Gregorio López López
Otras localidades, 16 de mayo de 2024
Ha muerto un maestro
GABRIEL GARCÍA SÁNCHEZ
El 12 de mayo, después de comer, me tropecé con una de las peores noticias que podían llegarme: el fallecimiento, a los 81 años, del catedrático jubilado de Química Inorgánica en la Universidad de Murcia Gregorio López, excelente profesor e investigador, pero mejor persona. No creo que nadie pueda hablar mal de este amigo de todos, de las mejores que he conocido, que no solo ha sido el maestro del que he aprendido casi todo lo que sé; porque además, siempre se ha comportado como un padre para mí.
Persona de gran formación científica, no solo química, porque estaba en posesión de sólidos conocimientos en matemáticas, física y humanística. Un libro abierto. Una enciclopedia. Mi incorporación al Departamento de Química Inorgánica, en septiembre de 1974 coincidió con la llegada del profesor Pascual Royo con el que estuvimos colaborando hasta su marcha a la Universidad de Alcalá de Henares dos años después. Posteriormente, después de una corta colaboración con el profesor José Vicente, decidimos formar un grupo de investigación en una línea que conocíamos bien, la Química Organometálica del Paladio (II), más tarde también Pt (II), Níquel (II) y también algo de otros metales de transición.
Nuestro primer acuerdo fue que iniciaría mi tesis doctoral sobre compuestos organometálicos de Paladio (II) conteniendo el radical pentafluorofenilo. Los dos solos, con algunos otros investigadores que hicieron su tesina, o la tesis doctoral como el también tristemente fallecido, profesor Gregorio Sánchez, con pocos medios, tuvimos que bregar y realizar muchos viajes a Madrid para conseguir acceder a técnicas no disponibles y, sobre todo, financiación. Con el tiempo, el grupo creció y, poco a poco, se fue consolidando estableciendo colaboraciones con científicos españoles, ingleses y franceses.
Empezamos a publicar en 'Inorg. Chim. Acta', y llegamos a publicar en las revistas más prestigiosas de la Química. Y todo ello gracias a su magistral dirección y espectacular ejecución de los datos que le llegaban a su mesa.
En este ir y venir, del laboratorio a su despacho para discutir los resultados obtenidos, empecé a aprender de una cabeza tan bien amueblada como la suya. También tuve la suerte de compartir docencia con Gregorio: un auténtico maestro. Sus clases eran de las mejores de la facultad de Química; los alumnos le adoraban; mi único problema era que tenía que esforzarme mucho para estar simplemente al 10% de lo que valía mi maestro. Y aprendí Química y cómo se debe tratar a los alumnos. Frases como: «los alumnos son la esencia de esta institución. Sin ellos no hay Universidad». O el consejo que me dio el primer día que nos reunimos para poner juntos las calificaciones: «Puedes hacer lo que estimes oportuno, pero te recomiendo que, si después de repasar la segunda vez las notas de un alumno, sigues dudando, no lo pienses más y apruébalo, porque por la noche no dormirás bien». Y esto lo decía un profesor después desarrollar la ecuación de Schrödinger para el átomo de hidrógeno, cuya resolución estaba en el libro de Durrant and Durrant, con su letra preciosa, no como la mía. Se partía de risa cuando le preguntaba en público: «Gregorio, ¿por qué tienes una letra preciosa?». Y era porque los frailes le hicieron hacer mucha caligrafía.
Hoy le hemos perdido, pero nos queda su testimonio, su ejemplo y su recuerdo imborrable por ser una persona buena a la que la vida le dio más de un disgusto del que siempre supo levantarse. Sin duda, la pérdida de su mujer y su hija en un plazo de seis meses, fue un duro golpe. Pudo resistir a las enfermedades que le acosaron, pero lo de su familia fue otra cosa.
Sus dos hijos, Juan Antonio y Jesús, de los que se despidió por la mañana antes de iniciar su último viaje, penan su ausencia. Y nosotros, sus amigos, sus alumnos, y yo especialmente, también.
Que la tierra te sea leve. D.E.P, Gregorio López.