Roque Bergareche Mendoza
Murcia, 17 de octubre de 2012
Se inventó su propia vida
JACOBO BERGARECHE
Que mi hermano pequeño ha muerto apaleado y de un tiro en la cara en una calle de Luanda es un suceso. La noticia debe ser otra. Roque representaba muchas cosas muy hermosas para los que le conocimos, gran jugador en el campo y en la mesa, compañero de viajes hasta donde las carreteras se convierten en caminos de piedras, amante romántico como los protagonistas de las rancheras y los boleros que tanto amaba. Se bebía la vida como quien bebe directamente de una cascada. Así fue para los que le conocen.

Para los que no le conocen de nada, la noticia es que ha muerto un prototipo de joven que esta España necesita. Un brillante estudiante que acabó con matrícula de honor el colegio y eligió hacer empresariales en ICADE. Allí rechazó todos los grises y lluviosos destinos que proponían para el año de intercambio, y propuso a sus profesores algo inédito hasta entonces: ir a la Universidad Pontificia de Río de Janeiro, lugar desde donde empezó a construir una visión del mundo distinta, donde desarrolló su enorme capacidad para buscarse la vida en cualquier rincón y donde comprendió que sus oportunidades estaban en cualquier sitio.
Poco después de graduarse y trabajar como consultor año y medio, lo dejó todo para completar verdaderamente su aprendizaje, desestimó la idea de hacer el preceptivo MBA destinado a personas del perfil de Roque, y prefirió gastarse todos sus ahorros en aprender lo que le faltaba para ser quien ha sido, atravesando durante 8 meses, en una furgoneta América entera de California hasta Bolivia y de ahí a su adorado Río de Janeiro.
A la vuelta, y con los oídos llenos de consejos tipo «ahora tienes que sentar la cabeza», trabajó en N+1, un exigente banco de inversión donde como él mismo decía, «se iba a hacer su mili» para prepararse para la auténtica guerra, que iba a ser la suya propia por tener un proyecto personal. Trabajó hasta las madrugadas, fines de semana incluidos, entregado con pasión a las operaciones que le encomendaron, pero no perseguía la zanahoria del bonus ni subir el escalafón, su meta calculada y planificada era la de convertirse en un tipo lo suficientemente preparado como para poder inventarse su propia vida y caminar por su cuenta. Cuando se acercó el día que se marcó para marcharse, tuvo la caballerosidad de advertir a sus superiores que se iría antes de que le dieran el bonus o el ascenso. Era un hombre de honor y se iba siempre sin deudas ni reproches de cualquier sitio.
Hace dos años Roque partió a Angola, preparado para cazar las oportunidades que se le cruzan a cualquiera valiente que se atreve a llegar lo lejos que haga falta para encontrarlas, ya fuera en las ruinas de una Angola postbélica o en las callejuelas del Barrio de Santa Teresa de Río. Había aprendido a cantarle a un angoleño las canciones de Rui Mingas, y a un carioca las sambas de Cartola, sabía cuándo llevarse a cenar al tipo que acababa de conocer en un despacho y dejar de hablar de negocios para hablar de la vida.
Trabajo, sacrificio, viajes, amistad y juego se mezclaban sin compartimentación en la osada vida de este joven empresario español. Quédense con su ejemplo, Roque no es el único así, esta época tan dura está dando a muchos empresarios valerosos como él, que contribuirán a sacarnos a todos adelante.