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Dos murcianos ilustres

Murcia, 8 de noviembre de 2020

ObituarioManuel M. Torres y José Egea Ibáñez

Hace más de diez años conocí a José Egea Ibáñez. Me recibió una mañana en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la Región. Desde entonces, le he puesto como ejemplo de vitalidad, sensatez, inteligencia y trato exquisito. Muchos me preguntaban si yo era pariente de José Egea o de Carlos Egea. Hubo una época en la que se repetía tanto la pregunta que opté por decir que eran tíos lejanos míos. Y en cierto modo, José Egea y su familia son una referencia. Un sábado por la mañana, hace algunos años, me crucé con su esposa, Cristina Gutiérrez-Cortines, recién llegada de Bruselas. Me saludó tan cariñosa como siempre, y después de exponer sus nuevas ideas como solo ella sabe, me dijo: «Hoy es mi aniversario de boda, Pepe no sabe que estoy en Murcia y es una sorpresa, si lo ves ¡no le digas nada!». Qué ejemplo más bonito de aquello a lo que aspirar. No perder nunca la ilusión por seguir construyendo familia, en lo profesional o en lo personal.


Así lo recordábamos su hijo Ricardo y yo cuando hablamos el pasado viernes. José Egea era doctor ingeniero agrónomo y contribuyó con su trabajo a convertir a Murcia y al resto del Sureste español en la huerta de Europa, y a que miles de pequeños agricultores se transformasen en gigantes del sector hortofrutícola. Pero su trabajo profesional se queda corto al lado de la huella humana que deja quienes tuvimos el honor de conocerlo.


Durante mis años de estudiante en la UPCT, muchos compañeros aspiraban a trabajar en grandes empresas de diseño industrial. El sector aeronáutico era muy codiciado, no solo entre los ingenieros industriales, sino también entre mis compañeros de ingeniería en Telecomunicaciones. MTorres era el destino soñado por muchos estudiantes que anhelaban quedarse en su tierra trabajando en una empresa de alta tecnología. Siempre me he sentido orgulloso de que Murcia sea capaz de exportar talento del tamaño del de Manuel. Hace unos meses, un colaborador suyo contactó conmigo para hablar sobre los planes de futuro de MTorres y pedirme un encuentro con Manuel cuando los rigores de la pandemia lo permitieran. Él tenía la cabeza llena de proyectos, desafiaba los límites de lo establecido y de los rigores de una industria en creciente evolución. Recuerdo el hito que supuso su empeño en construir el primer fuselaje de una sola pieza del mundo. Quizá dentro de unos años este avance suponga algo parecido a lo que fue la invención del autogiro. Sin lugar a dudas, si algún nombre ha de acompañar alguna vez al de Juan de la Cierva en los cielos de Murcia, ese es el de Manuel Torres. Aceptó presidir la Fundación Isaac Peral que hoy llora su pérdida. La suya no era una presidencia honorífica. Todos los patronos, ejecutivos de empresas y del sector público aprendieron de él.


José Egea Ibáñez y Manuel Torres Martínez, dos murcianos que por diferentes caminos llegaron al mismo destino, a la España que habita en la excelencia. Excelencia humana y profesional.


Manuel Torres nació en Aljucer y se trasladó con 23 años a trabajar a Navarra, pero presumió siempre de sus orígenes murcianos. Como los murcianos que paseamos por el mundo nuestro acento y costumbres. Manuel Torres tenía una visión extraordinaria, que no se aprende en los libros. Su esfuerzo incansable dio trabajo cualificado a más de 800 familias sin dejar de lado las inversiones en investigación.


Los tiempos impiden que los dos tengan una despedida multitudinaria. Pero José Egea y Manuel Torres merecen quedarse para siempre entre nosotros, en nuestra memoria colectiva, porque representan un ejemplo de vida que pocas veces se repite en la historia. No hay mayor elogio para estos dos murcianos ilustres, para estos dos españoles de ley, que recordarles por su imprescriptible legado.