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Roxana Rodríguez-Guisado, viuda del pintor Ángel Hernansáez

MURCIA, 21 de agosto de 2013

Una mujer con la alegría a flor de piel

PEDRO SOLER

Fue su esposo, Ángel Hernansáez, quien acaparaba los plácemes, pero detrás, navegando en simpatía, siempre aparecía Roxana, con alegría a flor de piel, que la convertía, no en alegría de la casa, sino en alegría de la vida. Ayer, se consumó el previsto desenlace y Roxana, por vez primera, nos provocó amargura. Se ausentó definitivamente, de un modo silencioso, hundida en el deterioro que las enfermedades conllevan. «Siento despertar con tan malas noticias, pero esta madrugada falleció mi mami. Se fue en paz consigo misma, y el mundo es mejor gracias al toque de su magia», me comunicaba Roxanita, cuando, en mi caminata matutina, el sol aún no me había saludado. Es cierto: Roxana dominaba, aunque no lo pretendiese, la magia de ese gozo, que, como pocos, incluso en sus momentos más difíciles, siempre quiso inyectar.

¿Para qué nos vale ahora recordar historias de su vida? Tratándose de Roxana Rodríguez-Guisado, para mucho; y unida en el recuerdo a la singularidad de Ángel Hernansáez, para recuperar evocaciones colmadas de sensibilidad. Su encuentro, allá en los años juveniles de la facultad de Bellas Artes de Valencia debió responder, más que a un flechazo directo, a un ocasional encontronazo de amistad y de humor. Luego transcurrieron felices los tiempos de ambos en el instituto de Cabra, hasta recluirse en esta Murcia acogedora -Roxana fue una donación desinteresada de Játiva-, donde uno y otra dedicaron su plenitud a enseñar dibujo a miles de jóvenes murcianos. A Roxana la recordarán, seguro que con el mayor de los afectos, tanto en centros de Beniaján y Molina de Segura, como en el Floridablanca, donde transcurrió su última etapa docente.

Cuando la enfermedad la traicionó, Roxana perdió su rubia y pomposa melena y sus fuerzas para caminar, pero nunca la abandonó el brío, el regocijo y el ansia de vivir. Era el eje sobre el que giraba esa tertulia con sus compañeros, en Plaza de las Flores, en Santa Catalina o en Paseo Alfonso X. Fuese donde fuese, el poderío de su sonrisa era imán de sincera amistad y de incuestionable ternura.

Roxana se ha marchado con su ilusión depositada en un atrayente empeño: la exposición en ciernes, que próximamente recuperará la memoria de Ángel. Ella deseaba con ardor homenajear, más que a su marido, al pintor de una obra libre y viva; de un artista, al que ella misma definía como "imprescindible, impensable, incansable y creador". Seguro que, pese a su ausencia, llegará a contemplarla: nos dejaron a Angelito y Roxanita, tan tenaces y entrañables como sus progenitores. No los olvidaremos.