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José María López Piñero

Murcia, 9 de junio de 2011

Un estudioso con la mirada siempre puesta en el futuro

La mirada siempre hacia el futuro de José María López Piñero parecería una contradicción, a simple vista, en un investigador de la Historia de la Medicina, de la Ciencia y de la Técnica habituado a ver y comprender el pasado de dichas disciplinas y otras muchas complementarias.

Su lema quedó diáfanamente claro en su discurso de ingreso como académico de número en la Real Academia de Medicina de Valencia, en 1975, donde disertó sobre Las nuevas técnicas de investigación histórico-médicas, pieza magistral, donde nos ratificó, una vez más, la nueva forma de hacer historiografía médica, de abordar con una novedosa metodología la Historia de la Medicina, algo, por otra parte, que ya venía haciendo y enseñando desde que era un estudioso en esos ámbitos extraordinarios de las Universidades de Heidelberg, Zurich y California y del Wellcome Institute for the History of Medicina de Londres y Herzog August Bibliothek de Wolfenbüttel y que perfeccionó durante toda su vida, base de su ingente obra científica admirada internacionalmente.

Nacido en Mula, en 1933, López Piñero estudió vocacional y brillantemente medicina en Valencia para hacerse cardiólogo, pero al cruzarse en el camino del maestro Pedro Laín Entralgo, en unos cursos en Santander, la Historia de la Medicina se convirtió en lo preponderante en él, lo que se evidenciaría posteriormente en un impacto colosal en dos ámbitos: la historiografía de la Medicina y de la Ciencia. Doctorado por la Universidad valentina ganó después su cátedra de Historia de la Medicina, en donde arrancaría una formidable labor docente e investigadora y crearía su propia Escuela, con un haz de historiadores actualmente repartido por las principales universidades españolas.

Pero su actividad fue más allá, fundando y dirigiendo el Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia de Valencia, centro mixto del Consejo Superior de Investigación Científica y de la Universidad de Valencia, que hoy ostenta su nombre. Así mismo la Biblioteca y el Museo Historicomédico de Valencia.

En todo momento, tanto en el ámbito familiar como en el profesional, estuvo inestimablemente acompañado, incentivado y secundado por la profesora Terrada Ferrándis, catedrática de Documentación Médica, su esposa y su verdadera luz. No es el momento este de reseñar las múltiples distinciones, premios y reconocimientos a una vida entregada sin pausa a la ciencia -últimamente había ocupado un sillón en la Real Academia de la Historia-, aunque sí destacar la murcianía de la que hacía gala en cualquier ocasión esta figura universal de la Medicina, como lo definió Laín Entralgo, uno de sus maestros.

Su repentina pérdida, en la etapa más serena, provechosa y luminosa de su existencia, ha cortado de raíz muchos proyectos, innumerables trabajos y aportaciones en curso, de un trabajador incansable; también de su entrañable acogida, de su sabio consejo, de su honda amistad, como una de las facultades mayores del alma.

Hoy, su tierra, Murcia, le otorga póstumamente la Medalla de Oro de la Región -que recogerá María Luz, su esposa e inseparable compañera, en unión de sus hijas- por disposición del Consejo Regional, presto y sensible a reconocer los méritos de sus hijos más ilustres.

Carlos Ferrándiz Araujo es Académico de Número de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Murcia