Don Manolo Ródenas
Murcia, 13 de febrero de 2017
Obituario. Manuel Ródenas
Adiós Manolo, amigo del alma
Estaba el día acabando sus luces y el cielo era ya oscuro. Una llamada de teléfono me comunicó que Manolo Ródenas acababa de fallecer. No dormí pensando en tantas cosas tuyas que afluían a mi cabeza. Al día siguiente, aún con la creencia de que no habías muerto, fui a verte y allí estabas como siempre, con el semblante risueño del buen hombre que yo conocía; pero no me hablaste, te miraba y parecía que me sonreías con una conversación amena y jovial como era la tuya. Observándote, me retiré a un rinconcito del aposento y conscientemente recordé algunos momentos de tu larga existencia de casi cien años, que no conseguiste porque, al final, fatigado, perdiste la armonía. Y con ella, tu vida.
Manolo, hoy te has ido amigo del alma y del trabajo, pero tu ser ha sido como lo que aprendiste del Maestro, tu divino y fiel compañero, al que querías como ferviente discípulo, sembrando con buenas acciones en un terreno a lo largo del camino de tu vida y que fueron cayendo en buena tierra. Y esa ha sido tu obra y sus fecundos frutos, encarnados en tus siete queridos hijos y en tantos seres a los que, en forma de amistad y cariño, nos has dado en tu larga andadura del caminar, con tu presencia.
Tu valía ha sido grande en virtudes y trabajo, pero ya sabes lo que manifestaba Groucho Marx: «Detrás de una gran hombre, hay una gran mujer». Ese ha sido tu gran acierto: elegir a Mercedes como esposa insustituible en tu existencia durante 71 años, más otros 9 años previos de un noviazgo de amores limpios y puros. Todos plenos de felicidad. Su muerte reciente te afligió, pero nunca borraste el recuerdo de esta gran mujer llena de afabilidad y entrega infinita, y quizás ello llenase tu corazón de tristeza, agarrándote a su memoria como un insustituible bien recibido.
¡Cuanto podría hablarte, Manolo, del trabajo en común, siempre al servicio de la mejora del ecosistema que, juntos con Félix Santiuste, realizamos en la Región con otros muchos ingenieros! Los tres, hasta ayer, éramos la punta de lanza como compañeros del oficio más hermoso: cuidar la naturaleza y el medio ambiente durante decenas de años. ¿Te acuerdas, Manolo, de una foto ya histórica que por los años cincuenta nos hicimos en el Casino de Murcia todos los ingenieros de la Región, con motivo de la festividad de nuestro patrono San Francisco de Asís? Éramos muchos de variados organismos, pero solo quedábamos tres de aquellos profesionales. Te has ido y has dejado una vacante insustituible. Con agrado, pero con pena, cogemos tu relevo como testigos de lo realizado en aquellos venturosos lugares de nuestros montes y sierras de esta amada Región.
Tu afición, entre otras, a la fotografía era de sobra conocida. Tus instantáneas de los trabajos forestales dan fe de ello como recuerdo entrañable, por eso, Manolo, si te las has llevado al cielo, aunque sea en la memoria, te podrás recrear con ellas sintiéndote orgulloso y satisfecho de lo bien hecho en esos hermosos rincones de árboles o pinos de tu Murcia querida en que tu honroso apellido Ródenas, compartido con tus siete hermanos, es conocido, querido por todos los murcianos y que tú has dignificado y prolongado con tus hijos y nietos.
Sé del interés que tenías por celebrar un almuerzo, como el que hicimos el año pasado, de confraternidad entre compañeros y que, por el mal tiempo, íbamos aplazando sin conocer el incierto porvenir. La muerte celosa, por nuestro cariño, se nos adelantó y segó tu vida, pero no temas, como decía al principio, tu buena semilla extendida ha dado sus frutos y tu recuerdo será imperecedero.
Como te conozco, Manolo, seguro que allá en el cielo ya estarás organizando un partido de hockey o tenis, del que fuiste campeón nacional dos veces, entre tus muchos amigos angelicales que ya por allá tendrás. Lleva cuidado con las lesiones, porque en el paraíso no hay médicos ni hospitales, solo la mano de Dios a la que tú, como buen creyente, te afianzaste con fuerza y gran cariño en este mundo, que no es cosa baladí.
Y, para acabar, te quiero expresar lo que como equipaje te has llevado contigo en tu andadura terrenal hacia el cielo y que podrías recitar con cariño como tuyas: todo me encanta aquí. Las altas sierras. Del valle, las honduras. La agreste placidez de estas tierras. Sus fuentecillas puras. La paz de los caminos. El aura que cimbrea las altas copas de los verdes pinos. ¿Y si eso fue en la tierra, que no será la felicidad que en el cielo ya disfrutas? Adiós Manolo, amigo del alma.