Lorenzo Abad
MURCIA, 17 de abril de 2013
En recuerdo del doctor Abad
DIONISIA GARCÍA
Así como el lector participa de lo escrito y se convierte en cómplice, el amante del Arte se impregna de él a través de la contemplación. Digamos que se esencializa y participa del don. Lorenzo Abad solía decir que su dedicación vivida en y hacia lo artístico la había heredado de su padre. Sea como fuere, el doctor Abad era un gran amador de las cosas bellas, de cuanto el arte beneficia en cualquiera de sus manifestaciones, ya fuera la música, la transparencia de un cristal en sus diferentes tonalidades de color, o la serena mirada ante la pintura de una 'madona'. Con esa carga de pasión por encontrar aquello que buscaba, se entregaba al viaje. Gran conocedor de Italia toda, admiraba el paisaje, la campiña, su verdor, con niebla y sol mojado, con el silencio que proporciona la naturaleza. Solo o en compañía, atento a esa gracia de la vida, Roma, Florencia, Siena o Asís, entre sus ciudades, eran visitadas una y otra vez por el caminante. Como buen viajero repetía para estar, no de paso. La víspera de uno de sus viajes lo encontré en actitud orante en una iglesia cercana a su domicilio. Preferí respetar ese momento. Sí hablamos en alguna ocasión de la trascendencia. En un terreno más coloquial, opinamos de las misas en latín que ambos preferíamos.
Al doctor Abad debo mi atención al 'Lied'. Tuve la fortuna de oír en su compañía esta música. Sus comentarios posteriores ampliaron mi visión de dicho apartado del arte.
En tres ocasiones estuvo en nuestra casa, la última con Paqui, su esposa (en otro momento conocía a Lorenzo, su hijo, presente en sus referencias). Abad era atinado en sus opiniones sobre temas diferentes y compartidos. Patente su cordialidad y respeto, sin dejar de emitir juicios y pareceres según sus convicciones.
Durante la dura y última etapa, me atreví a visitarlo. Encontré a la persona que aceptaba con dignidad su final, capaz de atender mínimos pormenores. Procuraba vivir sin ensombrecer su entorno. Antes de despedirnos, pude admirar las 'madonas' que no conocía del siciliano Antonello da Messina. Aquel momento intenso ante la belleza, queda en el recuerdo como un mensaje de amistad.