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José-Miguel Zamarro

Murcia, 23 de marzo de 2011


Rafael Rabadán Anta



La tarde del martes 22 de marzo, mientras jugaba a baloncesto en el Campus de Espinardo, falleció súbitamente José-Miguel Zamarro, catedrático de Física en la Universidad de Murcia, especialista en electromagnetismo. A sus 64 años, y aunque se acercaba a la edad de jubilación, tenía idea de solicitar el estatus de profesor emérito unos años más; tal era su vocación docente e investigadora. Practicaba deporte con asiduidad y mantenía hábitos saludables, por lo que este desenlace era poco previsible en su caso.

No perteneciendo a la población de riesgo para un problema así, se encontraba, por desgracia, en esa franja fatal que los profesores de estadística llamamos nivel de significación o alfa: aquello que es improbable que ocurra pero que en algún caso -remoto, añadimos- puede ocurrir. Conocí a José-Miguel hace algo menos de dos años, al coincidir con él en un tribunal de tesis doctoral. Escuchándole durante ese acto académico y en la comida posterior, advertí que me encontraba ante una persona excepcional, por varios motivos que entonces intuí y con el tiempo he tenido la fortuna de comprobar.


Desde aquel momento procuré frecuentar su trato, lo que logré gracias en gran parte a la ayuda -casi cómplice- de Carlos Losana, un amigo común. Porque junto a José-Miguel se disfrutaba y se aprendía; su mera proximidad alentaba la sensación de enriquecerse, de mejorar… De encontrarse ante un modelo humano.

Mientras escribo estas palabras escucho 'Requiem for my friend', la bella y triste música que el compositor polaco Preisner dedicó a su paisano y amigo Kieslowski, director de obras maestras como la trilogía 'Rojo', 'Azul' y 'Blanco' o 'No amarás'. El homenaje de Preisner a la memoria del cineasta (Erato Disques, 1998), para el que compuso varias bandas sonoras, es una de las partituras más emotivas que se han escrito, el digno reflejo de un alma en proceso de duelo. Así podemos sentirnos al pensar en José-Miguel. La nobleza de tu porte. La mirada azul y franca. La inteligencia que destilaban tus palabras. El didactismo de tus comentarios. Tu ansia humilde por conocer. La ponderación con que opinabas. El obsequio de esa risa ancha. La voz de barítono. Tu generosidad... Un alma grande. Una persona fácil de querer y de admirar. Ha dicho Soledad en el funeral que nos despedíamos de ti un día triste y lluvioso, acompasado a nuestro sentir. Un sentimiento, además, de final injusto, pues ahora comenzabas a disfrutar de un nuevo tramo de tu vida, junto a Osleivy, robando ratos para jugar con tu primera nieta, viendo a tus cuatro hijos convertidos ya en profesionales brillantes. Imagino cómo podías sentirte, qué feliz.


Escribió Aristóteles que la amistad es lo más necesario para la vida. Para una vida plena, sin duda. Y tú has contribuido a que muchas personas consigamos momentos, dosis de plenitud. Por ello vas a vivir, fecundo, en nuestra memoria.


Gracias, José-Miguel.