José Ríos Ayala
Murcia, 13 de mayo de 2010
VÍCTOR RODRÍGUEZ
Las fuerzas que me hacen falta para escribir estas líneas en este momento de dolor y de desconsuelo me las han dado los que durante tantos años fueron tus compañeros del periódico 'La Verdad'. Sí, esos que siempre me hablaron bien de ti, con añoranza, con cariño. Yo, tu sobrino pequeño, ese «loco» -como tú me insistías- que te dio el disgusto y al mismo tiempo la enorme alegría de decirte que quería ser periodista, apenas encuentro fuerzas para referirme a tu persona sin que se me encoja el corazón y hasta los dedos que teclean mi ordenador. Ayer, José Ríos Ayala, Pepito Ríos, nos dejaste para siempre a la edad de 79 años de una forma tan discreta y serena como fue tu vida, después de once duros años en los que tuviste que bregar con las secuelas de un desgraciado y devastador infarto cerebral. Y te fuiste acompañado de la mujer de tu vida, tu hermana Peligros, solos en la habitación del hospital, unidos como hierro fundido, como estuvisteis toda vuestra existencia. Ella ha sido tu hermana y muchas veces ha jugado el papel de tu madre, que a ambos os dejó huérfanos hace ya 47 años.
Tito, permíteme que por esta vez me salte un poca a la torera las normas básicas del periodismo, esas que tú tanto ensalzabas y vigilabas, para seguir hablando en primera persona. Hoy, mis compañeros, tus compañeros, tampoco me lo van a recriminar.
Los que desde que nacimos hemos convivido bajo el mismo techo contigo siempre hemos sabido de sobra que dabas tu vida si hacía falta por nosotros. Y algo parecido hiciste en el ámbito de tu trabajo. Lo descubrí el primer verano que realicé prácticas en la Redacción del periódico. Muy pocos sabían que yo era tu sobrino, pues preferí no ir dándomelas de ser familiar de quien durante muchos años fue jefe de Talleres de 'La Verdad'. Sin embargo, con el tiempo todos, principalmente los más veteranos, se fueron enterando de nuestro parentesco y, desde entonces, todas las palabras que he escuchado sobre ti han sido alabanzas. Todos te recordaban con una sonrisa en sus bocas y con los ojos brillantes, incluso algunos humedecidos. Todavía hoy por los pasillos de esta casa centenaria que es 'La Verdad' me permito bromear con Felipe Egea, con Mariano Manzanares o, hasta hace poco con Juan Manuel López, sobre aquel misterioso ovni que una madrugada de verano os 'sorprendió' cuando os dirigíais a cenar carne a la brasa pasadas las 5 de la mañana de un día de verano. Vosotros sabríais los chatos de vino que os metísteis entre pecho y espalda para veros inmersos en aquella 'carrera espacial'. A ti también te encantaba recordar esta anécdota... en cuántas y cuántas sobremesas en la casa, con mis hermanos, con tus sobrinos, la habrás contado.
Hace un rato he llamado a Pedro Soler, ex redactor jefe de Cultura del periódico, y a José Carreres, ex subdirector, y les he 'jodido' el día. Ya sabes la boca que tiene Perico. Ya no irán más a visitarte con García Martínez. Mira que te querían los tres.
No sé si este obituario cumple los requisitos para ser calificado así. Es el primero que escribo en once años de profesión Y mira por dónde ha tenido que ser contigo. Lo hubiera pospuesto hasta la eternidad, pero... otra vez la puñetera ley de vida que nos arranca si preguntarnos a las personas que más queremos o, lo que es aún peor, a las personas que más nos quieren.
Después de comentar tu gran valor humano, ese tesoro que compartías con tu familia y con tus amigos, sólo me queda recordar que ingresaste en plantilla en 'La Verdad' cuando acababas de cumplir 14 años y que te jubilaste cuando ya pasabas los 60. Casi nada. Se me vienen a la mente decenas de anécdotas de las que me contabas muchas tardes mientras pasabas las hojas del periódico en la puerta de la casa de la huerta, por supuesto con las gafas de la mamá y untando de saliva tu dedo índice de la mano derecha para pasar las hojas. Tranquilo, las he grabado para siempre en mi memoria.
Esta tarde te daremos sepultura y descansarás al lado de mi padre, tu cuñado Pepe. A él le gustará saber que has cuidado de nosotros desde el mismo momento en que se apagó su corazón, que te has desvivido por tus sobrinos y por los hijos de estos. Y seguro que en el cielo, ese edén en el que tanto creías, también podrás abrazar a tu sobrino Pepe. Ese será el único consuelo para los que nos quedamos aquí rotos por haber perdido para siempre a nuestros tres Pepes. Y no te preocupes por los críos, yo me encargaré de que nunca te olviden.