Pedro Blasco Muñoz
Murcia, 26 de noviembre de 2010
GUZMÁN ORTUÑO PACHECO
Es una nueva y dolorosa experiencia, comprobar como la muerte de un compañero de trabajo y amigo acongoja el espíritu. Pedro Blasco Muñoz, patólogo de profesión y de afición, nos ha dejado. Una mala jugada del destino en forma de enfermedad profesional nos lo arrebató para siempre. Durante los últimos veinte años compartimos el trabajo en el Hospital General Reina Sofía de Murcia y en la Facultad de Medicina y Odontología. Todos sus compañeros, personal sanitario y administrativo estamos desolados. En nombre de ellos, como responsable del Servicio de Anatomía Patológica, escribo estas palabras, testimonio de los que tuvimos la suerte de conocerle y disfrutar de su compañía.
Pedro era una persona que transmitía alegría y ganas de vivir, facilitaba la convivencia y cohesionaba al grupo de trabajo. Siempre estaba dispuesto a ayudar y sustituir al compañero en su labores, cuando una circunstancia personal le impedía hacerlo. Era un trabajador diligente y eficaz y muy dotado para la comunicación con los demás, así que era muy querido y respetado por los alumnos de la Facultad de Medicina y Odontología. Sus clases eran muy didácticas, siempre apoyadas por sus conocimientos teóricos y sobre todo prácticos, que adquirió gracias a una excelente formación clínica y los numerosos estudios postmortem realizados, con preciosas imágenes macroscópicas, guardadas en el archivo docente, fiel reflejo de una técnica minuciosa y una correlación clinicopatológica exhaustiva, que hacia que sus protocolos fueran auténticas lecciones magistrales, que han quedado como su legado para la formación de generaciones futuras.
El trabajo constituía su afición, tal era el entusiasmo que ponía en su realización. Cuando la enfermedad estaba en fase avanzada seguía trabajando sin queja alguna, no consintió tomarse una baja laboral, hasta un mes antes de su muerte. A veces, en la sala de autopsia, con sus alumnos, le faltaban fuerzas, tenía que sentarse, incluso en una ocasión tuvo que ser llevado a Urgencias, nunca consintió ser sustituido, todos achacábamos su abatimiento al tratamiento antiviral con interferón al que estaba sometido, sin advertir que el proceso patológico le estaba consumiendo por dentro. Siempre era optimista, hasta el último momento, no tuvo jamás una palabra de reproche o desaliento, todas las veces que le visitábamos o hablábamos con él decía encontrarse mejor, sus ganas de agradar y su profunda fe, te transmitían una sólida esperanza, que a todos nos sirve ahora como consuelo.
Que el Señor le acoja en su Gloria. Descanse en paz y que su ejemplo nos ayude a ser mejores.