Juan María Bandrés Exsenador y exdiputado vasco
MURCIA, 10 de noviembre de 2011
Un defensor de las causas justas que añoraba a su familia
DIONISIA GARCÍA
Llegó unas vísperas de Nochebuena a un pueblo almeriense del interior. Aparecía ante nosotros ligero de equipaje y con rostro sonriente, no propio de un desterrado, quizá porque en su interior no lo estaba, como persona coherente dispuesta a reaccionar con dignidad (con esa dignidad que lo distinguía) ante cualquier situación o adversidad. Él, que siempre fue defensor de las causas justas, a pesar del riesgo, aceptaba su destierro en aquella época, nada fácil, de los años setenta. Sí sufría la separación de los suyos.
En torno a aquellas navidades nació su hijo Jon, y le dolió la imposibilidad de no poder compartir familiarmente el acontecimiento. Tuvo la compensación de ser acogido en aquel pueblo amable de parrales y cerros, que todavía lo recuerda. Hace años, y en memoria de su estancia en el lugar (al que también él correspondió con generosidad cuando le fue posible), se inauguró un monolito a él dedicado, en un apacible jardín. Un día de celebración y encuentro (puesto que ya no vivíamos allí), para unirnos con los habitantes del pueblo en tan merecido homenaje.
Nuestros hijos, no más allá de sus infancias, disfrutaron al hombre tierno y con sentido del humor. Quizá ellos suplían y apaciguaban, de algún modo, las sombras que impedían llegar hasta el infante lejano, el pequeño Jon desconocido. En los atardeceres de aquellos días, escuchábamos la voz de cantautores, con sus letras de rebeldía y belleza. 'La nana de la cebolla', de nuestro memorable poeta Miguel Hernández, surgía en el silencio como brisa de dolor y miseria. Las noches de aquellos meses se alargaban; entretejíamos nuestra charla en torno a la literatura (Cortázar y su Rayuela, entonces de actualidad). El tiempo se acortaba. Todo se hacía breve con Juan María.
Su amable presencia por las calles de Purchena, cercano a las gentes, su condición de cristiano, al subir de vez en cuando la cuesta hacia la iglesia, y otros tantos gestos, admiraban a los vecinos, que comentaban sobre la singularidad del desterrado. Al expresar sus opiniones, él siempre ganaba.
Muchas fueron las personas relevantes, junto a los amigos y conocidos, que lo visitaron. La deportación fue un mal que Juan María sufrió sin merecerlo, y todos tratamos que no le doliera demasiado. Cuando llegó la hora de su regreso, lo celebramos sin poder remediar la melancolía ante su marcha. Aquel lugar ya no sería el mismo, por él había pasado un hombre íntegro, defensor de las causas difíciles. En ello se dejó la vida.
Nos encontramos en momentos posteriores: cafés en los descansos del Congreso, viajes coincidentes y buscados, alegría al compartir acontecimientos familiares, motivos estos para su venida a nuestra ciudad, retornos que se repitieron al ser Juan María invitado como conferenciante. También fuimos presencia en aquellos momentos fatídicos de hospitalización y malas nuevas.
Una referencia histórica
En estos años, Pepa Bengoechea, su mujer, nos ha dado cuenta de su pasar. Ella y sus hijos, Olivia y Jon, han sufrido y aliviado ese tramo de vida con mucho amor. Saben ellos, y sabemos quienes hemos conocido a Juan María Bandrés, que será una referencia histórica como defensor de los derechos humanos, como demócrata y, sobre todo, por su lucha insistente en favor de la paz. Podríamos decir que era un hombre bueno de indiscutible talento y preparación. Lo recordaremos por su humana y honorable condición, por su grandeza y generosidad en momentos difíciles a lo largo del camino, que no en vano recorrió con dignidad.