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Una vida consagrada a la Pediatría

Murcia, 30 de mayo de 2021

ObituarioJosé Luis Valdés Albístur

Nació unos días antes de la Navidad de 1930. En su casa de la calle Cartagena le sorprendió la Guerra Civil siendo muy niño. Antes de los seis años pudo sufrir los horrores de la contienda al ver el cuerpo de don Sotero, el cura del Carmen, arrastrado por los milicianos y colgado de la iglesia, suceso que le marcaría de por vida. Mi abuelo Ernesto, maestro de escuela, fue encarcelado por los dos bandos en aquella sinrazón que asoló nuestro país. Por eso nunca quiso entrar en política.


Fueron tiempos muy difíciles, pero logró salir adelante estudiando y trabajando a la vez, como tantos otros. Así, estudió Medicina en Granada, en agotadoras e interminables jornadas, viviendo permanentemente en el hospital como auténtico médico residente (de ahí viene en término MIR actual). Luego completó su formación en Cádiz de la mano de uno de los padres de la Pediatría española, el legendario profesor Manuel Cruz Hernández, con el que tuvo una entrañable amistad. Allí conoció a los pediatras Mariano Rodríguez Peñalver, Antonio Gutiérrez Macías, Manuel Pajarón de Ahumada... y a Francisco Rodríguez López. Fue su querido Francisco Rodríguez López, que luego sería mi catedrático de Pediatría, quien formó con todo aquel grupo de compañeros y amigos de Cádiz el extraordinario y fecundo servicio de Pediatría del que hoy disfrutamos en el Hospital Virgen de la Arrixaca.


Mi madre, María de la Paz Belmar, falleció muy joven dejándole siete hijos pequeños a su cuidado y de un segundo matrimonio nacieron tres hermanos más. Para sacar adelante a esa familia numerosa recurrió al pluriempleo en la seguridad social y en su consulta privada (¡cuántos murcianos reconocen su famoso cartel frente a Correos!). También trabajó como médico de empresa en La Molinera y en Estrella de Levante, donde tantos y tan buenos amigos dejó.


Consagró su vida a la Pediatría sin reservas, hasta el punto de que la llamada angustiada de la madre de un niño con fiebre en Nochebuena era motivo incuestionable para interrumpir la cena familiar. Mi hermana Marisa y yo hemos seguido sus pasos y aún hoy muchas abuelas se alegran de que cuidemos a sus nietos como él hizo con sus padres. Yo le acompañaba desde pequeño y todavía recuerdo, por ejemplo, el júbilo con que le recibían al entrar su coche por las calles de Sangonera.


Persona muy activa y vital, nunca podía estar quieto. Incluso tuvo tiempo para ser presidente del Club Náutico de Campoamor, en la etapa de máximo esplendor del mismo. Cuántas jornadas de pesca compartimos a bordo del 'Cuchi-Cuchi' y cuántas conversaciones en la inmensidad de ese mar.


Ha muerto plácidamente, en su cama, rodeado de todos sus hijos, que le cogíamos de la mano como tanta veces hizo él con nosotros. Allá donde esté confío en que le lleguen los versos de su admirado Alberto Cortez:


«Con las cosas más bellas,


guardaré tu recuerdo


que el tiempo no logró


sacarlo de mi alma.


Lo guardaré hasta el día


en que me vaya yo».