José Hernández Sánchez
Murcia, 17 de octubre de 2014
Obituario José Hernández Sánchez
Empresario, prócer y amigo.
Ya no está con nosotros José Hernández y yo añadiría que ya no está con nosotros el creador de un proyecto empresarial de envergadura, cuya referencia más inmediata son esas estupendas tiendas de moda nupcial que se alinean en la principal calle de Zarandona, pedanía, reino y territorio edénico del hombre que nos ocupa.
Podríamos cantar sus muchas virtudes comerciales, su pujanza indiscutible en el ámbito laboral, en la relación cercana, sentida y verdadera del trabajo con sus empleados y con su familia. Y no faltaríamos a la verdad si alabamos esa faceta emprendedora que ha hecho de una humilde pedanía un símbolo inexcusable en bodas, comuniones, bautizos y festejos de gala y que nos ha traído a los que vivimos allí el buen ambiente de la prosperidad, el negocio limpio y en absoluto molesto, la imagen entrañable de los que buscan, y contemplan, las creaciones de la nueva temporada en grandes escaparates iluminados.
Podríamos referirnos al prócer, al patriarca de una comunidad unida por sólidos lazos de amistad y solidaridad, por ese espíritu casi evangélico de las viejas sociedades campesinas y huertanas donde todos se ocupan de todos, pero donde siempre encontramos la autoridad humana de uno de sus miembros, que destaca por sus virtudes y por su amor a la tierra.
José Hernández era un hombre así, pero era, sobre todo, un hombre bueno en el pleno sentido machadiano, un hombre de bien, cabal y serio, como eran los hombres de la época de mi abuelo.
Se ha muerto, en fin, la persona que seguía mi labor literaria con curiosidad, que me acompañaba en las presentaciones de mis libros, que mediaba por mí en apoyos y parabienes, que me dedicó un sentido e inolvidable homenaje público poco tiempo después de llegar con mi familia a Zarandona; el hombre que me ponía a su lado en su casa, en las fiestas del santo de su mujer, el que me conseguía entradas para ver a José Tomás, el que alababa mi trabajo y respetaba mi persona y a mi familia.
Se ha muerto, al cabo, un amigo y, cuando sucede esto, uno se queda más solo y más triste que nunca. Estas palabras son mis lágrimas de duelo, mi última elegía por el amigo y mi sentido pésame a su familia. ¡Descanse en paz!