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Reconocido jurista, de ocurrencia inteligente y sabiduría experta

Murcia, 27 de enero de 2015

Obituario Juan Manuel Echevarría

Hace unos días tuvimos la mala suerte de perder, casi como del rayo, a una persona que tanto amaba la vida que la convirtió en pura alegría. Felicidad que trasmitía con su ocurrencia inteligente, sabiduría experimentada y forma para expresarla. Pocas personas consiguen una sonrisa previa al discurso y, sin embargo, Juan Manuel la hacía presencia antes de la revelación.


En ese momento inquietante entre su aparición, el taco de mojama y el trago de cerveza, ritual ineludible del aperitivo veraniego, se producía la expectación sonriente que culminaba siempre con algún ingenioso comentario o agudeza picara. Picardías que no dejaban de sofocar a su querida Mari Luz que le miraba con resplandor cómplice.


Pero Juan Manuel era un hombre serio, abogado del Estado, gran y reconocido Jurista (con mayúscula), que como secretario del Consejo del Banco Central vivió los momentos más convulsos, complicados y determinantes del sistema bancario español. Etapa difícil aquélla de los ochenta de la que salió confirmado y fortalecido como jurista y como persona de fe.


Extraño caso de decencia y honestidad para los que hoy vemos en qué se ha convertido la banca y la política. Su periplo profesional, antes de ser un alegre jubilado, término donde a él le gustaba, en la Universidad como secretario del Consejo Social de la Complutense. Amplio, intenso y envidiado bagaje profesional que convierte a un hombre humilde y trabajador, sensato y prudente, educado y respetable, en un ejemplo carismático a seguir.


Y basta de aptitudes cuando lo que resaltaba de su carácter era la actitud, la elegancia con la que contaba un chiste verde que se convertía en genio interpretativo o cuando relataba una anécdota o una experiencia inocente y se volvía episodio nacional, como fiel seguidor de Galdós, por mor de su enorme capacidad para atraer a su auditorio. Qué difícil es hacer lo que hacía y decirlo como lo decía, con la sencillez y jovialidad, casi juvenil, con que conectaba. Qué difícil es provocar la carcajada de regocijo y qué bien lo hacía. Qué bien conjugaba esa dicotomía entre la seriedad al contar y el resultado hilarante.


El otro día fue un día triste para todos los que tuvimos la suerte de disfrutar, de una manera o de otra, de su alegre presencia. Hasta su marcha fue elegante y discreta, rápida y distinguida, como no podía ser de otra manera en una persona que había hecho de su vida un motivo para el disfrute propio y ajeno.


Dicen que al partir es la hora de la alabanza, justificada o no, que se tiende a exagerar los méritos y a olvidar los defectos, pero no, Juan Manuel tenía un gran defecto que le persiguió toda su vida y que nunca consiguió dominar: jugar bien al tenis, y mira que lo intentó y lo práctico. Con su elegancia clásica se presentaba en la pista oliendo a réflex, embadurnado de pomadas y cubierto de vendajes hasta las cejas, pero su saque no acompañaba y su tierno revés le dejaba al descubierto y en manos del contrincante. !Ay¡, Juan Manuel, con lo bien que se te daba el mus, seguro que habías cambiado algún que otro órdago victorioso por ganar algún set de vez en cuando.


Es sorprendente cómo hay personas que te lo hacen pasar bien, y da cierto reparo y vergüenza reconocerlo incluso cuando ya no están, incluso escribiendo sobre su fallecimiento, porque, con sinceridad, su recuerdo en estos momentos más nos lleva a la sonrisa que a la lágrima; a descubrir que la evocación le mantiene vivo en nuestra memoria, porque él, aún ausente, siempre sabe hacer de la relación con los demás un momento de memorable gozo.


Nunca he visto a nadie llorar de tristeza con la sonrisa en los labios. El otro día lo vi en su mujer y en sus hijos porque es el ejemplo que ha dejado. No se trataba, creo, de una despedida ni de un duelo, se trataba de un homenaje. Como éste que nosotros le rendimos con emocionada alegría.