Josefa Hernández López
Murcia, 8 de octubre de 2013
A Pepita, una madre ejemplar
CHELO BELLA HERNÁNDEZ
Nunca pensé que sería capaz de hacer esto y menos en este momento, pero en memoria y como merecido homenaje a un gran ser humano que nos acaba de dejar, mi madre, y pasando por alto la gran congoja que tengo ahora y el apuro de dirigirme en alto a todos vosotros, no puedo dejar de manifestar lo que siento ante la gran ausencia que deja la persona de mi madre en mí, y, seguramente, en la mayoría de vosotros.
Mamá, quiero decir en voz alta a todos, en esta tu despedida terrenal, que has sido una madre entregada y dedicada a nosotras, con ese amor tan fuera de todo interés como solo una madre como tú nos has sabido dar.
Cómo nunca reparaste en anteponer nuestro bienestar a tu interés personal frente a situaciones complicadas e incluso a protegernos de sufrimientos que te quedabas para ti sola, cómo luchaste por hacernos la vida todo lo fácil que estuvo en tus manos (cosa que conseguiste al cien por cien), a la vez que nos enseñaste unas magníficas lecciones de amor, de saber perdonar en momentos difíciles, de no guardar nunca rencor hacia nadie (porque no merecía la pena), y lo mejor de todo es que no solo lo hiciste con tus palabras sino, y lo que es más importante, nos lo demostraste con tu ejemplo, con el ejemplo que nos diste durante toda tu vida. Una vida que tuvo momentos alegres y también momentos oscuros, pero que tú supiste afrontar con una gran valentía y entereza.
Tu familia, tus amigos, sabrían decir conmigo lo maravilloso ser humano que has sido mamá, lo buena, lo sencilla en el trato, lo incondicional como esposa, lo entregada como amiga, cercana como hermana, bondadosa siempre hacia todos, pero sobre todo lo infinitamente amorosa como madre y abuela.
Y no solo escribiendo tu vida nos diste ejemplo de buen hacer, sino escribiendo tu muerte (en tu lecho de enfermedad) nos supiste transmitir todo tu amor haciendo el intento de protegernos del dolor de ver cómo te ibas (no te importaba tu sufrimiento, solo te importaba el nuestro, el del tus queridas hijas viendo a su madre moribunda). Y te aseguro, mamá, que tu terrible enfermedad tuvo su lado bueno, buenísimo: te pudimos tocar como nunca lo hicimos, acariciar, te pudimos decir todo lo que seguramente sabías pero nunca nuestros labios te lo habían transmitido tan alto y tan claro, nos sirvió para vaciarnos nosotras y llenarte a ti de todo el amor que hemos sido capaces de darte.
Te has ido llena de satisfacción, de orgullo y de amor y tú misma nos lo has hecho generosamente saber.
Recordando a tu nieta Olivia, cuando murió papá, que me pregunto dónde estaba el abuelo, y yo le dije que se había ido al cielo, y cuando alguien le preguntó a ella dónde estaba su abuelo ella respondió contundente «en el cielo de la feria». Era el mejor cielo que ella podía imaginar y allí colocó a su querido abuelo. Tu, mamá, estarás siempre en un cielo despejado y azul, en un cielo tan maravilloso como tú, aunque te aseguro que te tendremos con nosotros también en el más nublado de los días.
Te has ido de nuestro lado y no te podremos ver más, pero sí sentirte, sentir el gran legado que nos has dejado, pues dentro de cada uno de nosotros hay un pedazo de ti, que te hará vivir siempre a nuestro lado. Seguramente, e incluso sin querer, tu recuerdo aparecerá en nuestra mente, en nuestro día a día, y eso nos recordará lo mucho que te quisimos, lo mucho que te queremos.
Mamá, nos lo has puesto muy sencillo, pues ha sido muy fácil quererte. Y en este momento tan complicado nos ayuda pensar que nos quedamos todos llenos del inmenso amor que a cada uno de nosotros nos has entregado a lo largo de toda tu vida. Gracias mamá, adiós mamá.