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Reinos de humo

Relajación precoz

Benjamín Lana

Jueves, 20 de Noviembre 2025, 15:54h

Tiempo de lectura: 1 min

De las peores cosas que le pueden pasar a alguien en lo personal y en lo profesional es relajarse antes de tiempo. Que se lo digan a tantos amantes o a los futbolistas que bajan la guardia en el minuto noventa y un delantero vivo les chulea el partido. A mí me pasa algo parecido en algunos restaurantes. No quiero yo plantear aquí una causa generalizada al oficio de la sala, Dios me libre. Por delante, mi reconocimiento y apoyo infinito al colectivo, pero sigo sufriendo  casos de esos de relajación precoz, sobre todo al final de las comidas.

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Empieza «la experiencia», como llaman ahora al servicio, con mucha concentración y atención y, a medida que vuelan los minutos, van bajando ambas. No dejan la botella en la mesa para servirme ellos, como en las grandes casas, pero al cabo de un rato se han olvidado o no les da la vida a atender tantas mesas y mi copa sigue vacía. Si hoy no puede atenderme así, por lo que sea, me digo, pues déjeme la botella en la mesa o en la cubitera, aquí, en un costadito, y ya me ocupo yo de atender a mis compañeros y a mí mismo.

Lo peor, sin embargo, suele acontecer en el tránsito del último plato fuerte al postre y no digo ya de los dulces al café. Todo el mundo —en algunas casas— da por terminado su tiempo de esfuerzo y te quedas ahí, solo, desvalido, a la espera de redondear una comida que ha podido ser muy buena, pero que igual se puede fastidiar al final. A veces ya puede uno hacer más gestos que Jim Carrey que determinados camareros son capaces de pasar a un metro sin hacer contacto visual. Sólo unos minutitos más de atención, por favor, que ya nos vamos.