Carmen Salcedo Sánchez
RICOTE, 20 de septiembre de 2013
Adiós a una gran dama de la corte
JESÚS YELO
El pasado 12 de agosto falleció en Madrid Carmen Sánchez Salcedo, a la edad de 102 años, y al día siguiente fue incinerado su cuerpo en el tanatorio de Alcorcón. Fue esposa de Moisés Guillamón Guillamón, fallecido el 17 de julio de 1966, eminente abogado y primer alcalde que tuvo Ricote después de la Guerra Civil española en el año 1939.
Era conocida cariñosamente como Carmen de Salcedo en honor a su padre, Pedro Salcedo Rubio, que recaló en el pueblo merced a la protección y amparo del doctor y gran terrateniente local Diego Candel Rubio, mentor de la Fundación San Diego. Pero al margen de la benéfica influencia de su marido o de sus padres, esta mujer luminosa y con una risa expansiva que encandilaba, tuvo siempre una vida personal independiente y muy rica que transmitió con estilo inconfundible y gran clase a propios y extraños de la forma más tenaz y de un valor innegable, caracterizándose, además de otras virtudes, por el desmedido amor a «su» pueblo, al que no dejó de visitar al menos dos veces al año, en las fiestas navideñas o en el periodo vacacional estival.
Dado su buen oído, manifestó desde pequeña una preocupación casi obsesiva por la música, afición que pudo canalizar gracias a las clases de piano que le daba en el Palacete de Llamas la primera mujer de José Álvarez-Castellanos Rael, Lola Fernández Navarro, que la tenía embaucada igual que a toda su panda de amigas, tales como las hermanas Montalbán, Palazón, Gómez- Guillamón o Avilés, además de sus propias e inseparables hermanas Orosia, Josefa y Antoñica.
Como amante de la buena literatura, tuvo siempre en su mesilla las mejores poesías de la literatura española, que se sabía en su mayor parte de memoria y que declamaba con una dicción perfecta. Como viajera impenitente, tuvo la oportunidad de recorrer medio mundo a lo largo de su vida con particular detenimiento y disfrute en Nueva York, Roma, París o Atenas, así como las celebraciones periódicas del Año Santo Compostelano o las Semanas Santas de Andalucía y Canarias.
Como mujer muy religiosa ha conocido a diez papas y estrechado la mano a tres de ellos y ha tenido el privilegio de saludar en persona nada menos que a la carismática Madre Teresa de Calcula, en la sede de la Orden Misioneras de la Caridad en Leganés, dirigiéndose a los allí congregados con una célebre frase: «Quien no vive para servir, no sirve para vivir». También hay que resaltar su afición a fomentar el intercambio de recetas de cocina, así como su gran apego al cine, preferentemente de películas españolas, teniendo como intérprete de referencia al actor fetiche de su tiempo, Alfredo Mayo.
Carmen ha sido una persona sencilla, pero de porte muy distinguido y señorial y de una simpatía arrolladora, gran señora, bellísima, mágica e irrepetible que si caías en sus redes de seducción, quedabas atrapado para siempre. Con tales adornos personales, no es de extrañar que haya recibido multitud de actos de homenaje, tales como el celebrado cuando cumplió 95 años el 17 de mayo de 2006 o el último el 14 de mayo de 2010 con motivo de sus cien años en el hotel Meliá de Madrid que congregó a más de doscientas personas procedentes de toda España. Con su muerte desaparece el último de los seis hermanos del matrimonio pero su legado y acervo cultural no se extingue, sino que se perpetúa entre todos aquellos que la quieren, que son muchos, cuya memoria permanecerá siempre viva en el recuerdo. Deja tres hijos, ocho nietos y ocho biznietos, así como infinidad de familiares y amigos incondicionales admirados con su ejemplo. El pasado jueves tuvo lugar una misa funeral en la iglesia de San Sebastián de Ricote oficiada por el nuevo cura Antonio Guillén. Descanse en paz.