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Francisco Gutiérrez Díez

Murcia, 26 de enero de 2012

Amigo de todos y docente riguroso

RAFAEL MONROY

Acabo de enterarme de que te has ido para siempre. Y con el corazón desgarrado de dolor me niego a aceptarlo. Rechazo asumir que ya no te veré más cuando mañana vaya a la Facultad y vea que tu despacho, contiguo al mío, está cerrado y estará vacío para siempre de tu presencia. Todo lo me queda es esbozar unas líneas de despedida desde el tren que me lleva a Murcia, aunque no con la celeridad suficiente que me permita dar el último adiós a un amigo. Porque tú, Paco, para mí, como para muchos del departamento de Filología Inglesa, aparte de colega fuiste siempre eso, un gran, un entrañable amigo.

Nos conocimos ya entrados ambos en la treintena. La coincidencia en un congreso hizo que se iniciase nuestra amistad, fruto de la cual fue la invitación por mi parte a que dejases las tierras catalanas donde te sentías incómodo por la entonces emergente política lingüística y te vinieses a formar parte del incipiente departamento que se estaba creando en Murcia. Aceptaste gustoso porque Murcia era -es- una tierra hospitalaria en la que no existen prejuicios ni imposiciones lingüísticas a los que venimos de fuera. Te integraste en la vida académica desde el primer momento; de tal modo, que el departamento difícilmente hubiera sido lo que es sin tu presencia y entusiasmo. Riguroso a la par que meticuloso a nivel académico, llamó mi atención desde el primer momento tu fino oído para la fonética -ahí quedan como testimonio tus aportaciones sobre el ritmo en inglés- así como tu gran capacidad crítica. Pero lo que te conocíamos en el departamento, investigación y docencia aparte, era por tu alto sentido del humor. 'Risinas' te llamaban de pequeño en el colegio porque llevabas la sonrisa siempre a flor de piel. Cierto que tu bigote daba un aire de seriedad y de adustez a quien no te conocía, pero detrás de esa pequeña máscara estaba una visión desenfadada de la vida que sorprendía muy positivamente a quienes te tratábamos. Raro era el encuentro con los colegas que no estuviese salpicado con chistes de lo más variado que provocaban la sonrisa cuando no una sana carcajada. Si buenos, por serlo; si malos, por la risa con la que los acompañabas así como por tus gestos tan expresivos. El último que me contaste hace unos días, antes de ausentarme -¿recuerdas? - tenía como protagonista a Jaimito pidiendo chocolate a su madre.

¿Qué diré de 'nuestro' Paco (así te conocíamos cariñosamente en el departamento para diferenciarte de otros colegas homónimos) como compañero? Amigo de todos, incapaz de crear o mantener desencuentros con nadie, testarudo en ocasiones (pequeño tributo a su origen cazurro (leonés, como el que esto escribe), eras de estas personas con las que uno se siente enormemente cómodo, que hacen un favor desinteresadamente, sin esperar nada a cambio; precisamente te has ido cuando estabas vigilando un examen mío en mi ausencia. La Parca no quiso esperar a que regresase para darte las gracias, ni para estar cerca de ti y verte partir aunque nada pudieras ya decirme, pero sabemos de sobra que la muerte no entiende de momentos oportunos. Te vas y dejas en los que te hemos conocido un profundo dolor. Dejas en mí, además, la huella indeleble de alguien que ha sido parte entrañable e imborrable de mi experiencia vital.

Descansa, amigo, en paz.