamoramiento completo. Pero a partir de ahí se abre un inabarcable mundo de amores posibles. 

La psicóloga Dorothy Tennov (que fue quien acuñó el término limerence) dio hace más de treinta años el primer paso hacia este objetivo. Entrevistó a 500 personas de diferentes orígenes y grupos de edad, tanto homosexuales como heterosexuales, sobre el enamoramiento; y encontró una sorprendente similitud en cómo cada uno de los encuestados describió sus sentimientos. Los componentes básicos fueron: pensamiento intrusivo (no puedes dejar de soñar despierto con ellos); un dolor en el corazón: una sensibilidad aguda a cualquier acto o pensamiento que pueda interpretarse favorablemente, miedo al rechazo e ignorancia absoluta de todo lo que pueda ser una luz roja en el objeto amado. 

Para distinguir entre estas emociones abrumadoras y los sentimientos más estables y domésticos que experimentan las parejas de larga duración que son demasiado conscientes de los fallos de relación, Tennov confirma: «La atracción sexual no es suficiente, es una guinda en el pastel, pero el pastel... es otra cosa». Otra cosa paradójica, mágica y absolutamente inexplicable.

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