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El ritual de los chachapoyas Un rito funerario tan sofisticado como el de los egipcios Las momias del abismo: los muertos vivientes de Perú

En un lugar recóndito y tenebroso del norte del Perú habitaron hace mil años los “hombres de los abismos”, integrantes de una singular cultura, la chachapoyas, para quienes la muerte era el tránsito más importante de la vida. Su culto al más allá dio como resultado unos procesos de momificación únicos en el mundo.

Martes, 28 de Marzo 2023, 14:19h

Tiempo de lectura: 6 min

Hace doce años tuvo lugar un descubrimiento geográfico. Hallar un nuevo enclave en la Tierra parecía imposible hoy en día, pero en el departamento de Amazonas, en el norte del Perú, todo es posible.

Se dio a conocer por primera vez la existencia de la gran catarata de Gocta, a la que los lugareños llamaban Chorrera, en la laguna de los Cóndores. Tras su medición se comprobó que era la tercera más alta del mundo, con 771 metros de altura, por detrás del salto del Ángel, en Venezuela, y de Tugela Falls, en Sudáfrica. Hasta ese momento no estaba reseñada en ningún mapa. Sólo este dato sirve para hacerse a la idea de lo remoto del lugar. Todavía hay muchos enclaves arqueológicos por descubrir escondidos en el laberinto de cañones y precipicios de esta región.

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'Zona restringida'. Una de las laderas verticales donde los 'hombres de los abismos' colocaron a sus momias. Se trataba de que nadie pudiera llegar a ellas.

Esta zona fue la cuna de una singular cultura que se desarrolló desde el 800 d. C. al 1500: los chachapoyas, también llamados los 'hombres de los abismos'.

Es un lugar de grandes desniveles, con montañas que ascienden hasta sobrepasar los 4.000 metros, y profundos valles y cañones formados por acantilados verticales y enormes precipicios. La selva crece en su espesura hasta los 3.000 metros de altura. La niebla, casi constante, oculta este mundo desconocido, en el que los mausoleos y sarcófagos de los antiguos chachapoyas, alojados en enclaves imposibles sobre las repisas de los barrancos, terminan de poner la nota de misterio, que hace de esta región un territorio único, enigmático y tenebroso. La niebla, por cierto, da nombre al pueblo. 'Chachapoyas' proviene del vocablo nativo sachapuyos, que significa 'hombres de la neblina'.

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También los bebés. Uno de los hallazgos más sorprendentes fue el de dos bebés momificados. La investigación probó que eran dos niñas muertas durante el parto o poco después y que tenían un esqueleto fuerte y sano. Que embalsamasen hasta niños confirma el fuerte vínculo de los chachapoyas con la muerte.

Pero lo más singular de estos hombres originarios de la selva baja es el culto que profesaban a la muerte. Creían en la vida después de la muerte, pero siempre que los cuerpos de los difuntos permaneciesen inalterables al tiempo. Entre ellos, el mayor crimen que se podía cometer era destruir el fardo funerario de un difunto e interrumpir su existencia eterna. A veces, lo hacían con las momias de sus enemigos o por rencillas personales. Por eso, para ellos era muy importante ubicar a sus muertos en lugares inaccesibles. Y lo hacían. Sus mausoleos están en laderas verticales, incluso a veces extraplomadas.

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Preparar el viaje. Tras estraer el paquete intestinal a través del recto y preparar el cuerpo, se lo vestía con túnicas y mantos ornamentados. Finalmente se enrollaba el cuerpo hasta componer el fardo funerario. En la parte de la cabeza bordaban un dibujo esquemático del rostro.

No se sabe con certeza cómo pudieron construir esos panteones abismales, en lugares, todavía hoy, sólo accesibles para expertos escaladores. Arqueólogos e historiadores no se ponen de acuerdo. Unos piensan que se descolgaban con cuerdas desde la cima de los acantilados con los materiales de construcción y edificaban los sepulcros colgados en el vacío, pero esta teoría fracasa cuando se trata de farallones de más de 300 metros de altura. Por muy fuertes que fuesen las cuerdas que poseían, necesitarían seguros y apoyos imposibles de obtener en esa época. Otros opinan que construían andamios de bambú anclados en el suelo; quizá sea lo más creíble, pero no se han encontrado vestigios de estos supuestos andamios.

