Paquita Quirós Jiménez
Murcia, 29 de mayo de 2013
En memoria de una maestra ejemplar
ANTONIO JIMÉNEZ SÁNCHEZ
El pasado viernes 24 de mayo nos dejó doña Paquita Quirós Jiménez, exdirectora del colegio El Buen Pastor, alma máter, junto a su padre, hermanas y hermano, de una institución educativa de origen familiar fundada hace casi 70 años, muy consolidada en el sistema educativo de la Región de Murcia.
La conocí hace unos cuarenta años. Es la madre de uno de mis hermanos, de Federico; de esos hermanos que, no siéndolo de sangre, cualquiera merece tener, y que ocupan un lugar preferente en nuestras vidas. Yo, además, suerte la mía, tuve en ella otra madre más de las que también cualquiera se merecería tener.
Me impactó sobremanera cuando se dirigió a mí por primera vez, la atención envolvente que prestaba a mis humildes y adolescentes ideas, su saber escuchar en un halo de generosa afectividad, su educación innata, su elegancia; sobre todo, su elegancia.
Hablar de doña Paquita (yo nunca quise tutearla, en demostración voluntaria del máximo respeto, el reconocimiento y consideración que le profesaba), es hablar de una mujer imponente, de muchísimo mérito en lo personal, no menor en lo profesional.
En la 'Seño Paquita' coincidía un cúmulo de cualidades que sostenían su impresionante labor educativa: culta, inteligente, maestra, cariñosa, y, especialmente, ejemplo personal, sabedora que sin ejemplo no hay educación. La 'Seño Paquita' sabía que la educación es una oportunidad para la igualdad, para hacer retroceder la pobreza y conseguir mayor justicia social.
No es de extrañar, con esas dotes, la fructífera tarea educativa que desarrolló. Y no era preciso para disfrutar de su magisterio situarla en el entorno escolar: lo desarrollaba, innatamente, donde estuviese, en su Colegio y fuera de él, en un permanente y generoso ejercicio de sabiduría.
En el ámbito familiar, faro y guía de varias generaciones de buenas personas que encontraron la esposa, la madre, la abuela y bisabuela, a la que se acudía en cualquier momento ante cualquier vicisitud, en busca de un buen consejo, en busca de un buen punto de apoyo o, simplemente, en busca de cariño. Ella también era ella, vitalista, reflexiva, con una gran capacidad de respuesta, muy coherente, muy equilibrada. Por eso, siempre constituía un placer coincidir con doña Paquita.
Miles de alumnos y alumnas, de madres y padres, y cientos de profesores y profesoras, confiaron su educación, el aprendizaje, la formación docente o el apoyo a la labor parental a su buen hacer profesional. Por eso su fallecimiento debe reforzar el valor de la obra desarrollada por doña Paquita, y el modelo de vida a imitar, a continuar. Sin duda, una de las mujeres que mayor impronta y merecimiento tienen en la historia reciente de una Murcia que debe saber reconocer, públicamente, esa gran tarea desarrollada, en lo educativo y en lo social.
Hemos sufrido y llorado su muerte, intenso ha sido el dolor. Nos reconforta en el recuerdo esa escuela de vida que nos sirve para ser mejores personas, más cercanos, más atentos y entregados a los demás.
Su despedida fue el pasado 25 de mayo, cuando nada más tenía 88 años. Imperaban allí dos sentimientos aparentemente contradictorios: el del dolor ante la pérdida; el de alegría (éste es el que ella deseaba) ante el legado personal trasmitido. A mí me venció, y me vence, el primero. Por el segundo, le rendiré siempre el máximo reconocimiento y mi mayor afecto.