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Un juez humano y honesto

Murcia, 17 de marzo de 2021

Conocí a Nicolás Maurandi Guillén en el verano de 1988, cuando yo apenas llevaba colegiado seis meses en el ejercicio de la abogacía. Él acababa de llegar a la plaza de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal de Murcia, procedente de Barcelona, donde había sido magistrado de Trabajo.


A él le correspondió la ponencia del primer contencioso de derechos fundamentales que llevé en mi vida. Y tuve mucha suerte. El poder fáctico de la Administración no se impuso y me concedió una sentencia favorable, ajustada a derecho.


Como juez conocía muy bien su trabajo, y como persona era un hombre afable, cordial y dialogante. En una ocasión en que yo acudí muy enfadado a su despacho, por una sentencia que me había puesto en contra, me dijo antes de que yo pronunciara palabra alguna: «Mazón, ¿a que tienes ganas de darme una patada en los huevos por la sentencia esa que he dictado?». Con esas palabras consiguió desarmar mi crispación y pudimos hablar de forma apacible.


Maurandi logró entrar en el Tribunal Supremo en 1999, en la Sala de lo Contencioso-Administrativo. Una vez le visité en su despacho y estuvimos hablando durante una hora o así. Allí me confesó que había mucha crispación, muchas tensiones y que le daban ganas de jubilarse.


Hubo una guerra interna en la Sala Tercera del Tribunal Supremo por el tema de los impuestos que tenían que pagar los bancos en las hipotecas y él representó el lado razonable y honesto. Afloraron patrocinios ocultos hacia magistrados por parte de bancos. Jamás le pillarían a él en una de esas. Era una persona que podía meter la pata, pero no la mano.


Un gran papel


Nicolás tuvo un gran papel en el Tribunal Supremo, donde consiguió que la jurisprudencia evolusionase. Antes de su llegada no era posible, por ejemplo, presentar un contencioso por una negativa a sancionar a un juez, pero Maurandi abrió una nueva vía que permitía que un archivo de una denuncia contra un juez pudiera ser revisado por el Alto Tribunal, cosa que antes no era posible. Fue un pionero y un avanzado en la defensa de los valores laicos de la enseñanza. Y revocó una sentencia andaluza que se cargaba la educación para la ciudadanía.


En enero me llamó por teléfono. «Hola, soy Nicolás», me dijo en tono jovial. Yo no tenía identificado su número, pero al decirme Maurandi me dio una gran alegría. Íbamos a quedar para comer juntos en Madrid, aunque tenía que resolver unas cuestiones médicas antes.


Nicolas Maurandi Guillén ha pertenecido al grupo de los últimos mohicanos en el Tribunal Supremo, un grupo reducido de jueces justos con razón y corazón. La eternidad se lo ha llevado para siempre. Le ha salvado de ver el hundimiento de la institución por una anomalía 'in crescendo' de los jueces que atraen el apocalipsis.


Amigo Nicolás, nos volveremos a ver en la eternidad y platicaremos sobre el pasado, es decir, acerca de este presente en un futuro incorporeo.


A Nicolás Maurandi Guillén, un juez humano en un mundo de inhumanos.