Un hombre bueno
Murcia, 18 de diciembre de 2021
Hace un año que se fue un hombre bueno. Sí, lo sé, es lo que se suele decir en estas ocasiones. Pero es que, si te marchas por la puerta grande y con todos los honores, ¿qué opciones nos dejas? Don Ángel Rodríguez García podía ser todo lo que se propusiera. Por un lado, era doctor. De hecho, se le conocía en la mayoría de los sitios como 'El Médico'. Así lo llamaban desde la diputación de La Magdalena (Cartagena) hasta la confitería, en el pico esquina de enfrente de su casa, donde todas las mañanas compraba una barra de pan 'cartagenera'.
Era médico intensivista y trabajaba en la UCI. «¿Eso qué es?», preguntaban a sus hijos en el colegio. «Vosotros decid que mejor que no me conozcan en mi lugar de trabajo», les respondía Ángel mientras leía su ejemplar de LA VERDAD, como fiel lector que fue hasta el final de su vida. Como médico inició su andadura en el Hospital Naval, pero donde pasó la mayor parte de su carrera profesional fue en el Hospital General Universitario Santa María del Rosell, del que también fue director gerente, durante unos años, para luego volver a su querida UCI, a trabajar en los boxes 3 y 11. ¡Ay, Angelito! Quién te iba a decir que en el box número 3 del hospital General Santa Lucía, donde trabajaste hasta tu jubilación, pasarías tus últimos días. A eso le llamo yo morir en el escenario, con razón algún celador te llamaba cariñosamente «artista».
Por otro lado, era un cartagenero enamorado de la ciudad que le vio nacer. Concretamente, en la calle San Fernando, en pleno casco histórico, próxima al famoso Molinete y que finalizaba en la plaza Juan XXIII, donde acudía todas las navidades a ver su Belén. Esa calle le vería jugar a las bolas, al 'chinchemonete', los 'rompes' y las chapas. De pequeño, le encantaba el olor a mar, el de la playa de Los Nietos y el del histórico puerto de Cartagena.
Hubiera sido marinero si no le convencen de lo contrario. «¿Ves el espacio que hay entre el puente y la proa? Ese es todo tu mundo cuando vas navegando», le dijo aquel marino mercante cansado de la soledad del mar. Así que el oficio de marinero lo cambió por el de general cartaginés, dentro de las fiestas de Carthagineses y Romanos, siendo Asdrúbal Barca. Y el olor a mar lo siguió saboreando con el pulpo cartagenero que tanto amaba degustar en San Antón.
Y, como buen cartagenero amante de su ciudad, fue también portapasos del Jesús. La cofradía marraja en la que entraría junto con su primo Ramón y cuyo Jesús Nazareno llevó junto con sus hermanos portapasos sobre sus hombros a la Pescadería y tantas madrugadas del Viernes Santo. ¡Qué orgulloso debió estar Ángel cuando el día de su misa funeral, en la iglesia de Santa Lucía, la de su Jesús Nazareno, junto al Pinacho, uno de los que llevaron su féretro era un portapasos de La Pequeñica!
Pues sí, Ángel era todas esas cosas. Pero, como dije al principio, por encima de todas ellas era un hombre bueno. Porque algo bueno debes tener para que a una persona, a la que conoces tan solo de comprar en tu tienda durante el último par de años, se le empañen los ojos al enterarse de tu fallecimiento, y para que tus nietos estuvieran deseando ir a casa del abuelo a jugar contigo y llenarte el despacho de dibujos con las hojas de las libretas que tú mismo les comprabas.
Y, por último, como también dije al inicio, irte por la puerta grande es haber estado junto a tu esposa Ana durante 47 años y hasta el último momento de tu vida haberla amado, respetado, admirado y cuidado como si fueras un adolescente, tratando de conquistar todos los días al primer amor de tu vida.
Si es que así no se puede ir uno, Ángel, así no se puede, porque... a ver quién es el bonico que te sustituye.