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Mariano González Frutos

Murcia, 24 de febrero de 2017

Obituario Mariano González Frutos

Adiós al de La Huertanica


La hostelería murciana ha perdido recientemente a uno de sus representantes genuinos, conocido y respetado: Mariano González Frutos, 78 años, copropietario de La Huertanica, que, precisamente este año hubiese cumplido su centenario. El restaurante se cerró hace cuatro años, mientras que sigue en marcha el hotel y no es descartable, a medio plazo, su reapertura completa por parte de los familiares.


La Huertanica, con Mariano y su hermano Emilio al frente, ha sido un establecimiento modélico en el sector durante gran parte del siglo pasado. Creado por sus antepasados, allí dio también sus primeros pasos su hermano mayor, Raimundo, que años después alcanzó fama internacional con el Rincón de Pepe. El local formaba parte de los bajos del Casino de Murcia, a quien se lo compraron. Al principio se instaló como posada y años después funcionó como restaurante para recuperar su condición de alojamiento en las últimas décadas de la pasada centuria, cuando se construyeron las actuales dependencias.


Ubicado en pleno corazón capitalino, en la calle Infantes, junto a la plaza de Cetina, a un paso de la Catedral, el restaurante fundamentó su prestigio con una cocina casera, bien elaborada y que pronto destacó, haciendo honor a su nombre, por su variedad en productos característicos de la huerta. Su fiel clientela no olvidará el panaché de verduras, santo y seña de su carta. Por su barra y comedor pasaron gran parte de los personajes famosos que visitaban la ciudad, empezando por empresarios, políticos e integrantes de las compañías que venían al Teatro Romea. A unos y otros, Mariano y Emilio, junto a camareros de confianza como el bullense Juanito, brindaban un trato familiar, y profesional a la vez, que se agradecía en unos tiempos en los que ya imperaba en el sector la excesiva confianza en la relación entre quienes están a uno y a otro lado de la barra. No es fácil mantener el equilibrio y en La Huertanica se cuidaba y practicaba algo que se echaba de menos cada vez más.


Ya no recuerdo con precisión cuándo empecé a hacerme cliente, creo que fue en los años ochenta y allí acudía dos o tres veces a la semana, casi siempre a la hora de la cena. Lógicamente, cuando vas, más o menos, los mismos días y a la misma hora a un bar terminas formando parte del lugar, lo cual no me disgustaba. Y tanto los profesionales como los contertulios pueden añorar esos ratos, mientras se cumple con el cometido principal, que es saciar el hambre y la sed del parroquiano. Y Mariano formaba parte de ese mundillo tan grato y reconfortante. En una época sin móviles, los mesones y restaurantes servían como foro de opinión y discusión, y, además, se convertían en cajas de resonancia para enterarse de cuestiones desconocidas gracias al intercambio verbal.


Y, obviamente, no pocas noticias, que después se confirman, llegan en un primer momento vía rumor escuchado en una barra o en cualquier tipo de tertulia abierta. Y eso, como es lógico, era, es y será una pieza aprovechable para quienes se ganan la vida investigando y comunicando todo aquello que interese a la opinión pública. Si profesionales como Mariano y Emilio hubiesen escrito sus memorias podríamos disponer de un material valioso para conocer mejor la historia de esta ciudad y, consecuentemente, la de una región como Murcia. E indagando más atrás, desde la fundación de La Huertanica, la evolución de una sociedad rural y urbana a través de tiempos de monarquía, república, guerra civil, dictadura, transición y democracia. Unos años apasionantes vistos desde una atalaya como un restaurante. No son pocos ni menos valiosos los documentos aportados desde tipo de negocios. De hecho, se han escrito testimonios excelentes merced al papel desempeñado por determinados hoteles en momentos históricos decisivos.


Con Mariano González Frutos se cierra, pues, un capitulo de la hostelería tradicional y unos años en los que Murcia pasó de ser una ciudad que crecía lentamente a otra que no ha respetado sus señas de identidad. Y que, desgraciadamente, ha invadido y avasallado un paisaje como el huertano. Todos somos responsables del desaguisado, aunque unos más que otros.