Don Pepe Fuentes
Murcia, 10 de julio de 2017
Llegué tarde a compartir su amistad, que tampoco fue muy profunda, aunque pronto encontré en él una vitalidad casi imposible de hallar en hombres de su edad y de su historia. Siempre me pareció irreductible y con una apabullante sinceridad. Debo reconocer que no he encontrado respuesta al cariñoso comportamiento que me demostraba. Le faltaba tiempo para llamarme, tras leer cualquier texto mío, de modo que pudiéramos comentarlo con la mayor relajación. Pepe Fuentes ha sido para mí, también sin saber por qué, un ejemplo en el que mirarme, y no precisamente por cuestiones políticas -que tanta desazón le acarrearían, durante gran parte de su vida, sino por esa alegría espontánea, que parecía superar cualquier inconveniente.
Más de un siglo de vida, de la que se pueden extractar no pocos ejemplos de lealtad, caballerosidad, amistad, arrojo, en un cuerpo que ha ido disecando el paso del tiempo, aunque, prácticamente hasta el final, siempre permaneció arropado por su familia, pero también por una energía que sus amigos considerábamos inexplicable. Para mí, Pepe Fuentes ha sido uno de esos hombres que se merecen una detallada biografía, pero no para hablar de las penalidades transidas durante y tras la Guerra Civil española.
Mostraba una generosidad indescriptible, capaz de renunciar al peso de los años, para esforzarse en conseguir aquello que tú o yo le habíamos sugerido. Con él mantuve algunas charlas muy amenas, muy sabias, en el despacho que conservaba en la calle Alfaro, porque le suponía un hábito de seguir mostrando a todo el mundo sus ansias de no renunciar a su actividad humana y de conservarse joven, más allá del paso del tiempo. Resultaba una delicia cuando, muy de tarde, se nos asomaba por la mañanera tertulia que un grupo de amigos mantenemos en el Arco de Santo Domingo; y lo era, porque esperábamos pasar el mejor rato con el conocimiento de algunas de las ocurrencias y evocaciones que nos iba a relatar.
Por encima de todo, era un hombre bueno. Pienso ahora, cuando añoro su presencia y me apena su definitiva retirada, que fue incapaz de hacer mal a nadie. Recurriendo a la manida referencia de Antonio Machado, fue «en el buen sentido de la palabra, bueno», y también por sus venas corrían gotas de «sangre jacobina», que lo hacían cargadas de idealismo, nunca inflamadas de violencia. Avasallado por la impotencia física, llevaba muchos meses encerrado en su silencio, porque no deseaba que los amigos sufrieran con su realidad. El tiempo ha pasado, pero su memoria nos va a acompañar. Será imposible olvidar al querido y veterano Pepe Fuentes.