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José Manuel Frutos Lorca

Otras localidades, 31 de octubre de 2024

Adiós a José Manuel Frutos, 'el Cabezas'

JOSÉ BELMONTE

No se quejaba de que la gente, especialmente los amigos, le llamaran Cabezas por dos razones: en primer lugar, porque la hermosa molondra de la que gozaba hablaba por sí misma de su extremado volumen. Y bien que se servía de su inmenso magín para rematar un córner y romper las redes de las porterías en los partidos que nos echábamos al coleto en el solar del Paquiles, en la pedanía de Los Dolores, donde había nacido. Y, en segundo lugar, porque lo de Cabezas gozaba de otro componente tan cierto como el anterior: José Manuel era un verdadero genio, un hombre sabio desde bien joven, con una privilegiada sesera que le permitió convertirse en un profesor excepcional, un lector fuera de lo común y un tipo al que todos nos lo rifábamos como amigo porque tenía una solución para todo, como el Pitagorín de los tebeos que leíamos por entonces.

José Manuel tuvo que marcharse a la Universidad de Zaragoza porque aquí aún no existían los estudios de Física, que era la materia que más le gustaba, aunque andaba muy puesto en Química, en Matemáticas, en Historia y en Literatura. Pero la verdad es que nos abandonó por sus ideas políticas. Era un comunista de primera hora, convencido, y en nuestra ciudad empezó a tener problemas, como todos los que andaban en la clandestinidad.

Ejerció su profesión de profesor de Secundaria de Física y Química en centros escolares de la provincia de Alicante, de Albacete y de la propia ciudad de Murcia. Él mismo contaba, con una media sonrisa en la boca, que hizo sus primeros pinitos como docente en los Maristas de Murcia, aunque duró bien poco cuando advirtieron su vitola de 'rojo'.

A José Manuel le debemos mucho los que por entonces éramos unos críos y que ahora frisamos los setenta años, que es la edad a la que, tan elegantemente, se ha despedido de este mundo. Yo mismo le debo sus excelentes clases particulares de Física, de Química y Matemáticas, materias en las que un servidor era un zote. Me explicaba los logaritmos y, al mismo tiempo, depositaba en mis manos un libro de Althusser, cuya filosofía me sonaba a chino. Y, a renglón seguido, me prestaba, con la promesa de devolverlas, obras de Poe, de Juan Carlos Onetti, de Julio Cortázar, de Juan Rulfo y otros autores que dejaron en mí la suficiente huella como para que luego me dedicara profesionalmente a la literatura, que viviera de, por y para la literatura, que es una de las cosas más hermosas que me han sucedido a lo largo de mi existencia.

José Manuel Frutos Lorca, no haría falta decirlo, fue una persona muy importante en mi vida, y así he de reconocerlo. No hace tanto, tuve ocasión de manifestárselo ante un par de cervezas en el bar La Toga. Después de lo cual, guardó silencio, llamó al camarero y pidió, por cuenta suya, una nueva ronda.

Descanse en paz el inolvidable amigo. Y, cuando llegue al cielo de los justos, que es el lugar que merece, ojalá que no se tope con don Rodolfo, el maestro de escuela del pueblo que tenía por costumbre romperle la palmeta en las costillas. Y eso que era el más listo de la clase.