Viernes, 25 de Abril 2025, 10:31h
Tiempo de lectura: 3 min
Seguro que se lo han preguntado alguna vez: ¿por qué hay personas que tienen éxito, nadie sabe cómo ni por qué, mientras que otras, con más talento, preparación y tesón, fracasan? Esa es la paradoja que propone la novela que acabo de leer. Se llama así, El fracaso de mi éxito, y su autor es Gervasio Posadas. Claro, dirán ustedes, Gervasio es su hermano, qué va a decir; seguro que a continuación viene un panegírico.
¿Somos hojas a merced de vientos caprichosos e imposibles de controlar?
Pues no, porque, como saben quienes me conocen, en esto de la literatura no hago concesiones. Un libro me gusta o no al margen de quién sea su autor. De hecho, acabo de leer la obra de un escritor célebre que me cae como una patada y me ha parecido deslumbrante. Porque el valor de un libro es independiente de quién sea su autor. Hay, por ejemplo, novelas escritas por personas extraordinarias, padres y madres ejemplares y amigos excelsos que son un ñoco. Hay, por el contrario, obras maestras que tienen por autor a un perfecto infame, como bien saben los lectores de Céline o de William Burroughs. El talento es una cosa y la calidad humana otra, del mismo modo que el éxito tampoco responde al talento, y esta evidencia es la que hace que uno se desespere intentando comprender. ¿De qué depende el éxito? ¿Tiene que ver quizá con la perseverancia? ¿Con la intuición? ¿Con la capacidad de conectar con la sensibilidad imperante? ¿Y la suerte? ¿Es tan caprichosa como aparenta ser? ¿De verdad es todo tan azaroso, tan imprevisible, tan banal?
Estas y otras preguntas se hace Gonzalo Montenegro, el protagonista de El fracaso de mi éxito. Él es un escritor de prestigio venido a menos que languidece en su piso madrileño sin entender por qué nadie quiere publicar sus libros. Su situación personal también es complicada. Divorciado desde hace años, y tiene una hija adolescente de la que se ha ocupado poco. Así que, visto el panorama, toma dos difíciles decisiones: la primera, contraviniendo todos sus escrúpulos y reparos éticos y solo por pasta, convertirse en negro literario y escribir la autobiografía del futbolista más famoso del momento. La segunda, abrir una cuenta en Instagram y hacerse pasar por un joven poeta digital, arrebatado, lleno de topicazos y cursilísimo. La idea es que su hija, que jamás ha leído nada suyo, lo haga, aunque solo sean los pésimos versitos y ripios que perpetra y cuelga en Internet. Ante su estupor, no solo ella los lee y se hace fan, también decenas de miles de deslumbrados seguidores que lo convierten en la sensación literaria del momento.
Luis Landero ha dicho de El fracaso de mi éxito que es una novela divertida, ácida y un retrato despiadado pero también alegre de quienes tienen por valores supremos la fama y el dinero. Pero, más allá de la diversión, a mí su lectura me ha hecho reflexionar sobre otra paradoja inquietante, y es esta. ¿Por qué a veces la vida nos concede aquello que tanto ansiamos (en el caso del protagonista de esta novela, el éxito literario, por ejemplo), pero lo hace de un modo tramposo y como si se carcajease de nosotros? ¿Qué hay que hacer para alcanzar nuestros sueños? ¿Es posible torcerle el brazo al destino y conseguir lo que uno añora sin que le salga el tiro por la culata?
En tiempos en los que priman soluciones fáciles a problemas difíciles, los coaches y autoproclamados gurús de la felicidad dicen tener la solución. Según ellos, la voluntad es todopoderosa y basta con desear algo con suficiente fuerza para que, abracadabra, se cumpla. «Cada cual es piloto de su felicidad y de él o ella depende alcanzarla», insisten estos gurús. Lo cual, a mi modo de ver, es tanto como decir: si no lo consigues, so loser, la culpa es tuya. Frente a esta idea boba (y muy dolorosa, además) me gustaría proponer otra.
Advertía Oscar Wilde que había que tener muchísimo cuidado con lo que se desea porque bien puede hacerse realidad. ¿Quiere eso decir que somos hojas a merced de vientos caprichosos e imposibles de controlar? Por lo que yo he podido aprender en años y años de prueba-error y de meter estrepitosamente la pata, la respuesta es sí y no. Sí, porque la vida siempre nos sorprende. Y no, porque, como en aquella vieja canción de Mari Trini, en lo que atañe al destino, «un remo lo aprietan mis manos, el otro lo mueve el azar», y hay que aprender a navegar así.
-
1 ¿Y si Hitler no se suicidó?: la operación 'Ultramar Sur' o cómo se planeó la fuga del Führer
-
2 «Tuve un desgarro vaginal. Sé que lo hizo él»
-
3 Sí, tu jefe te espía: así funciona la tecnología que convierte tu jornada en una distopía
-
4 DeLorean, el coche que siempre regresa al futuro (pese a los escándalos, fraudes, drogas...)
-
5 Duelo de cuñadas en la Casa Real británica, al estilo de Catalina y Meghan
-
1 ¿Y si Hitler no se suicidó?: la operación 'Ultramar Sur' o cómo se planeó la fuga del Führer
-
2 «Tuve un desgarro vaginal. Sé que lo hizo él»
-
3 Sí, tu jefe te espía: así funciona la tecnología que convierte tu jornada en una distopía
-
4 DeLorean, el coche que siempre regresa al futuro (pese a los escándalos, fraudes, drogas...)
-
5 Duelo de cuñadas en la Casa Real británica, al estilo de Catalina y Meghan