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Tomás Buitrago Olivares

Mula, 3 de octubre de 2022

Palabra de Tomás

Resulta difícil escribir con el corazón encogido. Habrá que dejarse llevar por los flashes que me llegan. Recibo la llamada en la puerta del Colegio de Abogados, acabo de llegar y mi hermano me informa de que ha fallecido Tomás. Se me viene el mundo abajo, pienso en dejar mis ocupaciones, pero no puedo hacerlo, no debo, lo primero es el trabajo, cumplir con las obligaciones, con la palabra dada. Otra cosa sería traicionar lo que he aprendido de él. Participo en la reunión con mi decano y otros compañeros, y, por la tarde, en otra en el despacho de una colega. No ha sido fácil, incluso con alguna salida de tono por mi parte. Leo el magnífico artículo que José Luis Piñero dedica en este periódico a Tomás Buitrago Olivares. Pese a lo buen periodista que es, se queda corto en la descripción del personaje. Relata que fue encargado de la finca de mi abuelo Manuel, y lo describe como si fuera un mérito, quizá porque desconoce que en realidad fue mi familia la que tuvo la suerte, la enorme suerte de tocarle la lotería al contar con la colaboración de Tomás.

Mi padre, casi veinte años mayor y que en realidad era quien dirigía la hacienda del suyo, construyó con él una gran amistad, más que una gran amistad, y conocía su enorme valía, como experto del campo, sí, pero, sobre todo, como persona y hombre de honor, y así me lo hizo saber durante toda su vida, incluso poco antes de fallecer: «para lo que necesites, apóyate en Tomás».

En septiembre de 2001 le llamé por teléfono, se me quebró la voz y solo escuché «no llores, hijo». No le hizo falta más para saber que mi padre había muerto. En esta ocasión, mismo mes de septiembre, ha sido a su hijo a quien se le ha roto la suya, al recibir mi llamada.

Hablo de un gran hombre, y estoy seguro que, cualquiera que lea estas líneas y le conociese, se identificará conmigo al pensarlo. Derrochaba generosidad hacia los demás, tesón en su trabajo, humildad en el vivir diario, honestidad en su proceder y, no menos importante, fidelidad a su palabra. En realidad, no habría necesitado apellidos, ni hacía uso de apodos, Tomás a secas, era suficiente. Pronunciar su nombre de pila abría puertas, venir bajo su recomendación, y no digamos en su compañía, un salvoconducto ante cualquier instancia. Todos los que le hemos conocido lo sabemos y estamos en deuda.

Un hombre excepcional

Cualquiera que haya asistido a su funeral convendrá conmigo en que se despedía a un hombre excepcional, que deja huérfana no solo a su familia, sino a toda una ciudad. Desconozco si cuenta con una calle, plaza, placa o monumento que le reconozca en Mula –parafraseando al poeta oriolano, «su pueblo y el mío»–, más, si no es así, valga esta misiva como instancia pública ante el Ayuntamiento. ¡Tardando estamos! Pasarán años hasta que otro conciudadano sea tan merecedor.

Hasta pronto amigo, «que se me ha muerto como del rayo... con quien tanto quería».

EVARISTO LLANOS SOLA