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Manuel Pajarón

Murcia, 5 de noviembre de 2010

Manuel Sánchez-Solís


Hace unas horas que se nos ha ido el doctor Pajarón cuya vida ha estado tantos años ligada al Servicio de Pediatría del Hospital Virgen de la Arrixaca. Manolo Pajarón pertenece a ese extraordinario grupo de pediatras que, desde que allá en 1975 abrió sus puertas La Arrixaca, trajeron a nuestra tierra el desarrollo de la medicina científica que ha ido conformando el prestigio que el hospital ha llegado a tener entre los murcianos.
Allí asistió durante 30 años muchos, muchísimos niños enfermos; seguro que hoy le recuerdan con el cariño que se tiene a quien te ayuda en momentos de dolor y sufrimiento. El alivio de ese sufrimiento fue siempre su afán profesional y lo hizo durante tantos años y con tal dedicación que nunca quiso jubilarse.


En los momentos de cansancio o incluso de desaliento, que también los hay en esta bendita profesión nuestra, nos decía: «Recuerda siempre que tú elegiste tu profesión de médico y tus enfermos no eligen su enfermedad». ¿Habrá forma más contundente de expresar lo que de humana debe tener la medicina? En aquellos años de trabajo desbordante fue fundador de la Sociedad de Pediatría del Sureste de España que presidió unos años después y apasionado por las enfermedades del aparato respiratorio, el estudio de las mismas, le llevó a adquirir el respeto de sus colegas que lo eligieron, así mismo, presidente de la Sociedad Española de Neumología Pediátrica.


No entendía el ejercicio de la medicina sin intentar responderse a las incertidumbres fruto de lo que tanto desconocemos de la enfermedad y, así, nos inició en la investigación con un rigor y perfeccionismo extraordinarios, probablemente consecuencia de que su tesis doctoral fue dirigida nada menos que por Francisco Grande Covián.


De aquella tesis nació otra de sus pasiones, las asombrosas cualidades de la leche de mujer. Como profesor de la Facultad de Medicina enseñó esas cualidades durante más de 20 años; seguro que muchos médicos de esas promociones lo recuerdan. Sé que se ganó el respeto de sus alumnos. Recuerdo su última clase unos días antes de jubilarse, sobre leche de mujer ¿cómo no?, con la clase llena y atenta a ese magisterio, en un homenaje que también honra a quienes lo hicieron.


De ese magisterio nos beneficiamos muchos pediatras; yo tuve la suerte de ser uno de ellos y por eso estas líneas de recuerdos no son, no pueden serlo, un póstumo panegírico objetivo sino un intento de hacer honor al juramento hipocrático «Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días».


Descansa en paz querido maestro, querido amigo.