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El historiador de los gusanos de seda

San Javier, 15 de septiembre de 2019

Obituario José Andrés Lorente López

Hay personas que brillan en la oscuridad, en medio del paisaje más gris. Pepe Lorente (1957, San Pedro del Pinatar) era un hombre-luciérnaga. Nada más irse a la fuerza el pasado 8 de septiembre, después de resistir durante meses sin perder la sonrisa los empellones de una enfermedad que tiró de él durante meses, todos le recuerdan por su carácter dulce y su buen humor, pero Lorente era además un superviviente. Vivió una infancia privilegiada en la Isla Grosa, ya que su padre era el cabo de la Marina encargado de la custodia de este espacio protegido, dormidero de gaviotas y cormoranes. En la isla creció junto a su hermano Antonio, cazando lagartijas y observando las aves en su ir y venir migratorio, jugando en las cuevas de los antiguos piratas y persiguiendo a las cabras por las pendientes de las rocas. «Nunca queríamos salir de la isla. Hasta para cortarnos el pelo nos llevaban a la fuerza y nos ataban a la silla del barbero de Cabo de Palos», cuenta su hermano Antonio.


Por eso Pepe quiso durante años ser marino y permanecer entre vientos y mareas, aunque nunca lo logró. De joven se empleó de botones en el antiguo hotel Los Arcos, de Santiago de la Ribera, y después durante más de veinte años en el hotel Lido, aún abierto. Nunca se alejó Pepe de la orilla del mar, donde fue fraguando su afición a la historia y a las tradiciones de la comarca del Mar Menor.


Su vocación social le llevó a participar activamente en las asociaciones de padres de alumnos y las actividades benéficas. Cuando surgió la primera amenaza de derribo del teatro cine Moderno de San Pedro del Pinatar, se empeñó en su recuperación y reapertura junto a Marcos Gracia, con quien formaba el tándem de la recuperación histórica del municipio y el impulso cultural. Resistió a las presiones económicas y a las purgas políticas. Con su fina ironía, aguantó a contracorriente la falta de apoyos, que no le impidieron organizar numerosas actividades culturales cada año en varios municipios costeros, ya como presidente de la Asociación de Amigos de los Museos.


La recuperación del yacimiento arqueológico de La Raya que descubrió Juan Carlos Blanco, la concentración de vehículos clásicos, el homenaje a los salineros y a los pescadores, o las exposiciones de postales antiguas y de objetos y fotografías de la mili en la Academia General del Aire han quedado en el calendario de la memoria, junto a citas destinadas a repetirse, como la Feria del Coleccionismo.


Con ilusión infantil buscó, investigó y recuperó archivos olvidados, como los de las salinas o las viejas máquinas del cine. Fue cofundador del Museo del Juguete, con donaciones de los vecinos, que después se ha integrado en el Museo Barón de Benifayó. Numerosos donantes pusieron en sus manos valiosas piezas del patrimonio local, desde libros antiguos y tapices hasta viejos telares, mobiliario y piezas de arte que han contribuido a recomponer la memoria del municipio salinero.


Hubo una actividad que, sin embargo, le devolvía a la naturaleza de la niñez y que nunca quiso abandonar. El reparto de gusanos de seda a los escolares cada año le llenaba de ilusión para que no se olvidaran tradiciones de siempre. Es una pena que Lorente ya no esté para evitar la próxima amenaza a la historia local: el derribo del teatro Moderno.