Paco Carles
Cartagena, 11 de septiembre de 2014
Obituario Francisco Carles Egea
Lo primero que admiré de él era que practicaba un discurso rápido, incluso diría que veloz, pero sobre todo que lo largaba sin atropellarse. Como si se topara con mil piedras en el camino de la explicación y las sorteara limpiamente. Ni un tropezón jamás, ni siquiera de los que simplemente son falta y no alcanzan a ser delito. Mostraba en el explicarse una seguridad tan grande, que no se la atribuías a mérito adquirido, sino a que lo parieron dotado de mecanismo tan espectacular.
Aun cuando las usara vertiginosamente, le gustaba jugar con las palabras. Y con los oyentes a quienes pretendía regalárselas. Un día fuimos en su coche, una especie de 'haiga', a su Cartagena. Digo 'su' porque en decires, gestos y maneras, tanto la Cartagena cartaginesa como la romana parecía que fueran suyas. Y eso que no lo daba a entender con ninguna suficiencia, ni se le ocurría entrar en la vieja y estéril disputa con los 'barrigas verdes'.
Pues en la 'capitalica' se integraría luego, para alcanzar sus años de apoteosis vital. Con Teresa, tan vistosa, que ella sí se expresaba con los tiempos medidos, a través de su agradable voz de soprano. Se fue antes aún que Paco. Creo que para advertirle al dios del Más Allá de lo que se le vendría encima un 10 de septiembre, festividad de, por mal nombre, San Job. (Lo digo por la parte torbellina de Paco).
Nada más embarcarnos, ya digo, en lo que a mí me parecía un cochazo, bien que me la jugó. Que el humor 'bordesico' no le faltaba. Le metió un casete por la boca al aparato y dijo: 'Vas a tener suerte, porque llevo aquí la grabación de la conferencia que di el otro día…' (Se lo perdoné hace ya tiempo).
No es que presumiera de orígenes humildes, pero nunca ocultó -y hasta le daba gusto contarlo- que, en su estancia madrileña como estudiante, mataba las ansias de comer algo colándose en los salones de 'Noche y Día', al lado de la que era Dirección General de Seguridad, con sus calabozos, en la Puerta del Sol.
Juntos nos embarcamos en una aventura periodística en 'La Verdad'. (Si charlar le producía delirio, escribir le gustaba lo que no está escrito). Montamos semanalmente -dónde mejor que en el Rincón de Pepe, asistidos por Raimundo- una entrevista que tenía lugar en medio de una cena grandiosa que, de tanto que lo era, dejaba sin habla al invitado. (En una de estas colaciones fue donde el presidente a la sazón de la Comunidad Autónoma de Murcia pidió 'lubina mismo'). El personaje era sometido a un vapuleo exhaustivo: las preguntas del periodista¸ el cara a cara con el psiquiatra, las anotaciones de un grafólogo y las fotos de Tomás. De madrugada, nos íbamos medio borrachos. Lo pasamos bien, joder. (No me olvido del puro). Paco trataba muy bien al habano. Sabía trascenderlo de su mera condición de hoja liada. A los puros de Paco, yo los trataba de usted.
Paco y sus padres, Paco y sus hermanos. Los aludía mucho. Paco y sus hijos. Los estimulaba con sus propias capacidades y su ingenio. Paco y sus amigos. No había forma de aburrirse a su lado. Ahora que ya no está, me voy a tomar una cerveza. Por refrescarme, pero sobre todo porque, en su memoria y honor, destaparé la botella con una imitación de hacha (recuerdo de Londres) que me trajo en uno de sus viajes.
Allá donde quiera que vayas, no te olvides del llevarte el casete, Paco. Por joder.