El vacío de un ciezano alegre y generoso
Cieza, 29 de diciembre de 2020
ObituarioAntonio García Montiel Caruso
Andando por la cañada, que lleva a la eternidad... Pero el camino –otra era la distancia prometida– se nos ha hecho demasiado corto. Antonio García Montiel 'Caruso' ha partido a destiempo, apresuradamente. Quedaba bastante trecho por hacer que él, avezado andariego de pasos largos, firmes y resueltos, debía haber dado. No ha podido ser. Un hombre bueno y sin doblez ha muerto. Supongo que otras fuerzas han tirado de él hacia una ruta inexplorada, reclamando su fácil sonrisa, su desparpajo, su bonhomía innata.
Nada le costaba ser generoso y menos esparcir alegría por donde fuere. Puede que algo de todo ello le viniera de su madre, doña Francisca (Paqueta), pocas personas más positivas, acogedoras y jubilosas habré conocido yo en la vida que su singular y maravillosa madre... Mucho me extrañaría que él sí.
Con ese y otros mimbres sembró su vida Antonio 'Caruso'. Apenas 61 años que han dado para bastante. Muchas cosas, sí, corrían por sus venas, y de entre todas, tres que le eran consustanciales: la música en todas sus facetas, autodidacta genial que las cazaba al vuelo y jugaba a merced con notas y tonos; andar por esos caminos mirándolo todo, infatigable trotarriscos, descubridor y guía de rutas, cumbres y senderos... Y la cerveza 'helá', siempre de aquí, santa agua de Espinardo que él ofrecía a porrillo a una temperatura exacta: «A punto de nieve», decía. Hace diez años quiso y supo entremezclar las dos últimas pasiones: anchos paisajes y cerveza en su punto, creando el grupo senderista Los Quintos –no por llegar tras los cuartos y menos por sortear la mili, sino por rematar la jornada con un par de botellines– y un poco de 'escombro', frutos secos para los de allende La Losilla. Quintos que él mismo preparaba la noche anterior partiendo hielo en buenos cachos. No pocas veces la guitarra también acompañó esas idas y venidas.
También fue un hombre de merecida suerte. Halló una compañera de verdad de la buena, Marifeli, su mejor amiga, ancla y constancia; y construyó una estupenda familia: Teodoro, Cristóbal –chiquillo impaciente que no quiso permitir que sus padres llegaran al maternal, dándole la gana nacer a medio camino, dejando moquetas y telas del 131 Supermirafiori para el arrastre–, Antonio y Javier. «En Navidad siempre seremos seis», proclamó su hijo en la misa de funeral. Y así ha de ser.
Siempre estará él, con su retranca batida con sonrisa fácil y franca, su mirada a menudo picaruela, su aire particular, su personalísima forma de ser, su sombrero panamá al anunciarse el verano... Un hombre bueno y leal al que no le gustaban nada las tonterías, las maquinaciones, los 'malquedas' y los tipos de gesto torcido. Y también un hombre irrepetible que prácticamente conservó todas sus amistades: desde la veintena de 'compas' del bachiller (despedimos la infancia, acogimos la pubertad y la adolescencia, recorrimos, los veinte), los scouts del San Jorge (el mismo día y a la misma patrulla nos apuntamos), la docena larga de la pandilla juvenil, un número extenso de compañeros de trabajo, la candidatura al club de tenis y el Ayuntamiento que nos volvió a reunir y donde él ha ejercido múltiples tareas. Porque valía para todo y todos le llamaban a cualquier hora, cualquier día, laborable o festivo, sabiendo de antemano que diría que sí, entendiendo el funcionariado con un deje decimonónico, sin horas, sin días.
Y a la postre, si la huella de un hombre ha de contarse por los amigos que deja, y yo barrunto que no es mala contabilidad, entonces Antonio 'Caruso' ha dejado profunda estela. Y ha sido, entonces, un hombre rico, muy rico, no de billetes en el bolsillo, esos ni sobraban ni faltaban. Rico en gentes. Bastaba recorrer las caras de asombro en su velatorio, pues su prematura –aunque casi anunciada– muerte, dejaba en los rostros una mueca de perplejidad: ¿Que ha muerto 'Caruso'? Qué cosa tan rara. Extraño, sí.
A mí, como a tantos y tantos otros, se me hace muy raro imaginar que nunca más le veré en este pueblo nuestro, que no oiré su voz por cualquier calle... pero no me puedo quejar, he sido un afortunado, pues más de medio siglo me he contado entre sus amigos de verdad, de siempre y para siempre.