Entre ellos, el mayor crimen era destruir el fardo funerario e interrumpir la vida eterna del difunto

Las construcciones funerarias son diferentes según la época y el área geográfica donde se construyeron. En ocasiones son simples paredes de ladrillos tapando una oquedad natural. Otras son verdaderas casas con varias habitaciones profusamente decoradas con dibujos geométricos y símbolos mágicos de difícil interpretación.

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El gesto cuidado. Para preservar los rasgos faciales, rellenaban con algodón y fibras vegetales las fosas nasales, debajo de las mejillas y la boca. Las partes delicadas como los dedos de manos y pies los sujetaban con una soguilla. Raspaban la piel para eliminar el vello.

Los más significativos se descubrieron en 1996, al sureste de la ciudad de Leymebamba, en la laguna de los Cóndores. En un acantilado, a unos 100 metros de altura sobre la laguna, unos huaqueros descubrieron accidentalmente seis mausoleos chachapoyas intactos, ocultos por la exuberante vegetación. Contenían más de 200 fardos funerarios en un impresionante estado de conservación. Perturbaron todo el contexto funerario y cortaron con machetes varias momias, pero al no encontrar oro ni joyas de valor abandonaron el sitio arqueológico.

La muralla de 'la ciudadela de las nubes' tiene tres veces más piedras que la pirámide de Keops

Los mausoleos tienen dos pisos y ventanas que miran a la laguna. Los fardos se colocaron en la planta superior. Gracias a la decisiva intervención de la antropóloga Sonia Guillén en 1999, las 219 momias de la laguna fueron rescatadas. Esta audaz iniciativa evitó su inexorable destrucción, como ha sucedido en muchos otros lugares arqueológicos del Perú. También se encontraron fardos que contenían bebés momificados.

En otros casos, las momias se han encontrado en sarcófagos tallados en las paredes de los barrancos orientadas hacia los ríos. Se cree que estos contextos funerarios correspondían a difuntos pertenecientes a la élite social. En el acantilado de Karajia, a unos 50 metros de altura, anclados en un saliente rocoso y engalanados con cabezas trofeo, se encuentran los purunmachus, sarcófagos verticales cuya mirada perdida en la lejanía recuerda a los moáis de la isla de Pascua. Otros grupos de sarcófagos de menor rango se encuentran diseminados en otras repisas y abrigos naturales. Muchos han sido saqueados y sus momias, despedazadas y devoradas por las alimañas y las aves de rapiña.

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Los sarcófagos. Antes de embalsamar el cuerpo, rompían las articulaciones de las extremidades para forzar la posición fetal y reducir las dimensiones del cadáver, que colocaban en la roca en lugares de difícil acceso; algunos, en oquedades y otros, en sarcófagos construidos in situ.

Los chapapoyas depositaban la momia en la repisa y construían los sarcófagos in situ, con cañas y barro mezclado con paja y modelando trazos humanos carentes de extremidades. La parte externa la enlucían y la decoraban con símbolos clánicos y religiosos.

Los primeros chachapoyas que colonizaron esta región eran trogloditas. Los principales registros en cuevas los ha realizado el grupo dirigido por el sacerdote y espeleólogo español Agustín Rodríguez, párroco de la Cañada Real, en Madrid. En las más de veinte grutas investigadas se han encontrado restos de construcciones habitacionales y una gran cantidad de enterramientos.

No se sabe con certeza cuándo y por qué los chachapoyas salieron de las cuevas y ascendieron a las montañas. Es posible que lo hiciesen para defenderse mejor de los ataques de otras tribus. En las alturas, en lugares de vértigo, desde donde podían advertir sin dificultad la llegada del enemigo, construían sus casas y poblados, en ocasiones fortificados, como la fortaleza de Kuelap, 'la ciudadela de las nubes'. Situada a más de 3.000 metros de altitud, sus ruinas adquieren un aspecto fantasmagórico, sumergidas en la habitual neblina que las cubre en cualquier época del año. La voraz vegetación que coloniza los antiguos recintos circulares confiere a este ciclópeo monumento una apariencia misteriosa de civilización perdida en el tiempo.

Las altas murallas de unos 20 metros de altura tienen una longitud de 600 metros. Se construyeron con bloques de piedra caliza de hasta tres toneladas de peso. Es de una magnitud sorprendente. El volumen de las piedras utilizadas en su construcción equivale a tres pirámides como la de Keops en Egipto.