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Mi hermosa lavandería

'4000 semanas'

Isabel Coixet

Miércoles, 16 de Abril 2025, 14:29h

Tiempo de lectura: 2 min

Si una persona llega a cumplir 80 años, ha vivido 4000 semanas. Ese es el título de un libro que publicó en 2021 el periodista inglés (escribe en The Guardian) Oliver Burkeman y que habla básicamente de cómo pasamos al lado de nuestra propia vida con la vana intención de aprovechar el tiempo mientras lo malgastamos miserablemente. En lugar de ofrecer trucos baratos de optimización del tiempo y hacer más de lo mismo, este libro nos recuerda dos verdades importantes, pero incómodas: (1) En las cortas 4000 semanas que nos quedan de vida, nunca podremos lograr todas las cosas que nos gustaría lograr; y (2): incluso si pudiéramos, al final no importaría porque, en palabras de John Maynard Keynes, «a la larga todos estamos muertos».

¿Por qué unas vacaciones en el mar, una cena con amigos o quedarse hasta tarde en la cama deberían justificarse por una mejora del rendimiento? ¿Por qué considerar estos momentos en términos de retorno de la inversión?

Este no es un mensaje especialmente  alentador, pero es bastante liberador. Cuando dejas de intentar hacer una cantidad imposible de tareas en busca de logros que realmente no importarán una vez que te hayas ido, puedes empezar a dedicar el poco tiempo que tienes a perseguir las cosas que disfrutas por sí mismas en el momento presente, que pueden ser tan poco productivas como mirar la forma de las nubes o sentarte en una terraza de un café sin mirar el teléfono, viendo a la gente pasar. 

Sea cual sea la forma en que decidas pasar tu vida, e independientemente de la fama o fortuna (o no) que te traiga lo que hagas, sería estupendo  dedicarla a cosas que tengan un valor intrínseco para ti y no por algún destino o resultado que creas que eventualmente te hará feliz. Si no puedes encontrar una manera de ser más o menos feliz ahora, en este momento, probablemente nunca lo serás, sin importar cuántas tareas pendientes taches de tu lista. 

4000 semanas nos recuerda que nos hemos creído a pies juntillas una doctrina completamente absurda: todo debe ir rápido. Nos hemos vuelto adictos a la velocidad. Incluso cuando encontramos tiempo para leer, e incluso aunque seamos adictos a la lectura, a veces tenemos problemas para terminar un capítulo porque nuestra mente corre sin descanso. Ya no podemos sentarnos ni reposar ni quedarnos mirando las musarañas. Además, hoy en día el descanso se considera una condición para ser más productivo... ¿Por qué unas vacaciones en el mar, una cena con amigos o quedarse hasta tarde en la cama deberían justificarse por una mejora del rendimiento? ¿Por qué considerar estos momentos en términos de retorno de la inversión? Esto no tiene sentido y, sin embargo, la cultura del descanso como fin en sí misma se ha vuelto casi subversiva. De ahí la importancia de que, cuando finalmente tomemos este tiempo 'para nada', intentemos evitar el sentimiento de culpabilidad.

La fantasía del perfeccionista hiperactivo (y me acuso de serlo) de llegar al lecho de muerte con un historial perfecto de logros en su haber está condenada desde el principio. 

Todo el tiempo que ya has  desperdiciado, la gente a la que has decepcionado, las oportunidades que no has aprovechado, todo ya ha sucedido y nunca se podrá deshacer.

Basta ya de obsesionarse con listas de tareas cada vez más largas, atormentados por el sentimiento de culpa de que deberíamos estar haciendo más cosas o cosas diferentes. Recordemos simplemente que nuestro contador de semanas ha empezado hace mucho rato la cuenta atrás...

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