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Una vida al servicio de los demás

Murcia, 24 de agosto de 2021

A las pocas horas del fallecimiento de Joaquín Samper Juan (Elda, 1937, Hijo Adoptivo de Caravaca de la Cruz y murciano de corazón), me siento comprometido a escribir unas palabras de evocación, que no de recuerdo, ya que Joaquín sigue siendo presencia. Si hubiera que concentrar en un titular la figura de Joaquín Samper, destacaré lo que él decía no de sí mismo, sino de su misión o, mejor, del sentido de su vida: un servidor de los demás. «Hay que servir siempre», estés donde estés. Él no ciñó esa actitud de servicio únicamente a su actividad profesional, sino que supo hacerla trascender simultáneamente a su relación con los demás.


En un intento de compendiar las líneas que definirían la trayectoria vital de Joaquín, destacaría cuatro principalmente: coherencia, profesionalidad, lealtad y estilo. Todas ellas tienen el rasgo de ser comunes a ese compromiso de servicio a los demás. La coherencia de su pensamiento siempre se tradujo en actitudes y en obras. Coherencia con sus convicciones religiosas –cultivando y cuidando su fe cristiana–, que desde primera hora mantuvo con valentía y coraje, sin reserva en su arcano íntimo, y que supo compartir con los demás en todos los ámbitos de su vida, que fueron siempre correspondidas con respeto no exento de admiración, incluso por quienes eran ajenos a las mismas. Excelencia profesional como servidor público, inicialmente como miembro del cuerpo jurídico militar (Barcelona), y después en la carrera judicial en sus diversos destinos (Olot, Caravaca de la Cruz y en las magistraturas de trabajo de Barcelona y Murcia, en el Tribunal Superior de Justicia y como magistrado del Tribunal Supremo, donde ostentó la presidencia de la Sala de lo Social).


Como juez conjugaba a la perfección el 'imperium' –como función jurisdiccional que le confería el Estado a través de la Ley– con la 'auctoritas' –como saber socialmente reconocido–. Brillante, riguroso y persuasivo en su oratoria, cercano y claro en el lenguaje de sus sentencias. Conciliador en sus llamadas a los agentes sociales a la autocomposición del conflicto cuando la cuestión lo exigía. Su contribución a la construcción de la figura del trabajador fijo discontinuo en la agricultura es incontestable.


Un hombre religioso


La personalidad de Joaquín se caracterizaba también por la lealtad. Lealtad para con sus amigos, sus compañeros de trabajo –sobre todo con su amigo del alma Bartolomé Ríos Salmerón, tan diferentes pero tan integrados–. Lealtad para con sus comunidades religiosas (Cursillos de cristiandad) y educativas (Colegio Marista). Generoso en su implicación con desafíos sociales: la Hospitalidad de Lourdes, sus compromisos con la obra Jesús Abandonado y con Proyecto Hombre. Nada, absolutamente nada, de cara a la galería. Trabajo y entrega desde la discreción y la fe.


A Joaquín se le encontraba siempre dispuesto, y los que lo han tratado saben que era así. La razón de ello: su carisma, su liderazgo natural, cualidad que se predica no solo en los elegidos, sino en los que también han cultivado desde la humildad valores y han sabido interpretar, como ocurre en su caso, la esencia y la laicidad de las Bienaventuranzas.


Cuando alguien lo ensalzaba respondía que «no eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen, lo que eres delante de Dios, eso eres». Ese liderazgo le permitió exteriorizar su estilo, cargado de sentido del humor y con una singular capacidad para el contacto humano, sin discriminación alguna, sabiendo siempre donde estaba, con quién y cómo conducirse en todo momento. En suma, una persona irrepetible.


Tomo prestadas las palabras que García Márquez dirigió a su amigo Julio Cortázar en su recuerdo para mostrar sentimientos por la pérdida de Joaquín Samper. «Porque lo conocí y lo quise tanto, me resisto a participar en los lamentos y elegías. Prefiero seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo». A Rosa, su fiel compañera de vida, a sus hijos, María, Javier y Joaquín (siempre presente) y a sus nietos solo me queda darles, en nombre de quienes lo conocimos y quisimos, un abrazo fraternal.